sábado, 29 de septiembre de 2012

El exorcista

No estoy en paz con todos mis demonios
algunos todavía me dan guerra
oficiando aberrantes matrimonios
de ángeles del infierno y de la tierra
...
Sucede que un engendro del Averno
ha ocupado mi cuerpo sin permiso
y me asegura que es un paraíso
aquello que en verdad es un infierno
...
Antes de que complete su conquista
necesito esta noche un exorcismo
que expulse al ser maligno de mi vista
...
No logrará arrastrarme hacia el abismo
Aunque yo soy ese demonio mismo
también soy el mismísimo exorcista
.
Oscar Hahn

martes, 25 de septiembre de 2012

desencuentro


Rocía la esperanza. Pronto, invisiblemente en tu rincón, sigilosamente, te visitarán balazos. Te arañarán la piel de inutilidad, de una torpeza inviable dentro de un desencuentro terrible. Saca con cuidado el fuego de tu bolsillo y endurece el pulgar y resiste a la quemadura de una nueva realidad. Pero tranquilo, la música de la aristocracia arrabalera recogerá las cenizas de tus fracasos.

sábado, 22 de septiembre de 2012

macerando II

El recuerdo pareciera insoportable. ¿No? ¿Tal vez? Así lo fuera, según la continuidad de la idealización y la intensificación de la caída de las gotas de las experiencias y las vivencias pasadas absolutamente compartidas, intercompenetradas de manera bestial. La proyección recíproca de los particulares modos de ser, su mismísima retroalimentación y confirmación indirecta de las individualidades involucradas traídas al presente, a un tiempo que objetivamente no corresponde a esa abstracción del pasado, repercute en su desenvolvimiento como espinas al acecho u orugas constantemente amenazando caer sobre el hombros y trepar a alguna zona de tu piel y dejar su huella de incomodidad, de un dolor invisible que, en última instancia, es perceptible. ¿Cuánto espera tu pasividad estructural para lograr un pequeña transformación en la superficie de la sobrevivencia de la vida del amor? ¿Es una pretensión inocente el poseer la convicción de manifestar la idea, o la proyección, de la transformación? Lo es, y ni siquiera puede ser juzgada de falsa o verdadera, pues es la expulsión simbólica de la misma debilidad que alimenta una y otra vez aquella misma pretensión, es, en tanto, la esencialidad de la ignorancia de lo que significa una transformación. Sólo podrás, o se podrá-para impersonalizarlo y así distanciar la formalización de un proceso netamente interno- alguna pequeña modificación, algún estímulo que te obligue y te enuncie la dimensión praxelógica de la vida, dejando de lado-para que descanses un poco también-de la inmutabilidad epistemológica con que te piensas constantemente en tu vida cotidiana y su relación con los otros. Es claro, y todos los sabemos, que el estímulo praxelógico fue potenciado por la emergencia concreta y visible de una separación, un desarraigo, aparentemente voluntaria pero internamente ambigua. Es esta última ambiguedad, esta identidad tan casi tuya, que motoriza una y otra vez el resurgimiento del recuerdo que se te presenta hoy en día -y quizás cuántos más- como insportable. Si te vas convenciendo de a poco que la figura amada que recibió esa fuerte y brillante retroalimentación y estructuró en algún grado tu vida, para hacerla menos melancólica, más felíz, más luminosa como lo fue la radiación de su propia sonrisa al cielo; esta se va retirando convencidamente de que ya no será más la válvula del ciclo; tú te sientes abruptamente solo e ignorante de superar la situación que fue en su curso completamente compartida, pero que en su proceso de desprendimiento la voluntad individual es innegable. Y es acá dónde te sitúas. Algo indefenso, algo convencido. Está bien. Se vive como se puede. Pero no se debe negar los tropiezos constantes con que uno retrocede una y otra vez, con distintas piedras, unas más grandes y pesadas que otras. Y en esto caso es, una y otra vez, la idealización, el recuerdo y por qué no, la esperanza.

macerando


Es curioso el estado de incertidumbre, la ignorancia con miedo de no tener la seguridad de que el regreso revitalizado o el retorno de un viaje intensamente sanador impliquen la continuidad de una composición o el desprendimiento absoluto de las partes involucradas de dicha composición. Es un desconocimiento que se convierte prontamente en una entidad viviente de emociones y articuladoras de sentimientos, ya sean desde una embalsación y proliferación del amor hasta la hendidura del dolor y su posterior sufrimiento, pues la actualización consciente del desconocimiento, es decir, de la inseguridad y el miedo, no viene sino acompañada por quien la potencia y le da forma y permanencia, vale decir, por el continuo recuerdo, extrañeza, idealización, nostalgia, melancolía y repasar nuevamente por el corazón todos los sentimientos bellos y mágicos que el pasado de una relación te envolvió, pero que, precisamente porque es un recuerdo, un sentimiento repasado, arrastrado por la parte sensible de nuestras vidas, se convierte automáticamente en un sentimiento doloroso, una idealización paralizante que no contribuye a la construcción de un umbral para la sanación personal, completamente individual.  Permanecer en el estado del amor mientras la otra parte saltó, individualmente, a un nuevo terreno de autosuperación, un nuevo espacio tanto en su proporcionalidad inversa produce, por un lado, el crecimiento y sanación individual y, mientras que por otro, produce el declive y muerte de una relación, de un nosotros, de un no-individual. El resultado es doble, mi posición se hace incómoda y desventajosa. Es un lugar situado individualmente y no un efecto colateral que obligadamente me trajo hasta acá. No es que por la no presencia de ocasiones externas, tales como irme por unos días a cierto lugar ha sanarme y desprenderme en su absoluto de la relación, sino más bien es por una presencia interna, de crear las propias condiciones necesarias para que mi interior se enlace una y otra vez con los múltiples recuerdos de la relación y su posterior idealización y añoranza, para luego disfrutar tanto sus beneficios como sus costos, es decir, tanto de resentir una y otra vez el amor, y, paralelamente,  percibir crudamente el rostro de su muerte.  Este último rostro se potencia, a su vez, no ya por ninguna idea ni sentimiento ni abstracción conformada como las anteriores, sino que por una pura y simple objetividad, concreta, tangible: la otra parte tomó distancia, saltó, se atrevió a realizar un trabajo rigurosos de sanación mental, milenario: “pero es precisamente el débil quien tiene que ser fuerte y saber marcharse cuando el fuerte es demasiado débil para ser capaz de hacerle daño al débil” (Kundera). Sin embargo, en esta ocasión, fue ni más ni menos que la propia debilidad del fuerte que hizo daño al débil. Ni siquiera en su fortaleza, porque este no tiene fuerzas, sólo es fuerte por el sólo hecho de que el débil es demasiado débil, más débil que él, pero paradójicamente es, a su vez, más fuerte que el fuerte en ciertas ocasiones, tales como esta. Así es que la objetividad de la fuerza del débil se convierte en una reactualización permanente de la idealización y de los sentimientos, equivalentes al eterno retorno de la debilidad, de la inseguridad, del miedo, de la angustia del supuesto fuerte. Esencialmente contradictorio a una de las primeras causas de todo este proceso:  un poco más de individualidad y un descanso de los fuertes nudos de ambos brazos herbales.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

fragmentos


El recuerdo pareciera ser fatal.  Pero no lo es cuando se presenta bajo diferentes formas. Hoy, por ejemplo, se presentó como una estancia permanente de lágrimas sobre la cuneta de un pasaje, en que mis brazos seguros de acariciar tu espalda y mi voz insegura de estabilizar tus llantos componían el cuadro de dos sujetos buscando un momentáneo entendimiento entre una erupción emocional y una incapacidad para controlarlo; o recordar, sencillamente, la distensión solitaria de tu pena que se consumía por el frío pasto de un jardín público, luego de que torpemente, alejándome de ti, creyera que la convicción de tu soledad iba a ser frente a las garras de tus emociones. Pero también existen otros momentos, donde las imágenes tienden a revivir, inocentemente, la muerte de una construcción embalsamada. Y recuerdo sólo uno, porque me basta con él para despejar toda nube gris que busque ocultar la fuerza con que le sonreías a un cielo siempre atento a la exposición de sus lunas. Es el recuerdo de aquellos momentos en que, simultáneamente, nuestros ojos seguían los viajes de Marco Polo, y las tantas ciudades invisibles que logramos conocer mediante sus recorridos, y los nuestros, donde en cada lugar, al lado de un río o arriba de una micro, íbamos leyendo esporádicamente las múltiples formas de las ciudades visitadas por un viajero medieval que, en su humildad, enmudecía una y otra vez a Kublai Khan. 

jueves, 13 de septiembre de 2012

más no va.

Volviendo a esa sombra 
del presente y de un pasado
que viene nuevamente a 
pisar fuerte pero despacio.

El silencio abrupto de un
coro que convencía desde
su misma simplicidad a todo
devenir polvoriento de sismos
naturalmente emocionales. 

Es la caída fatal de un cuadro
pintado eufóricamente 
sobre un suelo de madera 
desfasado en su crujir.

El sentimiento rebelde de la
aurora y su arrepentimiento
en los valles secos de golpes
furibundos de rabia te hacen
tragar la amargura de la partida.

Es el desprendimiento inaceptable
de cada planta emergida de una
tierra diáfana de azar y profundidad
en secretos íntimos y miradas sonrientes.

Se van, ella vuela, se despide.

Y tú caminando vas, nuevamente,
bajo los escombros del desierto,
y una primavera novedosa 
de un extraño dolor, 
de un inolvidable amor.


domingo, 2 de septiembre de 2012

a solas


La soledad absoluta, abrupta y permanente del ser humano es el camino por excelencia para llegar a los estados de locura más desesperante, reproducibles y casi infinitos. La conversación grotescamente fugaz y efímera que establezco con mi conciencia se desarrolla con múltiples diálogos simultáneos, pasando de uno a otro de manera casi imperceptible, con una velocidad tal que sólo la pueden lograr las diversas preguntas y respuestas que van naciendo y muriendo de una manera tan similar como la corporalidad caótica de una llama de fuego. Si mi cuerpo se refugia sólo con su propio cuerpo en alguna calle solitaria, una casa vacía o simplemente transita mi cuerpo entre árboles, plantas, tierra, rocas maltratadas por las olas; vale decir, solo mi yo y la naturaleza, ese ser inabarcable e incompresible por todo intento pretensioso humano; mi cuerpo, entonces, deja a mi conciencia sólo con ella, una conciencia dialógica que, al parecer, se configura fantásticamente como una relación de dos personas, haciéndome ver, por momentos, y muy esperanzado a la vez, de que la soledad absoluta es imposible, que no se está solo, pues el diálogo, preguntas y respuestas, en última instancias, están interactuando. Por lo tanto, no hay nada que este solo. Sin embargo, esto es una preciosa mentira que nos puede dejar un poco tranquilo, calmos y seguros de nuestro desenvolvimiento solitario. Por el contrario, la soledad absoluta o la soledad ideológica que nos hace ver que la soledad no es tan soledad, es un estado no del todo nocivo y dañino para los seres humanos, al revés, es bastante revitalizador y humanamente necesario para el bienestar de nuestras vidas. El problema de este estado es su posterior naturalización o su permanente inmutabilidad en creer que es el estado existencial por excelencia para la superación y evolución de nuestros pensamientos, emociones y movimientos corporales. Es el groso y clásico error universal de la historia de la humanidad: no equilibrar tanto sus facultades humanas, psicológicas, sociales, políticas, morales, religiosas y eróticas. Equilibrar la soledad para que esta no vaya coloreando nuestra conciencia de diversos colores, olores y diálogos caóticos, fugaces, simultáneos, superpuestos, interpenetrados, consistentes y dialécticos, que no terminan más que por sumergirnos en la locura y nada más que con la locura, es un principio y ejercicio vital para el bienestar de la sociedad, por consecuencia, para nuestras vidas. Tampoco estoy rechazando la locura, al contrario, es una parte totalmente necesaria para la amplitud consciente de la humanidad y la naturaleza. Sólo que reducir nuestra existencia a su existencia es encadenar todos nuestros sentidos y monopolizar sólo una de nuestra facultades humanas, la del pensar de manera total en una soledad total. Es, por entonces, que emerge simultáneamente uno de los estados más emancipadores, hermosos, valiosos y vitales para todo ser vivo: la relación social y la relación con la naturaleza. La segunda puede dar pie a la locura, es cierto, pero siempre y cuando no hagamos dialogar nuestra conciencia con la misma naturaleza, de preguntarnos, por ejemplo, hasta dónde llega y cómo sigue siendo cada rama o brazo del árbol, para luego, dar unos pasos más y rodear o alejarnos del árbol y ver y responder cada una de nuestra preguntas por el propio árbol, es decir, el árbol nos responde sin respondernos humanamente, y concluir, finalmente, los límites y monstruosidad de dicho árbol. Así uno va aprendiendo y dialogando con la naturaleza, lo cual no es en ningún caso una locura paralizante, si es que no se le equilibrar con la social, claro. La relación social, la relación entre dos seres humanos, entre dos conciencias e inconsciencias totalmente distintas, dos cuerpos y emocionalidades completamente no-idénticas, es el estado en que logramos o podemos lograr comprensión, explicación, compañía, retroalimentación, sanación, diversión, tacto, amor, placer, rabia, dolor  y todo los elementos intelectuales, corporales y emocionales que hacen más libre a la humanidad, a la mujer, al hombre. No convivir e implicarse en alguno de los micro estados que ofrece la relación social, y estar en una completa y constante soledad, es limitar, obstaculizar y despotenciar la existencia de los componentes vitales de la relación social. Claramente que no toda relación social está libre de perversidad, egoísmo, cosificación y alienación, es decir, una relación social mercantilizada. La unión sagrada e histórica que logró la filosofía moral y social liberal con el economía política liberal consolidó un orden social tal que emergió dentro de ella una relación social con sus mismos principios y lógicas, naturalizándose como vital para la emancipación humana. Esta relación social si bien es fantasmagórica, no deja de ser importante, relevante y necesaria para su misma destrucción o transformación. Pues la negación que emergerá y que se tendrá que trabajar y practicar de manera corporal, emocional, sexual, política y social en general, saldrá en el mismo desenvolvimiento y movimiento de una relación social enajenada. Es por eso que, más allá de lo difícil e inaceptable, una relación social en general, genérica, independiente de sus formas, es el estado bajo el cual cualquier ser humano puede lograr su emancipación particular, universal y total.