
Es difícil, al menos para mi, mantener una armonía constante entre el malestar y la escritura. Cada vez que siento una especie de golpe o un firme garrotazo de la regularidad de la vida, o bien, alguna ínfima contradicción hipersensible entre la cadena de la sobre-vivencia; me veo en la necesidad de escribirlo y expresarlo para dejar registo de aquel sentimiento que, con la fuerza del tiempo y la distracción del engaño, se va diluyendo: se marcha el dolor de aquellos golpes y contradicciones; "los garrotazos de la vida" como decía La Colorina. Sin embargo, hay que hacer el intento de dejar huella de aquello; pues el registro, o el almacenamiento del malestar en algún rincón de la memoria, como diría Agustín de Hipona, se vuelve necesario para la condición de existencia, siempre en términos de sensibilidad. Es una necesidad para el recuerdo, que en sus límites del olvido conllevará a una reminiscencia saludable para el sufrimiento del presente, de la eternidad. Un malestar con el que supo convivir mediante de la escritura el caballero Kafka, en la vida con un diario de vida.