lunes, 1 de octubre de 2012

recordar

Redoblar los flujos internos del dolor son actos (o momentos) infernalmente dañinos. Pero es en el mismo daño donde se esconde, invisiblemente, la magnitud del amor y su tortuosa conservación. 

Tal como decía una maravillosa (y dolorosa) carta de un funeral, o sea, en la mismísima despedida de la muerte-como ahora: pájaros de la casualidad-; que recordar viene del latín recordis: re (de nuevo) cordis (corazón). O sea, es un pasado que más allá de volver a nuestra memoria, retorna silenciosamente por el corazón. Es el regreso de un pasado, o múltiples pasados, al presente, al aquí y ahora, a una situación que en su misma objetividad puede sobreidealizar las imágenes recordadas y así aumentar exponencialmente los sentimientos involucrados del recuerdo. Pero mi gran pregunta es: ¿Cómo se manifiesta entonces un recuerdo que en su misma naturaleza viene cargado ya de emociones y sentimientos? ¿Cómo enfrenta el ser humano un recuerdo bombeado ya por el mismo corazón? En otras palabras ¿Cómo convive el ser humano con imágenes emergidas del corazón que vuelven al presente transitando por encima del mismo corazón?

Este proceso doble, en que retorna por el corazón imágenes cargadas de amor, de corazón, implica no sólo la intensificación y la crudeza del amor que aún se conserva; sino también conlleva, en su mismo flujo, un dolor inevitable, y en su mismísima duplicidad, un dolor inabarcable. La simplicidad (y el fácil control) que podemos tener con ciertos recuerdos más banales y superficiales abren mucho más las probabilidades de trascender del pasado y su recuerdo-si es que existe la necesidad de hacerlo-. Pero en el caso del retorno permanente de las imágenes y momentos que brindó aquel amor, las posibilidades de trascender su dolor implicado se van haciendo más estrechas. La trascendencia (o evolución para los pretensiosos/as) del dolor es un trabajo difícil de realizar cuando internamente el amor emerge duplicado en el recuerdo. Tan difícil es la tarea por el sólo y simple hecho de que la trascendencia es posible en el real desprendimiento del objeto (sujeto) amado y la esfumación gradual tanto en la memoria como en el recordis.  Más imposible de lograr es cuando la negación y el rechazo al trabajo del desprendimiento se traduce en la conservación del amor, en una mantención emocional que rinde alegría y comodidad existencial, es decir, una inacabable presencia de sufrimiento. Sufrir es constitutivo a la existencia. Darle muerte a una muerte, desprenderse de un amor muerto, es detener el flujo interno del dolor. Es preguntarse por el camino que nos esconde definitivamente del rostro del amor, de la danza lunar de sus movimientos.


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