El sentimiento de condena y persecusión cotidiana te encierran transportándote a un mundo enjuiciador, castigador y severo con cada acción o disposición que quieras cambiar, transformar o simplemente reproducir. Es la vigilancia, la voz más oculta de la conciencia, quien regula todo pensamiento y práctica acorde a los intereses conscientes de una determinada visión de mundo, su origen corresponde a una consecuencia estructural histórica de tu vida que alimentó determinado mecanismo psicológico. Esta puede ir desde "es que mi religión no me lo permite, o este pensamiento y práctica no está dentro del marco cosmológico que yo consideré como herramienta intelectual válida para lograr recién a buscar la emancipación, hasta de "yo no creo que me la pueda", "esto no es para mi", o este pensamiento y práctica tienen un nivel de responsabilidad y complejidad que, de acuerdo a mi núcleo esencial de personalidad, es difícil que logre algún día realizar el fin esperado. Es, en otras palabras, una vigilancia proyectiva y una vigilancia patológica, respectivamente.
A la primera por supuesto no le corresponde solamente una visión de mundo religioso, sino económico, político, artístico y filosófico. Y no es tan peligroso como el patológico, aunque no deja de serlo, ya que puede alcanzar un nivel de racionalidad e intelectualidad antropológica pesadamente insoportable, anulando cualquier práctica o filosofía que escape a la racionalidad bajo la cual está conformada, y esto va tanto para las religiones, cosmovisiones, filosofías, economías, teologías, política, etcétera; en otras palabras, todo sistema explicativo o más o menos sistematizado que en su set de conceptos contribuyan llevar una vida ajena y distanciada del sufrimiento, ilusión, enajenación, desigualdad o cualquier término que resuma la condición existencial sufrida por el ser humano y que, puesta en su práctica, hará que seamos sujetos autónomos, libres, iluminados, emancipados, etcétera. Y digo peligroso en un sentido de que por muy buenas intenciones que tengan o que de alguna manera sume más que reste, no dejan de estar expuesta a lo que justamente es peligroso para toda existencia humana y social, de confundir el modelo con la realidad, con el efecto indirecto de levantar una policía que vaya encauzando consciente e inconscientemente las cosas de la realidad al lenguaje del modelo, invisivilizando cualquier acontecimiento u oportunidad de poner en práctica determinada disposición ajena a los códigos del esquema "siempre y eterno emancipador", haciendo de la vida una desenvoltura de ficción, una normatividad religiosa casi imperceptible.
A la primera por supuesto no le corresponde solamente una visión de mundo religioso, sino económico, político, artístico y filosófico. Y no es tan peligroso como el patológico, aunque no deja de serlo, ya que puede alcanzar un nivel de racionalidad e intelectualidad antropológica pesadamente insoportable, anulando cualquier práctica o filosofía que escape a la racionalidad bajo la cual está conformada, y esto va tanto para las religiones, cosmovisiones, filosofías, economías, teologías, política, etcétera; en otras palabras, todo sistema explicativo o más o menos sistematizado que en su set de conceptos contribuyan llevar una vida ajena y distanciada del sufrimiento, ilusión, enajenación, desigualdad o cualquier término que resuma la condición existencial sufrida por el ser humano y que, puesta en su práctica, hará que seamos sujetos autónomos, libres, iluminados, emancipados, etcétera. Y digo peligroso en un sentido de que por muy buenas intenciones que tengan o que de alguna manera sume más que reste, no dejan de estar expuesta a lo que justamente es peligroso para toda existencia humana y social, de confundir el modelo con la realidad, con el efecto indirecto de levantar una policía que vaya encauzando consciente e inconscientemente las cosas de la realidad al lenguaje del modelo, invisivilizando cualquier acontecimiento u oportunidad de poner en práctica determinada disposición ajena a los códigos del esquema "siempre y eterno emancipador", haciendo de la vida una desenvoltura de ficción, una normatividad religiosa casi imperceptible.
En cambio, la vigilancia patológica, ese árbitro implacablemente castigador-que ahoga inmediatamente cualquier señal de respirar, reprimir cualquier cambio existencial que conllevará a poner en práctica herramientas de autonomía- tiende a reducirte a la nada. La vida sentenciada tiene que esperar ahí en su silla la enunciación de la Ley, del orden, del lenguaje preescrito de vuestro mundo. Así como la llegada de la ley se posterga y no es más que una construcción permanente de una conciencia represora, dramática, satanizadora, melancólica y pesimista, y que la espera de la sentencia es un verdadero absurdo, viene también a entrar en este juicio el miedo, el terror, el sentimiento de criatura, donde no vendría mal una visión de mundo religiosa o política o cualquier sistema de ideas racionalizadas que explican un poco el mundo para instrumentalizarse como una teoría salvadora, una visión de mundo liberadora; pero lamentablemente el nivel de pesadez es, y para la mala suerte de Kundera, una insportable pesadez del ser. Y cualquier alternativa religiosa o científica del mundo es reducida violentamente por la invalidez de la personalidad, estando limitada para cualquier intento. El único sostén es el miedo de la espera a que llegue la sentencia, martillándose los pies y quedar completamente paralizado, una patología tal que se convierte en algo peligroso, en el buen sentido humano y moral de la palabra.
¿Cómo escapar de estos dos mecanismos reguladores de la conciencia? ¿Cómo podemos estar en un silencio absoluto con nuestro yo, y que ningún pensamiento culposo o religioso se presente y entable una conversación con nuestras conciencias? ¿O acaso pensar en alguna posibilidad de callar la voz oculta enjuiciadora u olvidarse de las ideas salvíficas que reglamentan nuestras conductas en pos de una estabilidad emocional es un verdadero absurdo? Es un real absurdo. No podemos vivir sin ordenándonos en y con en el mundo, con nuestras microscópicas interacciones. El ordenamiento salvífico de la lengua de nuestra conciencia es necesario, es sumamente vital para algo tan sencillo pero inadvertido, como lo es la sobrevivencia. El problema es que esta no se convierta en una ficción irreal, que no sobrepase lo que queremos y amamos en su debido momento de nuestro andar, para que las contradicciones cobren su legitimidad, y la negación imprevista siga siendo el motor para nuevas conclusiones.
Por lo visto, lo anterior no es a grandes rasgos un gran problema, pues estamos más cerca de un orden o vigilancia salvadora, clarificadora (¿clasificadora?) más de nuestro y a veces atormentado camino. El problema está en la conciencia negativa como esencia, la que se ha logrado incorporar de alguna manera en la cotidianeidad de los pensamientos paralizantes, se ha arraigado de tal manera que la consagramos como natural. De esta manera se puede desenvolver tranquilamente en su trabajo de destrucción, desequilibrando la más mínima estabilidad psíquica y emocional. Es el autoproclamado demonio insportable patológico de la conciencia. Sus armas son peligrosas. Te Asfixia. Te arrincona. Te detiene. Te invalida. Te humilla. Te vacía.
Hay que luchar contra el demonio, soplar bien fuerte para que se esfume su corporalidad, que no es más que un vapor fantasmal parido por el sentimiento de criatura. Sin embargo, no es un trabajo fácil. Se requiere de mucho andar para eliminarlo, de soportar sus permanentes sufrimientos. Es tan inteligente el demonio que se alimenta automáticamente de otros sentimientos sufribles y que a diferencia de él, son reales. Hablo del amor, del extrañar, del recordar, de toda ese océano sentimental que inunda la conciencia para pensar una y otra vez en la mujer que fue, desgastando todas las energías intelectuales para no solamente entender el porqué se acabó una relación tan fuerte e intensa, sino para entender también hasta cuándo va a durar todos los sentimientos desestabilizadores de ese mismo amor. El demonio se nutre de todo ello para preparar el tubo negro, invitándote a él y sumergirte en lo más profundo de su trayecto.
Hay que salir adelante amigo mío. Levantar los brazos. Enderezar los hombros y mirar al frente. Decir que es posible. Reconocer que el sufrimiento es parte de la vida, pero no aceptarlo pasivamente y dejar que nuble el progreso, la claridad de nuestra conciencia. No hay que desesperarse. La lucha es larga, y el corazón animal que llevamos es tan fuerte que soportará una y otra vez los balazos de esta negra conciencia y aturdido presente sentimental. No obstante, a veces, a rato, el único deseo es salir de la conciencia y correr y bailar y saltar y llorar, salir a buscar por un momento el éxtasis irracional, universal.
¿Cómo escapar de estos dos mecanismos reguladores de la conciencia? ¿Cómo podemos estar en un silencio absoluto con nuestro yo, y que ningún pensamiento culposo o religioso se presente y entable una conversación con nuestras conciencias? ¿O acaso pensar en alguna posibilidad de callar la voz oculta enjuiciadora u olvidarse de las ideas salvíficas que reglamentan nuestras conductas en pos de una estabilidad emocional es un verdadero absurdo? Es un real absurdo. No podemos vivir sin ordenándonos en y con en el mundo, con nuestras microscópicas interacciones. El ordenamiento salvífico de la lengua de nuestra conciencia es necesario, es sumamente vital para algo tan sencillo pero inadvertido, como lo es la sobrevivencia. El problema es que esta no se convierta en una ficción irreal, que no sobrepase lo que queremos y amamos en su debido momento de nuestro andar, para que las contradicciones cobren su legitimidad, y la negación imprevista siga siendo el motor para nuevas conclusiones.
Por lo visto, lo anterior no es a grandes rasgos un gran problema, pues estamos más cerca de un orden o vigilancia salvadora, clarificadora (¿clasificadora?) más de nuestro y a veces atormentado camino. El problema está en la conciencia negativa como esencia, la que se ha logrado incorporar de alguna manera en la cotidianeidad de los pensamientos paralizantes, se ha arraigado de tal manera que la consagramos como natural. De esta manera se puede desenvolver tranquilamente en su trabajo de destrucción, desequilibrando la más mínima estabilidad psíquica y emocional. Es el autoproclamado demonio insportable patológico de la conciencia. Sus armas son peligrosas. Te Asfixia. Te arrincona. Te detiene. Te invalida. Te humilla. Te vacía.
Hay que luchar contra el demonio, soplar bien fuerte para que se esfume su corporalidad, que no es más que un vapor fantasmal parido por el sentimiento de criatura. Sin embargo, no es un trabajo fácil. Se requiere de mucho andar para eliminarlo, de soportar sus permanentes sufrimientos. Es tan inteligente el demonio que se alimenta automáticamente de otros sentimientos sufribles y que a diferencia de él, son reales. Hablo del amor, del extrañar, del recordar, de toda ese océano sentimental que inunda la conciencia para pensar una y otra vez en la mujer que fue, desgastando todas las energías intelectuales para no solamente entender el porqué se acabó una relación tan fuerte e intensa, sino para entender también hasta cuándo va a durar todos los sentimientos desestabilizadores de ese mismo amor. El demonio se nutre de todo ello para preparar el tubo negro, invitándote a él y sumergirte en lo más profundo de su trayecto.
Hay que salir adelante amigo mío. Levantar los brazos. Enderezar los hombros y mirar al frente. Decir que es posible. Reconocer que el sufrimiento es parte de la vida, pero no aceptarlo pasivamente y dejar que nuble el progreso, la claridad de nuestra conciencia. No hay que desesperarse. La lucha es larga, y el corazón animal que llevamos es tan fuerte que soportará una y otra vez los balazos de esta negra conciencia y aturdido presente sentimental. No obstante, a veces, a rato, el único deseo es salir de la conciencia y correr y bailar y saltar y llorar, salir a buscar por un momento el éxtasis irracional, universal.
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