Rareza, sumergirse en la rareza. ¿Qué es lo
raro para mí? ¿Qué fue aquello a lo que lo sometí al más severo cuestionamiento
y deformación? La tensión entre mi yo y aquello extraño fue la fuerza natural
de la lucha por la identificación. O bien, la implicancia con el entorno (que en
términos sistémicos, que está tan de moda en la sociología chilena, el
acoplamiento estructural entre sistema y entorno).
En este caso, para mí, no
sería más que el acoplamiento entre la personalidad y el entorno. ¿Qué tanto
aporte puede entregar la diversidad de entornos? ¿Qué tanto sumamos a la
riqueza de nuestro espíritu lo multiforme que puede adquirir la tensión entre
nuestro yo y el entorno? Creo que mucho, y al decir mucho, puede que me caiga
un ladrillo ortodoxo del marxismo mecánico diciéndome: ¡posmoderno! Pero creo
que va más allá de eso, pues la diversidad de experiencias acumulada, y por
tanto, las tensiones vividas y revividas, son materia esencial para el aprendizaje
en el mundo, en la sociedad, en la naturaleza. Es retorno de la tensión generada por el divorcio entre el
espíritu y la naturaleza, entre el sujeto y el objeto. Los distintos dialectos
que genera la dialéctica de la experiencia acumulada es el principio mismo de
la aproximación de vivir la vida, de la coincidencia entre libertad y
necesidad, donde cada uno es simultáneamente la otra. La síntesis entre el
puedo y el quiero. Qué maravilla. Qué luces. Qué tinieblas. Todo es aún desconocido.
Es tan breve la existencia para tanta música nueva, dice un locutor de radio.
Pero yo digo, es tan breve la existencia para tanto mundo por conocer. Tantas
realidades que, en sus tinieblas, ocultan las razones verdaderas: y en todo
sentido, a nivel físico y social. ¿O no señores fenomenólogos? Perdón por
hablarles así, pero hay que reconocer que la negación de nuestras vidas es un
movimiento que produce y esconde a su vez. Sigamos caminando y preguntando... a
la vez.
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