Las muertes que te hicieron vivir son
inmortales. Se conservan a veces en la conciencia, se manifiesta de vez en
cuando en ese lugar, pero su posada siempre de llegada es en su pasado, en su
recuerdo, en su historia. El transcurso de la experiencia de la muerte sufre
procesos, movimientos que por unos momentos pensamos que alcanzaron un nivel
tal de estabilidad que no provocará más vivencias de nostalgia (claramente que
esta última no es más que una piedra en el camino). Pero esta vuelva a
aparecer, a veces la experiencia del recuerdo y el recuerdo de la experiencia
se unen en un solo sentimiento instintivo de desequilibrio, de una pequeña
perturbación, que aparece contra viento y marea hacia nuestras conciencias, a
meternos ruido, ruidos de arañazos, un ruido en silencio.
Cuando se cumple un ciclo de aquella muerte, de
su bomba de explosión vivencial, el recuerdo grita como una bestia, trae al
presente las imágenes, los llantos y las piedras pesadas que cayeron sobre
nuestros cuerpos que no terminarnos más que dejarnos huellas. Cuando se cumple
un ciclo, cuando se cierra una transición de la muerte, esta abre
implícitamente las puertas de su retorno, para entrar con estrépito y decirnos
que está prohibido olvidar tan pronto, que no es un reconocimiento a nuestra
condición de seres contradictorios y enfermos. Cuando se cumple un ciclo de una
muerte que entregó las fuerzas vitales de hacernos caminar con los hombros
bajos y así sentir que no es más que la pura expresión de la vida, el recuerdo
es inminente, debido la fuerza que porta.
Pero los ciclos están para revivir. Para la
continuación del proceso, donde en su
mismo desarrollo conlleva esos elementos del pasado. Es lindo recordar, porque
con la muy fuerza cuántica de su carácter, siempre habrá un lugar para el
principio, la no relatividad, la cual ha de encontrarse con una mayor fuerza,
una fuerza tal que el mismo recuerdo y su repaso por el corazón es sólo un saludo,
una simple atención para seguir mirando hacia adelante y caminar con nuevas preguntas. Así, la muerte y su ciclo, serán integradas como parte del mismo motor de la vida.
El problema seguirá siendo la pregunta de si el amor es realmente amor o es una expresión patógena de nuestra historia singular.
El problema seguirá siendo la pregunta de si el amor es realmente amor o es una expresión patógena de nuestra historia singular.
Mejor sigamos escuchando Spinetta.
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