Cuando hablamos del orden, ya sea para la organización de una sociedad o la estabilidad individual, siempre pensamos o nos ligamos a la idea de un estado relativamente quieto y regular. La noción de orden por la cual nos regimos y nos enseñan desde nuestra infancia, es el estado bajo el cual las regularidades de las prácticas o de las ideas se ejecutan dentro de la normalidad, sin ninguna inconveniencia tanto desde el interior de este funcionamiento como del exterior. Esta noción, la cual la podemos llamar logos o razón, es el patrón esquemático a priori que poseemos en nuestra estructura mental para coordinar nuestras acciones hacia un fin ordenado. Así como Parménides postulaba el orden de la realidad bajo los conceptos de un ser estático e inamovible, Aristóteles y Platón asociaban la felicidad – como un bien en sí mismo último al cual puede llegar todo ser humano- con la virtud de la templanza. Este último estado, el cual el hombre es capaz de controlar sus pasiones y poder moderarse en su comportamiento en consonancia con la razón, es la misma idea de estabilidad con la cual la mayoría del hombre ha vivido para el ordenamiento de la realidad y la unidad con el mundo. El orden social debe estar regido por la unidad del pensamiento de los hombres; el lugar en donde conviven y existe una pluralidad tanto de elementos como de pensamientos, se deben unificar bajo ciertos principios para alcanzar una realidad que sobreviva permanentemente, y más aún, imperecederamente. Esta unidad que permite el orden social no es una creación artificial ni espontánea, sino que arbitrariamente los hombres que componen una sociedad se van adaptando inconcientemente a un logos unificador. Uno de estos principios totales puede manifestarse bajo muchas formas: moral, normas, patria, nación, dios, ley, etc. El orden establecido por ciertos principios que no tienen por finalidad más que el orden permanente de la sociedad, tienen que defenderse y a la vez resistir a lo que podríamos llamar las contradicciones, ya sean internas o externas del orden establecidos. Estas oposiciones que se puede generar en la pluralidad del orden social pueden desembocar en transformaciones o cambios.
Es ante este devenir por el cual se puede ver amenazada una realidad unitaria, en donde una sociedad quizá fuertemente ordenada y establecida bajo principios inmanentes tanto para los habitantes del país o la ciudad, sufra contradicciones entre fenómenos que inherentemente son opuestos. Por ejemplo, un orden establecido bajo el principio religioso en donde la libertad individual queda subyugada a la voluntad de quien gobierne, es vulnerable a una posible contradicción entre los gobernados. La alta probabilidad de que se generen estas contradicciones y que a la vez resulten transformaciones depende de la pluralidad que exista dentro de ese orden social. Es decir, en el mismo orden religioso, el cual se mantiene por la unificación desde la voluntad de quien gobierne, no hay una alta pluralidad en la sociedad, sino más bien un cuidado fuertemente de la unidad, es muy probable que ante este escenario de baja tolerancia a lo diverso e inflexibilidad de nuevos pensamientos, en este caso religioso, se generen contradicciones en el funcionamiento de la sociedad. Lo mismo puede suceder, y que se da en la mayoría de las veces, en el orden político, en donde la figura del Estado, que bajo los gobiernos totalitarios que van en búsqueda de la utopía de un pensamiento único para la sociedad, resisten a las contradicciones y transformaciones que se generan producto de su inflexibilidad a la pluralidad de pensamientos.
La historia universal puede que sea un ejemplo empírico de estas constantes transformaciones con la que ha sido partícipe el mundo social; distintas formas de gobierno, diferentes ordenamientos sociales, luchas en pos del poder, guerras entre naciones y estados, etc. Mientras que por la dimensión física la naturaleza también está en constante flujo, la cual permite que el mundo en su materia este permanentemente transformándose, y que a su vez, repercuta en el orden social. La oposición de contrarios que contribuya a otros horizontes sociales y naturales, es la condición vital para que el hombre en su mayoría vaya experimentando sensaciones nuevas dignas de conocimiento. El problema actual ante el cual se está concibiendo el orden social, bajo los principios de unificación para resguardar a través del tiempo el pensamiento único, no le dan la suficiente libertad a ciertos sujetos para ejercer sus propias ideas. La estabilidad de la cual sosteníamos antes, o la templanza del ser humano para alcanzar el bienestar y así la felicidad, o el orden social visto desde prácticas culturales permanente y totalizadoras; no le dan la participación necesaria a la permanente transformación. No es que sea lo uno o lo otro, sino que debe haber un equilibrio entre ambas líneas de pensamientos, condición la cual no se da entre los que sostienen el poder y el bien-común de la sociedad; la cual ha internalizado la relación entre estabilidad y felicidad; o amor y fidelidad; modelo familiar y relación sexual; etc.
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