Es molestosa, para no decir dolorosa, la sensación de frustración, o eterna derrota. Tenía la convicción de que este modesto viaje por el sur de mi pais, bajo las condiciones de un viajero que busca abaratar dentro de lo posible los costos de trasporte y hospedaje, iba reactualizar positivamente mis intermitentes estados de amargura y decepción. Así como también la certeza de que los nuevos parajes verdosos y la cordialidad sureña de la gente iban a ser inyecciones anímicas para el comienzo de este nuevo año. Cayendo claramente en la creencia del tiempo anual como una constante nueva, y quizá feliz del tan bullicioso"feliz año nuevo".
No dudaba tampoco del rol terapéutico que podrían significar esas pequeñas experiencias que nacen bajo el gobierno del azar, pues eran lógicas sus apariciones, ya que no tenía ni destino específico de antemano al cual llegar; toda decisión era tomada si no por intuición, por recomendación. Era una vagancia sabrosa, una estado errante que limitaba entre la libertad y la nada. La única sujeción posible que podría sufrir aquel estado era estar constantemente absorbido por el vacío.
En realidad, para ser sincero, era una libertad colindante con la nada y el vacío hasta por ahí nomás; ya que sabía al menos el tiempo que iba a durar el mochileo y aparentemente el límite del sur al cual correspondían mis ganas y fuerzas. Hay que reconocer, lamentablemente, que en estas empresas la resistencia física es tan importante como la resistencia emocional. Esto lo reconozco por experiencias pasadas: hace aproximadamente cuatro años que emprendo viajes parecidos a estas condiciones, fuera y dentro del pais.
Es así, con un pequeño encuentro con el sabor de la vagancia, gobernada por el azar y la nada, que volví a vivir nuevas y buenas experiencias por el sur de mi pais; habitar en lugares inimaginables, ser querido y atendido por locatarios de pueblos escondidos y olvidados por el turismo comercial; aprender de la humildad casi absoluta y espontánea de los hijos del campo, de los pretendientes fieles de aquel cielo ultraestrellado que ninguna ciudad podrá observar; con un tiempo que distribuye su existencia de manera simple, respetuosa y elegante.
Sería injusto no recordar el contacto penetrante con el sagrado fuego que, sostenido por viejos y nuevos troncos de un bosque que transita más por lo privado que por lo público, supo arrancar las piedrecillas grises que habitualmente se renuevan en mi ser más pesimista; mencionar además que a su lado lo acompañaba el infinito diálogo que establecía el lago Vichuquén con su reducida arena. ¿ Sobre qué tema estarían hablando aquellos dos residuos? No tengo duda alguna que se trataba sobre la contaminación acústica con la que tenía que convivir nuestro lago, generada directamente por el paseo estresante de lanchas y yates de la burguesía nacional, la cual compró grotescamente casi toda la costa: hijos de puta.
En fin, creo que me extendería demasiado en recordar las pequeñas y significativas experiencias que, economicamente hablando, generaron plusvalor en la producción de mi supuesta rehabilitación en los pasillos de un viaje perfilado entre el azar y la lógica.
Sin embargo, esa inmutable sensación de fracaso y miseria casi ya constitutiva de mis pasos, tuvo la facilidad de anular casi por completo todo el beneficio obtenido por la simpleza de las nuevas experiencias. Esta vez el retorno del sentir opaco se originó por un hecho absurdo, injusto y evitable que no me atrevo aun de exponerlo ni menos narrarlo. Solamente lo presetaré como una acción o suceso decadente. Un cometido tan sencillo en que yo pasivamente participé para un objetivo colectivo de bienestar temporal del mochileo. Las consecuencias de aquel insignificante acto se vistió de símbolos denigrantes para cualquier joven ingenuo como yo; efectos con signos de torturas y humilliación. Puede que sea demasiado exagerado al confesar esto, pero no creo haber vivido una situación de sanción y buen encauzamiento, como dirían por ahí, que produjera tanto repudio a la relación entre yo y el mundo.
La serie de estas consecuencias simbólicas que hasta el momento no le adjudico más que el carácter de humillación y violación a la vida misma, puede ser - o maquillada si se pudiera decir- reconvertida a una experiencia de la juventud-nuevamente caigo en la creencia del tiempo segmentado- que no sea más que una lección y enseñanza; obviamente que si le adjudico ese valor positivo instructivo, la denominación de consecuencia simbólicas humillantes pasará a ser, como bien dije antes, a "nuevas experiencias". Pero es inútil, para no seguir sintiéndome idealista, reconvertir la humillación en lección, la tortura en nueva experiencia. Claramente que hay coherencia en esta perspectiva; pero es una coartada momentánea para la superación de lo vivido, o mejor dicho, sufrido.
Es, por lo tanto, el regreso de aquel sentimiento que solo tiene por sostén una pendiente negativa. Siendo capaz de anquilar todo recuerdo incoporado por las nuevas experiencias sencillas del viaje, las cuales son víctima de este hecho puntual absurdo que con su fuerza brutal comenzará a desfigurarme nuevamente el rostro, un rostro que ingenuamente comenzó a creer en lo saludable de un amigable verano. Un crudo verano.
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