La creencia de estar temporalmente juntos, con pocos desaciertos y nulos disentimientos susceptibles de extrañeza, ruptura e incomunicación, gobernaron por algunos días mi ingenua socialización del amor. Es la misma ingenuidad, acompañada con la poca costumbre, la que realza los defectos históricos incorporados en mi vida. Aquellos defectos, convivieron secundariamente entre nosotros ante el protagonismo de lo que tú, acertadamente, denominabas sincronía: esa fuerza armónica que no necesita de la razón para coordinar nuestras acciones y entendimientos; sólo bastaba la invisibilidad de lo que otros llaman Aura para conectar fluidamente nuestros mundos interiores. Una sincronización de nuestros mundos que se sujetaba con lo que nosotros mismos denominábamos mundo de V. El cual, con su dios en particular, hacía referencia al reino de todo lo romántico, afectivo y quijotesco. Era el trasfondo, idealmente sin límites, que estaba detrás de cualquier intercambio de piel, palabra y mirada que realizábamos.
El protagonismo de la sincronía, o la sobre valoración con la que lo caracterizábamos, relegaba de alguna forma mis defectos estructurales que, en un comienzo, sutilmente te los expresé, pero que en su debido proceso te lo demostré. Lo cual es muy diferente y grave. Más cuando si se trata, por mi parte, de una creencia temporalmente juntos, libre a corto plazo de ruptura, extrañeza e incomunicación.
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