Ha regresado un nuevo fantasma que recorre por las calles de nuestro país, es el fantasma de los movimientos sociales. Durante los últimos veinte años, Chile se ha caracterizado por sostener una sociedad que respeta silenciosamente el marco constitucional que dejó la dictadura de Pinochet. Nos destacábamos dentro de la región latinoamericana por tener uno de los sistemas sociales más seguro en lo político y más estable en lo económico. Se nos decía que nuestro modelo supo superar inteligentemente todas esas batallas ideológicas izquierdistas que tanto caracterizaron al mundo desde el comienzo del siglo XX hasta finales de los años ochenta. Volver a pensar, expresar o sólo murmurar la idea de que el Estado sea el principal garante y responsable de los servicios básicos que necesita cualquier ser humano, corría el riesgo de ser tildado de retrógrado, o como diría el mismo presidente Piñera en su última cuenta pública: “violentista”.
Pues claro, toda categoría positiva y ejemplar con la que caracterizaban a nuestro país los altos Estados desarrollados del mundo, y con la que además nos jactábamos prepotentemente dentro de la región latinoamericana-despreocupándonos de la convivencia interna con nuestros vecinos-, hizo proyectarnos una imagen país en vías de desarrollo, ordenado y seguro, que pasó por alto ciertos pilares fundamentales y necesarios para la consolidación real de un país que buscaba desesperadamente la llegada de la modernidad. Uno de estos pilares básicos necesarios, no sólo para el desarrollo moderno de un país, sino que para la existencia saludable de su sociedad, es el horizonte de la educación.
Este año será recordado por la llegada de la primavera de los movimientos sociales, presencia que ha venido despertando la larga siesta de nuestra sociedad. El movimiento estudiantil, integrado por universitarios y secundarios, junto con el apoyo de rectores, profesores, funcionarios y apoderados, ha puesto magistralmente el debate educacional en el centro del mundo político, tanto a nivel nacional como internacional. El debate, o la problemática necesaria e inmediata para muchos, tienen como principales elementos los temas de gratuidad, lucro, calidad y accesibilidad. En cuanto al primer punto, el cual estructura a todo el movimiento estudiantil a nivel nacional, ha sido un tema, o mejor dicho, un pecado para todo un sistema de educación (universitario) que opera bajo las lógicas del mercado capitalista. Dentro del sistema universitario, la educación, entendida como un derecho humano universal, circula por nuestra sociedad como una mercancía altamente rentable para la acumulación de riqueza de unos pocos: como lo representan las mismas palabras de nuestro ex ministro de educación Joaquín Lavín emitidas en un programa de televisión, “pude recuperar lo invertido con la Universidad del Desarrollo”.
Las universidades privadas con fines de lucro son quienes representan en su más alto grado la mercantilización capitalista de la educación, cobrando altísimos aranceles que son financiados en su mayoría por las mismas familias. Son los más altos de América Latina y uno de los cinco más altos de todo el mundo. Pero no sólo estas universidades cometen el descaro de esclavizar a miles de estudiantes a los créditos que suelen “beneficiarlos”, sino que son todas las universidades existentes hoy en nuestro país que cobran aranceles no muy diferentes de las universidades privadas. Las mal llamadas universidades “públicas” y “privadas sin fines de lucro”, son instituciones que también han sido cooptadas por la ley del mercado capitalista: ofreciendo carreras impagables para un estudiante que ha sido bendecido por el sistema crediticio universitario. Bajo este panorama, la gratuidad de la educación universitaria ha sido un tema tabú para la “sagrada” clase política de la pos-dictadura. Esta última, compuesta por los gobiernos de la derecha: Concertación, y por el actual gobierno de la derecha de la derecha: Coalición por el Cambio; nunca tuvieron la voluntad política para cambiar constitucionalmente el sistema universitario de Chile, para así abrir las posibilidades reales de tener una educación pública gratuita.
Es en este contexto, en donde la nueva generación universitaria, que más que “endeudados” por los aproximadamente veinte millones que van a tener que pagar una vez egresados de su carreras, están “indignados” de todo el sistema universitario y político en general; están construyendo un atmósfera política inmanentemente saludable para la vida social de nuestro país; o simplemente, están luchando por elementos básicos para el mismo proyecto esquizofrénico primermundista de nuestro Chile; los estudiantes son escépticos a las desgastadas nociones que nuestros gobernantes tienen de la “política”: todo dentro de la moneda y el parlamento y el partido. No más. De hecho, si nuestros gobernantes quieren aspirar a “lo moderno y desarrollado”, tienen que re-conceptualizar, ya sea en sus mentes o en sus trincheras partidistas, el significado de democracia y política. No pueden hablar de “acuerdo” (como la Ley General de Educación) sin tener en cuenta las pretensiones de los involucrados directos. No pueden ya legitimar decisiones y acciones políticas sin la participación de los actores involucrados, que suelen ser siempre, los afectados.
La ciudadanía, considerando dentro de esta las diferencias de clases que existe, respalda masivamente las demandas de los estudiantes secundarios y universitarios: según la encuesta CEP de Junio-Julio de este año, arrojó que cerca del 80% está de acuerdo con la principal demanda del movimiento estudiantil: el fin del lucro en la educación, desde los colegios particulares subvencionados hasta las universidades privadas. Este apoyo contradice todos los discursos agónicos de la clase política gobernante, la cual insiste que las demandas de los estudiantes están “sobre ideologizadas y politizadas”, cayendo en una profunda ignorancia, ya que todo movimiento social y demanda ciudadana hacia el gobierno se inscribe en lo político e ideológico. ¡Todo es ideológico y político! La misma práctica de lucrar, o la negativa del gobierno de no modificar la carga tributaria a quienes concentran el poder para financiar políticas sociales se inscribe en lo ideológico. Es lamentable que la clase política gobernante tenga que acudir a estas estrategias comunicacionales para satanizar las demandas de los estudiantes y mentirle sin ninguna vergüenza a, como le gusta decir al mismo presidente, “toooodos los chilenos”.
EL fantasma de los movimientos sociales en Chile está despertando, comienza a ser visto ya no sólo en nuestro país, sino es la misma prensa internacional que mira con atención lo sucedido en nuestro país. En Estados Unidos le llaman “invierno chileno”, en Argentina “crisis del modelo chileno”. Debe ser una vergüenza para el periodismo nacional saber que la mayoría de los estudiantes chilenos, mediante las redes sociales, no tienen otra más que informarse por las columnas del periodismo trasandino: objetividad que está a años luz del periodismo sensacionalista que opera en nuestros medios de comunicación. Reduciendo todo el movimiento estudiantil a violencia de encapuchados. Cuando estos nos representan para nada a los estudiantes. Le temen a este fantasma. Están tan asustados que lo tergiversan, no quieren reconocerlo, tienen que llamarlo “inútiles subversivos” o “infantilismo revolucionario” para no aceptar que el fantasma de la protesta está despertando, con nuevos métodos: más democráticos, creativos y artísticos. Este fantasma no es más que un producto del mismo modelo económico que, de a poco, “cava su propia tumba”.
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