Uh, acabo de llegar de la presentación de
Chinoy y aún sigo extasiado. En un comienzo este loco no me prendía, su voz me
parecía bastante monótona y su rasgeo demasiado desagradable. Poco a poco me fui
familiarizando con sus canciones. En un comienzo no era más que dos poesías
musicalizadas que me tendían a envolver, pero no lo lograban. Esto era natural,
pues creo que la vida anímica de uno tiene que lograr conectarse con los
fenómenos artísticos, pues si bien una obra de arte logra su objetivo de
atraerte emocional o intelectualmente, no logra del todo, de manera absoluta,
confundir y sintetizar el alma, tu alma, con lo creado, y el arte. Y claro,
siendo coherente, no faltaba más que mis nuevos estados anímicos, los desafíos
que el alma, mi alma, se tuvo que ver enfrentada con las negaciones,
contradicciones y desagarramientos de la realidad, del mundo, con los otros. En
ese tránsito tormentoso, donde la solidez espiritual no encuentra más que
intentos vanos de reconocerse, y que entrando en la preocupación, umbral de la
desesperación, derrama lágrimas y cuerpos heridos, entra, sigilosamente,
saludablemente, el arte, la música, Chinoy. Sus canciones, poesía armoniosa y
caótica a la vez, desvelando los secretos más oscuros de la vida anímica, del
alma, logran ser la identificación oportuna del extravío de la conciencia o, con palabras más quisquillosas, de la conciencia desventurada, desgraciada.
Puede que esté exagerando, un sofista de la crítica, pero me es imposible
ocultar la emoción que logró y ha logrado y acaba de lograr el arte animalesco
de la voz en vivo de Chinoy. Creo que sus mensajes calan hondo, a veces muy
difíciles de comprender. A mí me cuesta, y me sigue costando atajar su purga
psicoanalítica, pero lo que sí me parece fácil, y visible, sentible, es que el
corazón del animal que llevamos dentro se tiene que a veces expulsar, quizá
como lo intento de hacer ahora. Como un instante, sí, sólo
un instante. De libertad.
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