Lo inesperado, lo que incomoda y el cambio. Las resoluciones de las andanzas, de las preguntas respondidas por los pasos. El enfrentamiento a la pasada identificación, a la recomposición de la unidad fragmentada, separada, desprendida. Un nuevo proceso de reconocimiento, la lucha permanente de nuestra nueva identidad, el retorno del nosotros. Continúa la dinámica. Sí, sigue, avanza, arraigando y desarraigando, demoliendo y construyendo: riendo para llorar. Pero las miradas continúan con sus deseos insoportables, desesperantes. Punzan. La intranquilidad del espíritu-su sed de abismo y desaparición- limita con esta nueva transformación, devenir inmanente. Este lo engulle y lo libera para sí mismo, porque no es si no para sí mismo que la negación de la identificación emerge como producto necesario y vital para las resoluciones de las andanzas. El amor es una monstruosidad, ángel y demonio. Extra-ordinario. Las agujas diabólica que renacen en lucidez. Mientras los deseos personifican la caótica contradicción de nuestros espíritus, de las miradas, del cuerpo y la compenetración rítmica de los corazones, la idea vaga de la presencia, de tu presencia, devendrá inevitablemente en afirmación, propuesta, vale decir, esperanza hecha experiencia y viceversa.
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