Y esa quebradura eterna de tu voz,
serena mía; compañera de las
derrotas siempre injustas hacia
quienes no izamos el trapero
sucio de la forma cínica del amor.
Es tu sinceridad siempre cauta
y a veces, romántica, que nos
mantiene un horizonte frágil
de seguridad y sostén líquido
al tormento inefable concreto:
de la amargura, el viaje interior
que culmina la incomprensión
infinita de las interrogantes.
Eres tú, enemiga de la primavera
sonriente, eterna yerba seca.
Entre cada sorbo y humo que
mis sentido, siempre en la
caída futil, dialógan entre sí
para encontrar una forma de
respuesta a la razón, suprema
inmaculación de lo común;
no siguen el camino más
infitesimal que la perdición.
Enredado así, subyugado allá,
por las creencias de la más
simple palabra, envuelta de
autoridad: marchitan, caen,
mueren...
Y tú, compañera mía seguirás
allí, esperando blasfemia
alguna de odio a la constancia
del mismo aire inspirado.
Me enverdecerás más la yerba
siempre amarga; conducirás
el destino obediente del hilo
fino transparente hacia mis
pulmones. Caeras en mí,
caeré siempre a tu horizonte.
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