sábado, 21 de julio de 2012

superficie

El vacío enciende los pasos inseguros que rechazan la luz del Sol. Llegar a este último es tener al menos una claridad de la superficie que soporta los pasos. ¿Qué hay de soportable para una superficie que recibe pasos trémulos, sin peso, sin telos? La claridad sobre donde nos situamos deviene en oscuridad instantánea. Llegar al Sol implica tener un poco de conciencia sobre el proceso-superficie-que naturalmente nos llevará hacia él, fuego bestial. Aunque lo bestial no es el fin del fuego, sino la misma inseguridad que no permite ni siquiera afirmar el significado de la superficie y su puerto, el Sol. Esto es el vacío. Incertidumbre interminable. Caer a él desde un impulso absolutamente propio cierra de manera trascendental toda posibilidad de volar sin alas. Quedando sólo la posibilidad de reconocer lo no absoluto de la caída, es decir: ¡tengo más razones! que ¡no sólo son de mi propios pasos trémulos, sino la bravura de otra materia que anhelaba la formación y multiplicación de más materia a través de mi materia! Esta chispa de justicia es una pequeña apertura hacia  nuevas posibilidades de escapar del vacío paralizante. La superficie deviene así en un instante de claridad en medio de una oscuridad, del vacío. ¿Cómo convivir sobre una superficie que simultáneamente deviene en vacío y plenitud, por consecuencia, en oscuridad y claridad? ¿Cuál es entonces su consistencia para querer llegar al Sol? El problema inacabable es que toda superficie adquiere notoriedad por las mismas garras de la bestia del fuego, y a veces suele ser tan profunda, tan intensa, tan cercana su impacto de iluminar, clarificar y retener seguridad en los pasos, que inmediatamente suele enceguecer, oscurecer, vaciar, insegurizar. ¿De qué manera entonces el ser humano pone el límite temporal para vivir con seguridad si se mantiene en esta inacabable superficie orientada y desorientada? ¿Es el recuerdo una de las herramientas para ampliar la conciencia de nuestros pasos y caídas? ¿Por qué olvidar con tanto odio una  simple materia que cayó al vacío por su inseguridad e ignorancia de su superficie, y por consecuencia, del Sol? ¿Es lo suficientemente justo acribillar al verdugo con el olvido? ¿Son los efectos colaterales de la caída los únicos determinantes para juzgar al torpe que se cayó y al querer buscar posibilidades de reparar su caída sigue multiplicando sus efectos? ¿Es la superficie lo suficientemente invisible para sólo mostrar el reflejo más venenoso del fuego? ¿Es el tiempo un sujeto redentor del sufrimiento? ¿Es la distancia y su silencio el equilibrio de los reflejos de la bestia del fuego? ¿Queremos matar a quien en su propia caída nos ha dejado desnudo en medio del vacío? ¿Es eso el amor que odia? ¿O el odio que escapa del amor? El reconocimiento de la totalidad de la vida como una superficie orientable y no orientable es el acto puro de cualquier amor. Es el recuerdo un símbolo más de aquello. Y el deseo de querer llegar al Sol no parece una idea tan lunática. 

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