Más que las palabras y las cosas.
Piensas en la escritura pero tienes que leer
para sobrevivir o quieres leer para revivir. La incompatibilidad de ambas
prácticas en un solo instante empuja a que conduzcas tus energías en una sola
de ellas. Sin embargo, sobre toda las cosas y en última instancia, es la respiración la que se impone brutalmente.
Tenemos que respirar. Respiro luego existo. Luego, ya dando unos pasos más,
leo. La perdición del alma en la lectura y la tiranía de las palabras sobre un
mundo de imágenes en movimiento que limita con el infinito, hacen que, así como
de repente, olvidemos la consciencia de la respiración. Yo por lo menos me
olvido y puede que alguien más también. No lo sé. Pero cuando vuelvo sobre la
respiración: las imágenes, las palabras, los muertos y los vivos de la
creación, se destruyen. Se anulan. Y vuelve la conciencia y la respiración en
interacción, en su lenguaje. ¿Qué se puede llegar a sentir de esa serpiente? El
ritmo y la huella de su trayectoria en los misterios de nuestros cuerpos
conducen a una lenta conmoción de fuerzas ciegas innombrables. La respiración
ni sobrevive ni revive, sólo vive. Y digamos entonces que una de las batallas susurrantes
entre la lectura y la respiración es la que pone en tensión y conflicto la
sobrevivencia o la re-vivencia (tragedia-fantasía; impotencia-omnipotencia;
Joseph K.- Alonso Quijano) contra la vivencia. Por ahí, sólo digo que la
consciencia se fascina con el vórtice de la imaginación de las palabras y se
olvida completamente de la respiración. Con la intrínseca ambivalencia de que
ocurra viceversa.
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