Sol-edad y cervezas
Llegué a las bancas que están a la entrada de
La Chascona con una lata de cerveza. Me la tomé religiosamente con toda la
fuerza del sol en mi cara y las voces de los turistas que visitaban el
patrimonio burgués del ex candidato presidencial comunista chileno. Luego de
conseguirme fuego con una pareja de brasileños, es que llegué a la conclusión de
que aquel lugar es uno de los pequeños puntos de Santiago en que puedes
escuchar distintas lenguas del mundo y sentir así por un momento la sensación
de viajar por las culturas que están más allá del desierto y la cordillera.
Aparecen dos jóvenes vagos subiendo la escalera
de cemento que está a un costado de la entrada de La Chascona. Uno llevaba una
guitarra en la mano (le faltaba la primera cuerda) y el otro una botella de
cerveza sellada. No bien se percatan de mi soledad en sol y me preguntan: “¡Buena
flaco, ¿qué haces?”, “dialogo con el Sol”, le respondo (ya me había tomado la
cerveza). “Ven a sentarte con nosotros”, me dice uno. En ese entonces el sol ya
había calcinado toda mi conciencia persecutoria, por lo que no tuve ningún
segundo para evaluar la situación y desconfiar de su gesto amistoso. Fui hacia
donde ellos y me ofrecieron un vaso de cerveza. Mientras le daba a los primeros
sorbos, vi en ellos al prototipo del viajero descuidado alcohólico, haciendo
así del lugar turístico dos postales de la vagancia hippie chilena. Ricardo, el
guitarrero, me mostró su dentadura. Le faltaban varios dientes, pues me contó
que estuvo viviendo trece años en Europa integrando una banda de punk rock, y
que cuando estaba en su máximo romance con una chica de Luxemburgo, la policía
de Bélgica lo tomó preso y le dio una pateadura de aquellas que te dejan sin
dientes. Nunca me quiso contar toda la historia, porque ya estaba cansado de
narrarla tantas veces. Le dije que no me la contara, que era mucho mejor así.
Mientras
compartíamos nuestra admiración por Luca Prodan, me contó que el día anterior
en una fonda de fiestas patrias un amigo le vendió pasta base a dos lucas, y
que no podía haber estado más que feliz, ya que el resultado fue el mismo viaje
que invita la heroína. No quise cortarle la inspiración de su relato con
recordarle que Prodan huyó de Europa para dejar la heroína por una guitarra y
resucitar en Argentina. Era tanta la emoción de su nuevo descubrimiento, el
sentir la valiosa cualidad de la heroína en una simple y barata pasta base, que
abrió su morral y sacó el polvillo blanco que aún le quedaba. Su amigo sacó de
su bolsillo la pipa y comenzaron a quemar. Me ofrecieron con toda la inocencia
de un niño, y con esa misma inocencia me negué, sintiéndome a la vez un estúpido
pequeño-burgués, porque¿cómo podía haber estado compartiendo con ellos la lúcida
locura de Prodan rechazándole después el polvillo blanco con ecos de heroína?
Ricardo habló en inglés y un poco de alemán.
Conto hasta diez en griego y saludaba a los turistas de La Chascona en francés.
Luego del cuarto vaso de cerveza que me ofreció sacó su guitarra y comenzó a
cantar. Lo acompañé en la canción de El
baile de los que sobran de Los Prisioneros, Loca de Chico Trujillo y una cueca media tangueada. Me pasó su
guitarra y sólo punteé y canté la primera estrofa de Wish you here. Así fue como por un momento me sentí una postal
exótica más de los lugares turísticos de Santiago. Su amigo había desaparecido
hace ya un buen rato, cansado de haberle tirado mierda a toda la gente que no
tenía fuego para prender su cigarrillo, yéndose a perder por las calles pidiendo
encendedor. Ricardo, luego de haberle revelado mi inexperiencia en la heroína y
la cocaína y en cualquier droga sintética,
se paró frente a mí y proyectando suma autoridad me dijo “Mira loco, yo
te voy a explicar cómo es que se consume la heroína”. Fue entonces ahí cuando
pude comprender mejor la cuchara que pendía sobre su pecho. Pasaron unos diez
minutos más y comencé a extrañar mi estado de soledad anterior, haciendo el
amor con el Sol en plena banca. La pregunta sentenciadora que me hizo Ricardo
“¿Tú eres un burgués?”, fue el rayo cristalino que develó mi ficción del ser
errante. Me despedí del amigo Ricardo
con la excusa que tenía que ir a trabajar. Me fulguró con su mirada increpándome
“¡Me dejaron solo!”.
Cuando ya llegaba a Plaza Italia tomo mi
celular y veo que tenía una llamada perdida. Devuelvo la llamada y era Antonio,
¡Don Antonio Parra!, el fantasma de ochenta y cinco años que conocí una vez
vagando por las calles de Valparaíso. Nos encontramos en el “Triángulo de las Bermudas”,
etiqueta que le puso él a una esquina del pasaje Fisher, donde “la gente llega
y no sabe a dónde ir, se pierde”. Aquel día fue el primero de los dos días en
que compartimos caminando por las calles de Valpo. Lo invité a unos cafés con
medias lunas, como modo de intercambio a sus cátedras de historia social y
política del puerto; su paso por programas de radio teatro en Suecia y Chile; y su anécdotas de las muchas veces
que apareció en televisión y en la prensa. Fue él quien me reveló el sagrado
secreto de que Valparaíso fue diseñada por el pincel de un ángel borracho, que
la forma de sus calles y casas no tenían más que esa única explicación. Su
llamada fue un rayo. “Hola Patricio, ahora me acuerdo de ti, no podía acordarme
sólo con el registro de mi celular. Bueno, estoy en cama hace cuatro días, mi
salud ya no me deja caminar, y lo que más me duele hijo, es la soledad, he
estado llamando a la gente por celular pero todo me dicen que no pueden o que
tienen otras cosas que hacer. El doctor me dijo que toda la baja de mis
defensas se debía a la tristeza. Me siento muy solo y no sabes cuánto duele la
soledad. Espero no haberte molestado y ojalá nos veamos pronto. Muchas gracias
por escucharme y disculpa”. Me acordé inmediatamente de La Soledad de Los Moribundos de Elias y qué mal me sentí
convirtiendo automáticamente el profundo dolor de un alma humana en el título
de un libro. Qué cabeza más hueca. No sabía que responderle a Don Antonio, ¿qué
podría aportarle mi experiencia al viejo sabio de Antonio? “Búscame en Youtube”,
agregó, como si estuviese recurriendo a los últimos recursos para quedar en la
memoria de quien supo de su existencia y así escapar de la muerte haciéndose
inmortal. Mi visita a Don Antonio en mi próximo viaje al puerto es ineludible,
así como las cervezas y la música que le llevaré para acompañarlo. Ya tengo su
número y el rostro de su soledad.
La soledad en la vagancia resulta una lucha
permanente consigo mismo, es como si la conciencia estuviera rebatiendo
infinitas voces fantásticas y sentenciadoras. El Sol viene a socorrer a la
conciencia desventurada quemando con sus rayos todos los gritos de mis pájaros
y la cerveza ahoga todo el fuego fatuo que sube por mi estómago. ¿Qué se yo de
todo esto y al mismo tiempo qué soy yo en toda esta ficción? Soledad de la
marginación y del tiempo. Soledad en una muerte lenta y en una muerte
imperiosa. La soledad de la curtida vagancia y la vejez casi inválida son ellas
mismas lecciones reales que se presentan como dos garrotazos estruendosos sobre mi cabeza y que terminan por darle muerte a los rayos del Sol y a la cerveza como
falsos auxiliadores. Pájaros infames muertos por manos callosas.
Es genial como estás empezando a escribir, es un acto admirable, es más considero siempre que la narración en primera persona tiene algo mucho más interesante que de otra manera, pobre amigo, ojalá que lo vayas a ver príncipe protagónico de los amigos nostálgicos. un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Ernesto Antihual. Creo que la invitación al puerto se extiende también a los poetas con rostro cubierto de pelo.
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