El frío del sur
Cuando la sangre se ata por
miedo a desvergonzarse y a escuchar los primeros cantos herbáceos, se avecina
tranquilamente la música. Ella, armonía ardiente, pide unos minutos de silencio
y un momento de distensión para aclarar algunas cosas. Sin antes, por supuesto,
de que la sangre silencie su resistencia y diluya su imperio, confundiéndose
con los últimos coros herbáceos que se ven allá lejos acercándose. La
música, vestida ella sólo de poesía y sonido, de ritmos y golpes, evoca un
recuerdo y habla. Insolente y delirante, desempolva un pasado. Se Pronuncia. Se
asoma. Camina tranquilamente rasgando mi
cuerpo y mis manos, despertándome así de una tierna siesta. Deviene como un
vendaval bufónico del equilibrio siempre engañoso del gobierno del Yo.
Ascienden eufóricamente sus palabras, sus verdades, sus huellas originarias.
Provocando con su risa de duende el desorden y el retorno. No lo soñé, no lo soñé,
advierte ella. Perseverante e irreverente logra imponerse. Se asienta. Se
posiciona. Y me recuerda del fatuo frío del sur y su falsa amenaza. Puede que
seamos románticos perseguidos o miradas desventuradas a la hora de hacer frente
al frío, subraya la música. El frío del sur, concluye, evanescerá con la
ternura de nuestras preguntas, quienes no olvidarán alumbrar los desvíos que
niebla la ruta de los náufragos del miedo.
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