La soledad absoluta, abrupta y permanente del
ser humano es el camino por excelencia para llegar a los estados de locura más
desesperante, reproducibles y casi infinitos. La conversación grotescamente
fugaz y efímera que establezco con mi conciencia se desarrolla con múltiples
diálogos simultáneos, pasando de uno a otro de manera casi imperceptible, con
una velocidad tal que sólo la pueden lograr las diversas preguntas y respuestas
que van naciendo y muriendo de una manera tan similar como la corporalidad
caótica de una llama de fuego. Si mi cuerpo se refugia sólo con su propio
cuerpo en alguna calle solitaria, una casa vacía o simplemente transita mi
cuerpo entre árboles, plantas, tierra, rocas maltratadas por las olas; vale
decir, solo mi yo y la naturaleza, ese ser inabarcable e incompresible por todo
intento pretensioso humano; mi cuerpo, entonces, deja a mi conciencia sólo con
ella, una conciencia dialógica que, al parecer, se configura fantásticamente como
una relación de dos personas, haciéndome ver, por momentos, y muy esperanzado a
la vez, de que la soledad absoluta es imposible, que no se está solo, pues el
diálogo, preguntas y respuestas, en última instancias, están interactuando. Por
lo tanto, no hay nada que este solo. Sin embargo, esto es una preciosa mentira
que nos puede dejar un poco tranquilo, calmos y seguros de nuestro
desenvolvimiento solitario. Por el contrario, la soledad absoluta o la soledad
ideológica que nos hace ver que la soledad no es tan soledad, es un estado no
del todo nocivo y dañino para los seres humanos, al revés, es bastante
revitalizador y humanamente necesario para el bienestar de nuestras vidas. El
problema de este estado es su posterior naturalización o su permanente
inmutabilidad en creer que es el estado existencial por excelencia para la
superación y evolución de nuestros pensamientos, emociones y movimientos
corporales. Es el groso y clásico error universal de la historia de la
humanidad: no equilibrar tanto sus facultades humanas, psicológicas, sociales,
políticas, morales, religiosas y eróticas. Equilibrar la soledad para que esta
no vaya coloreando nuestra conciencia de diversos colores, olores y diálogos
caóticos, fugaces, simultáneos, superpuestos, interpenetrados, consistentes y
dialécticos, que no terminan más que por sumergirnos en la locura y nada más
que con la locura, es un principio y ejercicio vital para el bienestar de la
sociedad, por consecuencia, para nuestras vidas. Tampoco estoy rechazando la
locura, al contrario, es una parte totalmente necesaria para la amplitud
consciente de la humanidad y la naturaleza. Sólo que reducir nuestra existencia
a su existencia es encadenar todos nuestros sentidos y monopolizar sólo una de
nuestra facultades humanas, la del pensar de manera total en una soledad total.
Es, por entonces, que emerge simultáneamente uno de los estados más
emancipadores, hermosos, valiosos y vitales para todo ser vivo: la relación
social y la relación con la naturaleza. La segunda puede dar pie a la locura, es cierto, pero siempre
y cuando no hagamos dialogar nuestra conciencia con la misma naturaleza, de
preguntarnos, por ejemplo, hasta dónde llega y cómo sigue siendo cada rama o
brazo del árbol, para luego, dar unos pasos más y rodear o alejarnos del árbol y
ver y responder cada una de nuestra preguntas por el propio árbol, es decir, el
árbol nos responde sin respondernos humanamente, y concluir, finalmente, los límites y monstruosidad de dicho árbol. Así uno va aprendiendo y
dialogando con la naturaleza, lo cual no es en ningún caso una locura
paralizante, si es que no se le equilibrar con la social, claro. La relación
social, la relación entre dos seres humanos, entre dos conciencias e
inconsciencias totalmente distintas, dos cuerpos y emocionalidades
completamente no-idénticas, es el estado en que logramos o podemos lograr
comprensión, explicación, compañía, retroalimentación, sanación, diversión,
tacto, amor, placer, rabia, dolor y todo
los elementos intelectuales, corporales y emocionales que hacen más libre a la
humanidad, a la mujer, al hombre. No convivir e implicarse en alguno de los
micro estados que ofrece la relación social, y estar en una completa y
constante soledad, es limitar, obstaculizar y despotenciar la existencia de los
componentes vitales de la relación social. Claramente que no toda relación
social está libre de perversidad, egoísmo, cosificación y alienación, es decir,
una relación social mercantilizada. La unión sagrada e histórica que logró la
filosofía moral y social liberal con el economía política liberal consolidó un
orden social tal que emergió dentro de ella una relación social con sus mismos
principios y lógicas, naturalizándose como vital para la emancipación humana.
Esta relación social si bien es fantasmagórica, no deja de ser importante,
relevante y necesaria para su misma destrucción o transformación. Pues la
negación que emergerá y que se tendrá que trabajar y practicar de manera
corporal, emocional, sexual, política y social en general, saldrá en el mismo
desenvolvimiento y movimiento de una relación social enajenada. Es por eso que,
más allá de lo difícil e inaceptable, una relación social en general, genérica,
independiente de sus formas, es el estado bajo el cual cualquier ser humano
puede lograr su emancipación particular, universal y total.
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