jueves, 15 de noviembre de 2012

mañana


Mañana te veré después de casi un mes sin ni siquiera verte desde muy lejos. Puede que también mañana te toque, sí, te toque, contacte mi piel junto a la tuya, que no es sino una forma sutil de comenzar a hacer el amor, aunque sé que estamos muy lejos de eso, tan lejos de que lo más probable que nunca volvamos a compenetrarnos de la forma en que lo hacíamos, como una enredadera, una liana. Pero no importa, no pretendo llegar tan lejos después de no vernos por casi un mes, sólo me basta volver a verte, a bajarte de una vez por todas a la tierra, esfumándose implacablemente  las mil y un fantasía que logró construir mi cabeza de tu belleza, de tu personalidad,  de tu cuerpo, y miles de cualidades idealizada que sólo un ser enamorado puede construir ante la ausencia casi absoluta de lo deseado, lo amado.
Sinceramente ahora estoy más tranquilo, pues sólo bastó tu llamada para confirmarme la cita de mañana, después de que transcurrieran sólo unas miserables veintitrés horas en que no me respondieras el último mensaje que te envié, preguntándote que día te acomodaba más para concertar una junta y vernos definitivamente, ya que el día y la hora que te propuse no te acomodaba, ya que a esa hora “tengo otras cosa que hacer”. Qué lamentable para mi saber que esa tan simple respuesta, tan sincera, legítima y justificada negativa, pudiera generar el motor del dolor, ese inevitable sentimiento de criatura que arranca y cae a tal violencia, que consume poco a poco mi trabajada estabilidad. Sentir y comenzar a creer que ya no se es más  la parte central, o ya no se es más uno de los ejes principales de la vida de la persona que uno ama, y que te enrostren el lugar que verdaderamente ocupas, que ni siquiera puede ser secundario, sino terciario, o simplemente alguien más dentro del abanico de personas que puede fácilmente ser parte de la recreación de la vida de la mujer que amas; comenzar a creer todo eso y más aún, pensar de que ese “tengo otra cosas que hacer” implicara estar con otra persona, otro hombre, la construcción de una nueva relación, otro amor, y ya tú pasas a ser un amigo, una linda experiencia de la vida que sólo le corresponde un cariño, esa idea, esa negra y dañina idea, ya no sólo desestabiliza, sino que hunde el pecho de una forma tan insoportable, que lo único motivo de la existencia, del aquí y ahora, es buscar una solución para sentirse bien, humildemente bien, una búsqueda desesperada de sentido, de seguridad, de tocar algo sólido, apoyarse en una muralla, sentarse en el suelo, y respirar al menos un segundo, o dos, o simplemente el tiempo suficiente para preguntarte cómo fue posible que el amor haya llegado tan fuerte, de cómo la vida te haya dado esa vuelta de mano, y que nunca te imaginabas en una situación así, porque tus múltiples discursos de años anteriores sobre el absurdo de ser pareja disfrazaban una fortaleza tal que nunca te llevaron a pensar la magnitud de lo que se siente cuando se está en soledad enamorado, de que la diferencia entre una soledad desenamorada y una soledad enamorada es infinitamente abismal, grosera, brutal, que no te deja tiempo ni siquiera para estar al menos una semana bien, estable, tranquilo, y respirar. 

Pero hoy me llamaste, dejando pasar casi un día completo sin responderme el último mensaje que te mandé y haber dado pie a mi autopersecusión, y me preguntaste cómo estaba, y yo te dije que bien, como si realmente estuviera bien, y es en estas respuestas en que te preguntas lo absurdo que son las preguntas del cómo estás en cualquier inicio de una conversación, es imposible que alguien te diga que está mal a la primera, pues tienen que intercambiarse más de quince mensajes para preparar por lo menos el territorio de expulsar el sincero mundo interior, y como las llamadas de celulares son tan cortas, tan banales, tan como son los mismos celulares, plásticas, no iba a ser esta vez la excepción  para ser sincero y decirte, sabes, no estoy muy bien, tu ausencia corporal me tiene bien intranquilo, tan inestable que mi sistema nervioso está mostrando sus primeros síntomas, pues el cuerpo me pica por todas parte hace más de un mes, he estado tomando pastillas para estabilizarme física y emocionalmente, y que lo más probable sea porque no te he visto por casi un mes, que se deba a sentir la realidad de no estar más contigo, de no dormir más contigo, de no ver películas juntos, de no leer simultáneamente el mismo libro tirado en la cama, de no discutir y discutir más de religiones, de cuerpo, de no ver más oscilar tus caderas, de no comprarte más  chirimoyas y llevártelas apenas sales de tu trabajo y ver tu rostro abruptamente feliz dándome las gracias, de no hacer más el amor artístico, ese que implicaba tiempo y respiración y aceites y juegos y bailes y ocurrencias y, sobretodo, lágrimas, de no mirar juntos tampoco el cielo de noche y pelar el cable con extraterrestres, aunque claro, yo siempre fui el escéptico que intentaba amortiguar tu lucidez o fantasía, o que ya no esté más junto al paseo diario nocturno de la perra humana fumando tabaco, o que se deba simplemente a no hablar bajo el lenguaje de nuestros besos, de nuestros cuerpos, porque esencialmente esa fue la piedra angular que nos mantenía juntos, la real comunicación de nuestros cuerpos, de nuestros besos, de nuestro lúcido entendimiento. Ya ves, no te podía decir todo eso en un miserable celular y justificar así el porqué de no estar bien, así que preferí mentirte con un estoy bien, de que mañana sí puedo juntarme contigo más temprano y tengamos más tiempo de mirarnos a los ojos y a los labios y así tú puedas ir tranquilamente a tu "otras cosas que hacer". Nos vamos a encontrar en la banca que está  frente al Galpón Víctor Jara, mismo lugar donde nos conocimos bailando besando, y haberle dejado bien en claro al público presente de aquella noche que no sólo se baila con los pies, sino con los labios, que el beso es capaz de crear su propia lengua universal, compartida y aprendida posteriormente por nuestros cuerpos. Nos volveremos a ver nuevamente en esa plaza, la Brasil, para luego caminar hacia el bar que me gustaría que conozcas, que quiero que lo conozcas no sólo para que te deleites del lugar y el ambiente, sino porque con la misma seguridad en que sé que te va a gustar, es que también quiero de que me recuerdes cuando vayas otra vez a ese bar no ya conmigo, sino con otras personas, o con otro hombre, o con quien sea,  y dejar así mi huella, mi nombre, una sobrevivencia de mi ego en tu yo, y más aún, dejar firmado en ese lugar, como en muchos otros, el nosotros, y aunque claro,  quizá se te olvide a la tercera vez que regreses, o quizá nunca vuelvas a ese bar porque simplemente no te gustó, quién sabe, pero es probablemente el último intento que haga para dejarte algún recuerdo, sí, un recuerdo en cuanto vuelvas a ese lugar, porque si yo o tú vuelva a entrar al bar en que nos encontraremos mañana conversando, discutiendo, peleando o llorando, no sólo (re)pasarás una misma puerta o  te (re) sentará en una misma silla, sino que (re) pasaras nuevamente por el corazón que hizo huella, sí, tú lo sabes, re-cordis, recordar, volver a pasar por el corazón de un nosotros que es cada vez más tú y cada vez más yo. Y gracias por llamar.