jueves, 30 de enero de 2014

san mateo

El telón de fondo azul. A veces más plateado y otras veces más oscuro. Así pensaba el mar que estaba frente a mí desde una de las playas de Valparaíso. Me preguntaba cómo describiría Proust la costa del pacífico. O en realidad cualquier imagen que me impresiona de este puerto. Que no son pocas. Pero no sé si el buen gusto de Proust congenie con la verborrea callejera de sus calles. Tal vez Proust sea un excelente viñamarino y no soporte ver cómo un guardia borracho de autos nocturnos orine a destajo sobre la vereda, salpicando fácilmente a quien transite por su lado; o bien cómo los indigentes –o personas en situación de calle, para los buenos cristianos- limpian someramente sus pies amarillos en mitad de la vereda. Así como tampoco podría tener la certeza de su resistencia olfativa a los estrechos callejones de barrio puerto, composición escatológica de pescado y orina. La verdad que desconozco la mirada aristócrata del frágil Marcel. Tan sólo podría mencionar la existencia de un antagonismo cultural. Y puede que mi snobismo proustsiano siga buscando allá donde realmente no haya nada. Pensando palabras impresionistas de alta cultura para las marginalidades del puerto. Tal vez se hace innecesario aquel ejercicio, ya que el valor de la cultura porteña y sus personajes no necesitan de ninguna mirada o pluma ajena, son ellos mismos quienes por largos años han sacado su voz narrativa de la pura y misma experiencia, excluyendo todo intento de exotización. En fin, mejor habrá que terminar con el afrancesamiento de la vagabundeada porteña y pensar en lo cálida que estaba el agua de la playa esta vez. Uno no sólo sumerge su cuerpo entero dentro del agua salada, sino también sumerge toda realidad externa a la uniforme meditación submarina. Son unos segundos de escape, de animalidad, de libertad. 

lunes, 27 de enero de 2014

Huir

Ya estoy cansado. Me recojo. A veces me contraigo como un chancho de tierra cuando este, de espalda en el suelo, recibe un golpecito con la punta del dedo en su barriga. Así creo haber estado estos dos últimos días en mi cama. Yo y mi rostro. Mi rostro y mi almohada. Acomodo a esta última para que mantenga ese bulto suave y acolchonado para el depósito tierno de mis mejillas y el silencio gradual de la desesperación de mi conciencia. Necesito descansar mi cabeza. La bofeteada que me propinó el desenfreno del último sábado vino a evidenciar, una vez más, mi inestabilidad. Aún desconozco la explicación de mi breve huida del mundo. Tal vez el misterio de una huella o la simple voluntad de un dios. O una diosa.  No lo sé. Quizás es oportuno economizar los supuestos y dejarlo como la simple síntesis de la casualidad de los acontecimientos. Danza de una realidad devenida en advertencia. ¿Qué me quisieron decir?  ¿Advertirme sobre el carácter amenazante de los psicotrópicos para la frágil búsqueda de paz de mi espíritu? Por supuesto, la sensación inválida de un cuerpo dañado –aunque el mismo hecho ya  de tener una sensación implica algún cierto grado de validez- luego de un feroz desplome sobre la indiferencia de los adoquines viene a enunciar un mayor autocuidado en los pasos solitarios que, otariamente,  voy dando.  Si no fuera por la presencia casual de un otro, espectador de mi caída, no sé cuánto tiempo más hubiese estado ahí, inconscientemente postrado, sobre el lomo del monstruo nocturno. Mi único grado de consciencia era una simple, fugaz e inconsistente percepción de estímulos deformes que apuntaban hacia mí. ¿Estás bien? ¿Andas solo? ¿Quieres café? Mi única hazaña de manifestar algún mínimo de dominio de sí fue el piadoso movimiento de mis pestañas. ¡Arde mi rodilla, bombea mi hombro! Luchar por abrir los ojos y tener al menos una imagen, deformada o no, se convertía en acción titánica. Debido a que, justamente, formular, gestar, parir o expulsar alguna y cualquiera palabra se hacía imposible.  Por eso es que  la búsqueda de alguna imagen devenida en ancla era el único canal salvífico para sentirme real y afirmar mi conciencia en ella. Así es como a veces imagen y palabra relevan sus fuerzas sanadoras. Sin embargo, la búsqueda no cesaba. Te vas. Vuelas. Y vuelves para volver a volar. Fue el instante atómico e infinitesimal de una muerte perseguida. Creada. Allá donde el ansia de alimentar ridículamente los puntos de fuga se funden con los carruajes del miedo. 

lunes, 6 de enero de 2014

Por un acto de libertad

Por favor, necesito escribir un rato, un poco. ¡Oh, quehaceres vanos, desaten mis manos y pónganlas en libertad, ya! ¿Cuánto podrá soportar el espíritu su encierro y silencio? Las manos, los dedos y la escritura devienen, devienen. Devienen como acto histórico de liberación. Lanzan al espíritu volar como un pájaro eufórico y bestial. ¡Misterioso! Y mientras el viento se confunde con el despliegue del espíritu, las palabras estallan como la única necesidad de conmocionar la pasión de un viaje hacia la libertad.