El telón de fondo azul. A veces más plateado y
otras veces más oscuro. Así pensaba el mar que estaba frente a mí desde una de
las playas de Valparaíso. Me preguntaba cómo describiría Proust la costa del
pacífico. O en realidad cualquier imagen que me impresiona de este puerto. Que
no son pocas. Pero no sé si el buen gusto de Proust congenie con la verborrea
callejera de sus calles. Tal vez Proust sea un excelente viñamarino y no
soporte ver cómo un guardia borracho de autos nocturnos orine a destajo sobre
la vereda, salpicando fácilmente a quien transite por su lado; o bien cómo los
indigentes –o personas en situación de calle, para los buenos cristianos-
limpian someramente sus pies amarillos en mitad de la vereda. Así como tampoco
podría tener la certeza de su resistencia olfativa a los estrechos callejones
de barrio puerto, composición escatológica de pescado y orina. La verdad que
desconozco la mirada aristócrata del frágil Marcel. Tan sólo podría mencionar
la existencia de un antagonismo cultural. Y puede que mi snobismo proustsiano siga
buscando allá donde realmente no haya nada. Pensando palabras impresionistas de
alta cultura para las marginalidades del puerto. Tal vez se hace innecesario
aquel ejercicio, ya que el valor de la cultura porteña y sus personajes no
necesitan de ninguna mirada o pluma ajena, son ellos mismos quienes por largos
años han sacado su voz narrativa de la pura y misma experiencia, excluyendo
todo intento de exotización. En fin, mejor habrá que terminar con el
afrancesamiento de la vagabundeada porteña y pensar en lo cálida que estaba el
agua de la playa esta vez. Uno no sólo sumerge su cuerpo entero dentro del agua
salada, sino también sumerge toda realidad externa a la uniforme meditación
submarina. Son unos segundos de escape, de animalidad, de libertad.
"Escribe cualquier cosa. Que sea verdad o mentira no tiene importancia. Habla, pero habla con ternura, pues es toda la ayuda que puedes prestar. Construye una barricada de palabras, tanto da lo que signifiquen". -John Berger-
jueves, 30 de enero de 2014
lunes, 27 de enero de 2014
Huir
Ya estoy cansado. Me recojo. A veces me
contraigo como un chancho de tierra cuando este, de espalda en el suelo, recibe
un golpecito con la punta del dedo en su barriga. Así creo haber estado estos
dos últimos días en mi cama. Yo y mi rostro. Mi rostro y mi almohada. Acomodo a
esta última para que mantenga ese bulto suave y acolchonado para el depósito
tierno de mis mejillas y el silencio gradual de la desesperación de mi
conciencia. Necesito descansar mi cabeza. La bofeteada que me propinó el desenfreno
del último sábado vino a evidenciar, una vez más, mi inestabilidad. Aún
desconozco la explicación de mi breve huida del mundo. Tal vez el misterio de
una huella o la simple voluntad de un dios. O una diosa. No lo sé. Quizás es oportuno economizar los
supuestos y dejarlo como la simple síntesis de la casualidad de los
acontecimientos. Danza de una realidad devenida en advertencia. ¿Qué me
quisieron decir? ¿Advertirme sobre el
carácter amenazante de los psicotrópicos para la frágil búsqueda de paz de mi
espíritu? Por supuesto, la sensación inválida de un cuerpo dañado –aunque el
mismo hecho ya de tener una sensación implica
algún cierto grado de validez- luego de un feroz desplome sobre la indiferencia
de los adoquines viene a enunciar un mayor autocuidado en los pasos solitarios
que, otariamente, voy dando. Si no fuera por la presencia casual de un
otro, espectador de mi caída, no sé cuánto tiempo más hubiese estado ahí,
inconscientemente postrado, sobre el lomo del monstruo nocturno. Mi único grado
de consciencia era una simple, fugaz e inconsistente percepción de estímulos
deformes que apuntaban hacia mí. ¿Estás bien? ¿Andas solo? ¿Quieres café? Mi
única hazaña de manifestar algún mínimo de dominio de sí fue el piadoso
movimiento de mis pestañas. ¡Arde mi rodilla, bombea mi hombro! Luchar por
abrir los ojos y tener al menos una imagen, deformada o no, se convertía en
acción titánica. Debido a que, justamente, formular, gestar, parir o expulsar
alguna y cualquiera palabra se hacía imposible.
Por eso es que la búsqueda de
alguna imagen devenida en ancla era el único canal salvífico para sentirme real
y afirmar mi conciencia en ella. Así es como a veces imagen y palabra relevan sus fuerzas sanadoras. Sin embargo, la búsqueda no cesaba. Te vas. Vuelas. Y
vuelves para volver a volar. Fue el instante atómico e infinitesimal de una
muerte perseguida. Creada. Allá donde el ansia de alimentar ridículamente los
puntos de fuga se funden con los carruajes del miedo.
lunes, 6 de enero de 2014
Por un acto de libertad
Por favor, necesito escribir un rato, un poco. ¡Oh,
quehaceres vanos, desaten mis manos y pónganlas en libertad, ya! ¿Cuánto podrá
soportar el espíritu su encierro y silencio? Las manos, los dedos y la
escritura devienen, devienen. Devienen como acto histórico de liberación. Lanzan
al espíritu volar como un pájaro eufórico y bestial. ¡Misterioso! Y mientras el
viento se confunde con el despliegue del espíritu, las palabras estallan como
la única necesidad de conmocionar la pasión de un viaje hacia la libertad.
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