lunes, 27 de enero de 2014

Huir

Ya estoy cansado. Me recojo. A veces me contraigo como un chancho de tierra cuando este, de espalda en el suelo, recibe un golpecito con la punta del dedo en su barriga. Así creo haber estado estos dos últimos días en mi cama. Yo y mi rostro. Mi rostro y mi almohada. Acomodo a esta última para que mantenga ese bulto suave y acolchonado para el depósito tierno de mis mejillas y el silencio gradual de la desesperación de mi conciencia. Necesito descansar mi cabeza. La bofeteada que me propinó el desenfreno del último sábado vino a evidenciar, una vez más, mi inestabilidad. Aún desconozco la explicación de mi breve huida del mundo. Tal vez el misterio de una huella o la simple voluntad de un dios. O una diosa.  No lo sé. Quizás es oportuno economizar los supuestos y dejarlo como la simple síntesis de la casualidad de los acontecimientos. Danza de una realidad devenida en advertencia. ¿Qué me quisieron decir?  ¿Advertirme sobre el carácter amenazante de los psicotrópicos para la frágil búsqueda de paz de mi espíritu? Por supuesto, la sensación inválida de un cuerpo dañado –aunque el mismo hecho ya  de tener una sensación implica algún cierto grado de validez- luego de un feroz desplome sobre la indiferencia de los adoquines viene a enunciar un mayor autocuidado en los pasos solitarios que, otariamente,  voy dando.  Si no fuera por la presencia casual de un otro, espectador de mi caída, no sé cuánto tiempo más hubiese estado ahí, inconscientemente postrado, sobre el lomo del monstruo nocturno. Mi único grado de consciencia era una simple, fugaz e inconsistente percepción de estímulos deformes que apuntaban hacia mí. ¿Estás bien? ¿Andas solo? ¿Quieres café? Mi única hazaña de manifestar algún mínimo de dominio de sí fue el piadoso movimiento de mis pestañas. ¡Arde mi rodilla, bombea mi hombro! Luchar por abrir los ojos y tener al menos una imagen, deformada o no, se convertía en acción titánica. Debido a que, justamente, formular, gestar, parir o expulsar alguna y cualquiera palabra se hacía imposible.  Por eso es que  la búsqueda de alguna imagen devenida en ancla era el único canal salvífico para sentirme real y afirmar mi conciencia en ella. Así es como a veces imagen y palabra relevan sus fuerzas sanadoras. Sin embargo, la búsqueda no cesaba. Te vas. Vuelas. Y vuelves para volver a volar. Fue el instante atómico e infinitesimal de una muerte perseguida. Creada. Allá donde el ansia de alimentar ridículamente los puntos de fuga se funden con los carruajes del miedo. 

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