domingo, 7 de julio de 2013

Ya más loco.



Las muertes que te hicieron vivir son inmortales. Se conservan a veces en la conciencia, se manifiesta de vez en cuando en ese lugar, pero su posada siempre de llegada es en su pasado, en su recuerdo, en su historia. El transcurso de la experiencia de la muerte sufre procesos, movimientos que por unos momentos pensamos que alcanzaron un nivel tal de estabilidad que no provocará más vivencias de nostalgia (claramente que esta última no es más que una piedra en el camino). Pero esta vuelva a aparecer, a veces la experiencia del recuerdo y el recuerdo de la experiencia se unen en un solo sentimiento instintivo de desequilibrio, de una pequeña perturbación, que aparece contra viento y marea hacia nuestras conciencias, a meternos ruido, ruidos de arañazos, un ruido en silencio.

Cuando se cumple un ciclo de aquella muerte, de su bomba de explosión vivencial, el recuerdo grita como una bestia, trae al presente las imágenes, los llantos y las piedras pesadas que cayeron sobre nuestros cuerpos que no terminarnos más que dejarnos huellas. Cuando se cumple un ciclo, cuando se cierra una transición de la muerte, esta abre implícitamente las puertas de su retorno, para entrar con estrépito y decirnos que está prohibido olvidar tan pronto, que no es un reconocimiento a nuestra condición de seres contradictorios y enfermos. Cuando se cumple un ciclo de una muerte que entregó las fuerzas vitales de hacernos caminar con los hombros bajos y así sentir que no es más que la pura expresión de la vida, el recuerdo es inminente, debido la fuerza que porta.

Pero los ciclos están para revivir. Para la continuación del proceso,  donde en su mismo desarrollo conlleva esos elementos del pasado. Es lindo recordar, porque con la muy fuerza cuántica de su carácter, siempre habrá un lugar para el principio, la no relatividad, la cual ha de encontrarse con una mayor fuerza, una fuerza tal que el mismo recuerdo y su repaso por el corazón es sólo un saludo, una simple atención para seguir mirando hacia adelante y caminar con nuevas preguntas. Así, la muerte y su ciclo, serán integradas como parte del mismo motor de la vida.

El problema seguirá siendo la pregunta de si el amor es realmente amor o es una expresión patógena de nuestra historia singular.

Mejor sigamos escuchando Spinetta.