domingo, 23 de diciembre de 2012

Valparaiso




                Tus monstruosidades de la costa dejan bien en claro tu esencia. Barcos inmensos y pequeños, desde corporalidades absolutamente herméticas hasta una simple piel de madera desgastada. Las aves cansadas de tanta libertad buscan algún espacio en las diversas proas que, inmutables, miran la pintura de aquel ángel borracho que diseñó tus calles, edificios y casas. Albergan en tus mal llamados cerros, que no son otra cosa que lomas superpuestas unas tras otras, diferentes casas de latas oxidadas recogidas alguna vez en la orilla del mar, de rocas y piedras importadas –dicen- de Europa central, casas de múltiples materiales de segunda, tercera o cuarta mano. Departamentos fiscales coloridos, espaciosos y comunitarios que, junto a casas aristocráticas y sus respectivos jardines decimonónicos, dejar bien en claro que la arquitectura es por definición un hecho social. Verde claro, plomo, rosado, celeste, verde agua, blanco, rojo, fucsia, verde oscuro, naranja, e infinitos colores y combinaciones visten tu cuerpo empinado, desobediente y caótico; y que pronto, en cosa de minutos, encenderás tranquilamente cada faro de tus esquinas, para recordarle así a tus habitantes que ha llegado la noche y que es tiempo ya de que se sumen a levantar el festival de una ciudad que  sabe perfectamente cómo iluminar el océano pacífico.
                Valparaíso, tus calles arrinconan corazones, extravían conciencias y, sobretodo, cansan las piernas. No hay mejor lugar para un prisionero de la gran ciudad venir a sentir su propio corazón, dialogar con su perturbada conciencia y activar un poco su estático cuerpo. Pues muy bien debes saber que el caminar perdidamente sobre tus arterias impregnadas de agua salada, encontrarse con esquinas, casas y miradores surreales, sentir la soberanía del peatón sobre tus estrechas calles y, por supuesto, disfrutar como los perros callejeros indignados deben reconocer y acatar ciertos derechos felinos; hacen de ti, querido puerto, el lugar paradigmático de la sanación, introspección, del cuidadoso despliegue de nuestras consciencias, de su reconocimiento histórico, desequilibrado y pulsional. Eres, simplemente,  la santa purificación del alma.   
                 No hay motivo de olvido, ni razón de indiferencia. El brazo fraterno de tus cerros y la extensa tela de tus faldas podaron las largas hojas que ensombrecían mis potencias reales. Porque es justamente acá donde por fin voy comprendiendo eso de que se me dijo alguna vez “esto no es real”. Así como experimenté desde calidad de espectador lo que no era real, acá vivencio una y otra vez que mi conciencia también se miente, se autodestruye, se daña, sufre con imágenes y futuros irreales. Hay que respirar, escucharse, calmarse, así para entender de a poco, paso a paso, que somos seres históricos, dialécticos, que el sometimiento a un determinado mecanismo psíquico es superable, y que todas las fantasías y emociones paralizantes que deriven de él, no rechazarlas ni eliminarlas, sino más bien enfrentarlas, asirlas y callarlas. De que todo esto es aprendizaje, es la superación atravesada por contradicciones permanentes: como tus mismísimas calles, donde todo se une y desune, continuidad en la discontinuidad; como nuestras vidas, nuestros amores.  
               


viernes, 21 de diciembre de 2012

Ante la naturaleza.

Me oyó y me respondió con voz alterada: "Es verdad. Es aquí que se ve la naturaleza. He aquí la morada sagrada del entusiasmo. ¿Un hombre ha sido dotado de genio?, abandona la ciudad y sus habitantes. Le gusta, según las inclinaciones de su corazón, mezclar sus llantos con el cristal de una fuente; llevar flores a una tumba; aplastar con pie liviano la grama tierna de una pradera; atravesar con pasos lentos los campos fértiles; contemplar los trabajo de los hombres; huir al fondo de los bosques. Le gusta su horror secreto. Anda errante.  Busca un antro que lo inspire. ¿Quién mezcla su voz con el torrente que cae de la montaña? ¿Quien siente lo sublime de un lugar desierto? ¿Quién se escucha en el silencio de la soledad? Es él. Nuestro poeta habita en las orillas de un lago. Pasea su vista por las aguas, y su genio se extiende. Allí es sobrecogido por este espíritu, a veces tranquilo, a veces violento, que eleva su alma o que la calma a su gusto. ¡Oh Naturaleza, todo lo que es bueno está encerrado en tu seno! ¡Eres la fuente fecunda de todas las verdades! En este mundo sólo la virtud y la verdad son dignas de ocuparme. El entusiasmo nace de un objeto de la naturaleza. Si el espíritu lo ha visto bajo unos aspectos llamativos y diversos, está ocupado, agitado, atormentado por él. La imaginación se acalora; la pasión se agita. Uno está sucesivamente atónito, emocionado, indignado, encolerizado. Sin el entusiasmo, o la idea verdadera no se presenta, o, si por azar se encuentra, no se puede perseguir...El poeta siente el momento del entusiasmo; es después de haber meditado. Se anuncia en él por un estremecimiento que empieza en el pecho, y que pasa de una manera deliciosa y rápida, hasta las extremidades de su cuerpo. Pronto ya no es un estremecimiento; es un calor fuerte y permanente que lo abrasa, que lo hace jadear, que lo consume, que lo mata; pero que da el alma, la vida a todo lo que toca. Si este calor se acrecentara más, los espectros se multiplicarían ante él. Su pasión se elevaría casi hasta el grado de furor. No conocería más alivio que vertir afuera un torrente de ideas que se empujan, se chocan y acosan".

Dorval.

viernes, 7 de diciembre de 2012

salir de la conciencia


El sentimiento de condena y persecusión cotidiana te encierran transportándote a un mundo enjuiciador, castigador y severo con cada acción o disposición que quieras cambiar, transformar o simplemente reproducir. Es la vigilancia, la voz más oculta de la conciencia, quien regula todo pensamiento y práctica acorde a los intereses conscientes de una determinada visión de mundo, su origen corresponde a una consecuencia estructural histórica de tu vida que alimentó determinado mecanismo psicológico. Esta puede ir desde "es que mi religión no me lo permite, o este pensamiento y práctica no está dentro del marco cosmológico que yo consideré como herramienta intelectual válida para lograr recién a buscar la emancipación, hasta de "yo no creo que me la pueda", "esto no es para mi", o este pensamiento y práctica tienen un nivel de responsabilidad y complejidad que, de acuerdo a mi núcleo esencial de personalidad, es difícil que logre algún día realizar el fin esperado. Es, en otras palabras, una vigilancia proyectiva y una vigilancia patológica, respectivamente.
A la primera por supuesto no le corresponde solamente una visión de mundo religioso, sino económico, político, artístico y filosófico. Y no es tan peligroso como el patológico, aunque no deja de serlo, ya que puede alcanzar un nivel de racionalidad e intelectualidad antropológica pesadamente insoportable, anulando cualquier práctica o filosofía que escape a la racionalidad bajo la cual está conformada, y esto va tanto para las religiones, cosmovisiones, filosofías, economías, teologías, política, etcétera; en otras palabras, todo sistema explicativo o más o menos sistematizado que en su set de conceptos contribuyan llevar una vida ajena y distanciada del sufrimiento, ilusión, enajenación, desigualdad o cualquier término que resuma la condición existencial sufrida por el ser humano y que, puesta en su práctica, hará que seamos sujetos autónomos, libres, iluminados, emancipados, etcétera. Y digo peligroso en un sentido de que por muy buenas intenciones que tengan o que de alguna manera sume más que reste, no dejan de estar expuesta a lo que justamente es peligroso para toda existencia humana y social, de confundir el modelo con la realidad, con el efecto indirecto de levantar una policía que vaya encauzando consciente e inconscientemente las cosas de la realidad al lenguaje del modelo, invisivilizando cualquier acontecimiento u oportunidad de poner en práctica determinada disposición ajena a los códigos del esquema  "siempre y eterno emancipador", haciendo de la vida una desenvoltura de ficción, una normatividad  religiosa casi imperceptible. 
En cambio, la vigilancia patológica, ese árbitro implacablemente castigador-que ahoga inmediatamente cualquier señal de respirar, reprimir cualquier cambio existencial que conllevará a poner en práctica herramientas de autonomía- tiende a reducirte a la nada.  La vida sentenciada tiene que esperar ahí en su silla la enunciación de la Ley, del orden, del lenguaje preescrito de vuestro mundo. Así como la llegada de la ley se posterga y no es más que una construcción permanente de una conciencia represora, dramática, satanizadora, melancólica y pesimista, y que la espera de la sentencia es un verdadero absurdo, viene también a entrar en este juicio el miedo, el terror, el sentimiento de criatura, donde no vendría mal una visión de mundo religiosa o política o cualquier sistema de ideas racionalizadas que explican un poco el mundo  para instrumentalizarse como una teoría salvadora, una visión de mundo liberadora; pero lamentablemente el nivel de pesadez es, y para la mala suerte de Kundera, una insportable pesadez del ser. Y cualquier alternativa religiosa o científica del mundo es reducida violentamente por la invalidez de la personalidad, estando limitada para cualquier intento. El único sostén es el miedo de la espera a que llegue la sentencia, martillándose los pies y quedar completamente paralizado, una patología tal que se convierte en algo peligroso, en el buen sentido humano y moral de la palabra.

¿Cómo escapar de estos dos mecanismos reguladores de la conciencia? ¿Cómo podemos estar en un silencio absoluto con nuestro yo, y que ningún pensamiento culposo o religioso se presente y entable una conversación con nuestras conciencias?  ¿O acaso pensar en alguna posibilidad de callar la voz oculta enjuiciadora u olvidarse de las ideas salvíficas que reglamentan nuestras conductas en pos de una estabilidad emocional es un verdadero absurdo? Es un real absurdo. No podemos vivir sin ordenándonos en y con en el mundo, con nuestras microscópicas interacciones. El ordenamiento salvífico de la lengua de nuestra conciencia es necesario, es sumamente vital para algo tan sencillo pero inadvertido, como lo es la sobrevivencia. El problema es que esta no se convierta en una ficción irreal, que no sobrepase lo que queremos y amamos en su debido momento de nuestro andar, para que las contradicciones cobren su legitimidad, y la negación imprevista siga siendo el motor para nuevas conclusiones.

Por lo visto, lo anterior no es a grandes rasgos un gran problema, pues estamos más cerca de un orden o vigilancia salvadora, clarificadora (¿clasificadora?) más de nuestro y a veces atormentado camino. El problema está en la conciencia negativa como esencia, la que se ha logrado incorporar de alguna manera en la cotidianeidad de los pensamientos paralizantes, se ha arraigado de tal manera que la consagramos como natural. De esta manera se puede desenvolver tranquilamente en su trabajo de destrucción, desequilibrando la más mínima estabilidad psíquica y emocional. Es el autoproclamado demonio insportable patológico de la conciencia. Sus armas son peligrosas. Te Asfixia. Te arrincona. Te detiene. Te invalida. Te humilla. Te vacía.
Hay que luchar contra el demonio, soplar bien fuerte para que se esfume su corporalidad, que no es más que un vapor fantasmal parido por el sentimiento de criatura. Sin embargo, no es un trabajo fácil. Se requiere de mucho andar para eliminarlo, de soportar sus permanentes sufrimientos. Es tan inteligente el demonio que se alimenta automáticamente de otros sentimientos sufribles y que a diferencia de él, son reales. Hablo del amor, del extrañar, del recordar, de toda ese océano sentimental que inunda la conciencia para pensar una y otra vez en la mujer que fue, desgastando todas las energías intelectuales para no solamente entender el porqué se acabó una relación tan fuerte e intensa, sino para entender también hasta cuándo va a durar todos los sentimientos desestabilizadores de ese mismo amor. El demonio se nutre de todo ello para preparar el tubo negro, invitándote a él y sumergirte en lo más profundo de su trayecto.
Hay que salir adelante amigo mío. Levantar los brazos. Enderezar los hombros y mirar al frente. Decir que es posible. Reconocer que el sufrimiento es parte de la vida, pero no aceptarlo pasivamente y dejar que nuble el progreso, la claridad de nuestra conciencia. No hay que desesperarse. La lucha es larga, y el corazón animal que llevamos es tan fuerte que soportará una y otra vez los balazos de esta negra conciencia  y aturdido presente sentimental. No obstante, a veces, a rato, el único deseo es salir de la conciencia y correr y bailar y saltar y llorar, salir a buscar por un momento el éxtasis irracional, universal.

jueves, 15 de noviembre de 2012

mañana


Mañana te veré después de casi un mes sin ni siquiera verte desde muy lejos. Puede que también mañana te toque, sí, te toque, contacte mi piel junto a la tuya, que no es sino una forma sutil de comenzar a hacer el amor, aunque sé que estamos muy lejos de eso, tan lejos de que lo más probable que nunca volvamos a compenetrarnos de la forma en que lo hacíamos, como una enredadera, una liana. Pero no importa, no pretendo llegar tan lejos después de no vernos por casi un mes, sólo me basta volver a verte, a bajarte de una vez por todas a la tierra, esfumándose implacablemente  las mil y un fantasía que logró construir mi cabeza de tu belleza, de tu personalidad,  de tu cuerpo, y miles de cualidades idealizada que sólo un ser enamorado puede construir ante la ausencia casi absoluta de lo deseado, lo amado.
Sinceramente ahora estoy más tranquilo, pues sólo bastó tu llamada para confirmarme la cita de mañana, después de que transcurrieran sólo unas miserables veintitrés horas en que no me respondieras el último mensaje que te envié, preguntándote que día te acomodaba más para concertar una junta y vernos definitivamente, ya que el día y la hora que te propuse no te acomodaba, ya que a esa hora “tengo otras cosa que hacer”. Qué lamentable para mi saber que esa tan simple respuesta, tan sincera, legítima y justificada negativa, pudiera generar el motor del dolor, ese inevitable sentimiento de criatura que arranca y cae a tal violencia, que consume poco a poco mi trabajada estabilidad. Sentir y comenzar a creer que ya no se es más  la parte central, o ya no se es más uno de los ejes principales de la vida de la persona que uno ama, y que te enrostren el lugar que verdaderamente ocupas, que ni siquiera puede ser secundario, sino terciario, o simplemente alguien más dentro del abanico de personas que puede fácilmente ser parte de la recreación de la vida de la mujer que amas; comenzar a creer todo eso y más aún, pensar de que ese “tengo otra cosas que hacer” implicara estar con otra persona, otro hombre, la construcción de una nueva relación, otro amor, y ya tú pasas a ser un amigo, una linda experiencia de la vida que sólo le corresponde un cariño, esa idea, esa negra y dañina idea, ya no sólo desestabiliza, sino que hunde el pecho de una forma tan insoportable, que lo único motivo de la existencia, del aquí y ahora, es buscar una solución para sentirse bien, humildemente bien, una búsqueda desesperada de sentido, de seguridad, de tocar algo sólido, apoyarse en una muralla, sentarse en el suelo, y respirar al menos un segundo, o dos, o simplemente el tiempo suficiente para preguntarte cómo fue posible que el amor haya llegado tan fuerte, de cómo la vida te haya dado esa vuelta de mano, y que nunca te imaginabas en una situación así, porque tus múltiples discursos de años anteriores sobre el absurdo de ser pareja disfrazaban una fortaleza tal que nunca te llevaron a pensar la magnitud de lo que se siente cuando se está en soledad enamorado, de que la diferencia entre una soledad desenamorada y una soledad enamorada es infinitamente abismal, grosera, brutal, que no te deja tiempo ni siquiera para estar al menos una semana bien, estable, tranquilo, y respirar. 

Pero hoy me llamaste, dejando pasar casi un día completo sin responderme el último mensaje que te mandé y haber dado pie a mi autopersecusión, y me preguntaste cómo estaba, y yo te dije que bien, como si realmente estuviera bien, y es en estas respuestas en que te preguntas lo absurdo que son las preguntas del cómo estás en cualquier inicio de una conversación, es imposible que alguien te diga que está mal a la primera, pues tienen que intercambiarse más de quince mensajes para preparar por lo menos el territorio de expulsar el sincero mundo interior, y como las llamadas de celulares son tan cortas, tan banales, tan como son los mismos celulares, plásticas, no iba a ser esta vez la excepción  para ser sincero y decirte, sabes, no estoy muy bien, tu ausencia corporal me tiene bien intranquilo, tan inestable que mi sistema nervioso está mostrando sus primeros síntomas, pues el cuerpo me pica por todas parte hace más de un mes, he estado tomando pastillas para estabilizarme física y emocionalmente, y que lo más probable sea porque no te he visto por casi un mes, que se deba a sentir la realidad de no estar más contigo, de no dormir más contigo, de no ver películas juntos, de no leer simultáneamente el mismo libro tirado en la cama, de no discutir y discutir más de religiones, de cuerpo, de no ver más oscilar tus caderas, de no comprarte más  chirimoyas y llevártelas apenas sales de tu trabajo y ver tu rostro abruptamente feliz dándome las gracias, de no hacer más el amor artístico, ese que implicaba tiempo y respiración y aceites y juegos y bailes y ocurrencias y, sobretodo, lágrimas, de no mirar juntos tampoco el cielo de noche y pelar el cable con extraterrestres, aunque claro, yo siempre fui el escéptico que intentaba amortiguar tu lucidez o fantasía, o que ya no esté más junto al paseo diario nocturno de la perra humana fumando tabaco, o que se deba simplemente a no hablar bajo el lenguaje de nuestros besos, de nuestros cuerpos, porque esencialmente esa fue la piedra angular que nos mantenía juntos, la real comunicación de nuestros cuerpos, de nuestros besos, de nuestro lúcido entendimiento. Ya ves, no te podía decir todo eso en un miserable celular y justificar así el porqué de no estar bien, así que preferí mentirte con un estoy bien, de que mañana sí puedo juntarme contigo más temprano y tengamos más tiempo de mirarnos a los ojos y a los labios y así tú puedas ir tranquilamente a tu "otras cosas que hacer". Nos vamos a encontrar en la banca que está  frente al Galpón Víctor Jara, mismo lugar donde nos conocimos bailando besando, y haberle dejado bien en claro al público presente de aquella noche que no sólo se baila con los pies, sino con los labios, que el beso es capaz de crear su propia lengua universal, compartida y aprendida posteriormente por nuestros cuerpos. Nos volveremos a ver nuevamente en esa plaza, la Brasil, para luego caminar hacia el bar que me gustaría que conozcas, que quiero que lo conozcas no sólo para que te deleites del lugar y el ambiente, sino porque con la misma seguridad en que sé que te va a gustar, es que también quiero de que me recuerdes cuando vayas otra vez a ese bar no ya conmigo, sino con otras personas, o con otro hombre, o con quien sea,  y dejar así mi huella, mi nombre, una sobrevivencia de mi ego en tu yo, y más aún, dejar firmado en ese lugar, como en muchos otros, el nosotros, y aunque claro,  quizá se te olvide a la tercera vez que regreses, o quizá nunca vuelvas a ese bar porque simplemente no te gustó, quién sabe, pero es probablemente el último intento que haga para dejarte algún recuerdo, sí, un recuerdo en cuanto vuelvas a ese lugar, porque si yo o tú vuelva a entrar al bar en que nos encontraremos mañana conversando, discutiendo, peleando o llorando, no sólo (re)pasarás una misma puerta o  te (re) sentará en una misma silla, sino que (re) pasaras nuevamente por el corazón que hizo huella, sí, tú lo sabes, re-cordis, recordar, volver a pasar por el corazón de un nosotros que es cada vez más tú y cada vez más yo. Y gracias por llamar.

lunes, 29 de octubre de 2012

martes, 23 de octubre de 2012

recto

La ideología masculina penetra en lo más oculto de los deseos de la mujer, de verse acompañada, amparada y protegida por un tiempo en que ella y él se creen lo suficientemente preparados para construir una vida en pareja. La convicción, seguridad y rigidez de las decisiones del hombre actúan como fetiches sexuales y amorosos para el mundo femenino, depositando en él toda la debilidad reprimida de la mujer, sublimándola con pasos seguros y fuertes en el devenir de su vida aún no completamente trabajada.

martes, 2 de octubre de 2012

gato

A unos pasos desde donde escribo yacen los últimos respiros de vida de un glorioso gato que cayó violentamente sobre mi patio, luego de una estrecha y ruidosa batalla por el tejado de mi casa. A decir verdad, la distancia entre el tejado y la superficie de mi patio no sobrepasan los dos metros, por lo que es imposible para la habilidad de un gato morir con esa distancia. De seguro, el querido gato, que en estos momentos aún mueve sus patas y su cuello se estira hacia atrás, como buscando algún pedazo de oxígeno que le permita seguir aún con vida, se golpeó azarosamente con el macetero que está pegado a la pandereta y por debajo del tejado. Debió haberse quebrado la columna con el borde del macetero, algo por el estilo. Sus gritos, su cara de desesperación, sus últimos esfuerzos de buscar un sitio adecuado para morir, y sus últimas vueltas caóticas de resistencia ante la llegada de la muerte, son algunos signos que se asoman esta noche en el patio de mi casa. El cuerpo del querido gato que está a mi lado se ha dejado de mover, de respirar, de gritar. Y las últimas estaciones del viaje de su alma serán la apertura de mi ventana, el vacío de mi dormitorio y, sobretodo, la música y aroma que he preparado tanto para la despedida de su muerte como para tranquilar la tristeza de presenciar la misma. Que al parecer, no es más que un presagio simbólico de una muerte venidera, ya sea del amor, o de otra índole. ¿Cómo enfrentarlo? 

lunes, 1 de octubre de 2012

recordar

Redoblar los flujos internos del dolor son actos (o momentos) infernalmente dañinos. Pero es en el mismo daño donde se esconde, invisiblemente, la magnitud del amor y su tortuosa conservación. 

Tal como decía una maravillosa (y dolorosa) carta de un funeral, o sea, en la mismísima despedida de la muerte-como ahora: pájaros de la casualidad-; que recordar viene del latín recordis: re (de nuevo) cordis (corazón). O sea, es un pasado que más allá de volver a nuestra memoria, retorna silenciosamente por el corazón. Es el regreso de un pasado, o múltiples pasados, al presente, al aquí y ahora, a una situación que en su misma objetividad puede sobreidealizar las imágenes recordadas y así aumentar exponencialmente los sentimientos involucrados del recuerdo. Pero mi gran pregunta es: ¿Cómo se manifiesta entonces un recuerdo que en su misma naturaleza viene cargado ya de emociones y sentimientos? ¿Cómo enfrenta el ser humano un recuerdo bombeado ya por el mismo corazón? En otras palabras ¿Cómo convive el ser humano con imágenes emergidas del corazón que vuelven al presente transitando por encima del mismo corazón?

Este proceso doble, en que retorna por el corazón imágenes cargadas de amor, de corazón, implica no sólo la intensificación y la crudeza del amor que aún se conserva; sino también conlleva, en su mismo flujo, un dolor inevitable, y en su mismísima duplicidad, un dolor inabarcable. La simplicidad (y el fácil control) que podemos tener con ciertos recuerdos más banales y superficiales abren mucho más las probabilidades de trascender del pasado y su recuerdo-si es que existe la necesidad de hacerlo-. Pero en el caso del retorno permanente de las imágenes y momentos que brindó aquel amor, las posibilidades de trascender su dolor implicado se van haciendo más estrechas. La trascendencia (o evolución para los pretensiosos/as) del dolor es un trabajo difícil de realizar cuando internamente el amor emerge duplicado en el recuerdo. Tan difícil es la tarea por el sólo y simple hecho de que la trascendencia es posible en el real desprendimiento del objeto (sujeto) amado y la esfumación gradual tanto en la memoria como en el recordis.  Más imposible de lograr es cuando la negación y el rechazo al trabajo del desprendimiento se traduce en la conservación del amor, en una mantención emocional que rinde alegría y comodidad existencial, es decir, una inacabable presencia de sufrimiento. Sufrir es constitutivo a la existencia. Darle muerte a una muerte, desprenderse de un amor muerto, es detener el flujo interno del dolor. Es preguntarse por el camino que nos esconde definitivamente del rostro del amor, de la danza lunar de sus movimientos.


sábado, 29 de septiembre de 2012

El exorcista

No estoy en paz con todos mis demonios
algunos todavía me dan guerra
oficiando aberrantes matrimonios
de ángeles del infierno y de la tierra
...
Sucede que un engendro del Averno
ha ocupado mi cuerpo sin permiso
y me asegura que es un paraíso
aquello que en verdad es un infierno
...
Antes de que complete su conquista
necesito esta noche un exorcismo
que expulse al ser maligno de mi vista
...
No logrará arrastrarme hacia el abismo
Aunque yo soy ese demonio mismo
también soy el mismísimo exorcista
.
Oscar Hahn

martes, 25 de septiembre de 2012

desencuentro


Rocía la esperanza. Pronto, invisiblemente en tu rincón, sigilosamente, te visitarán balazos. Te arañarán la piel de inutilidad, de una torpeza inviable dentro de un desencuentro terrible. Saca con cuidado el fuego de tu bolsillo y endurece el pulgar y resiste a la quemadura de una nueva realidad. Pero tranquilo, la música de la aristocracia arrabalera recogerá las cenizas de tus fracasos.

sábado, 22 de septiembre de 2012

macerando II

El recuerdo pareciera insoportable. ¿No? ¿Tal vez? Así lo fuera, según la continuidad de la idealización y la intensificación de la caída de las gotas de las experiencias y las vivencias pasadas absolutamente compartidas, intercompenetradas de manera bestial. La proyección recíproca de los particulares modos de ser, su mismísima retroalimentación y confirmación indirecta de las individualidades involucradas traídas al presente, a un tiempo que objetivamente no corresponde a esa abstracción del pasado, repercute en su desenvolvimiento como espinas al acecho u orugas constantemente amenazando caer sobre el hombros y trepar a alguna zona de tu piel y dejar su huella de incomodidad, de un dolor invisible que, en última instancia, es perceptible. ¿Cuánto espera tu pasividad estructural para lograr un pequeña transformación en la superficie de la sobrevivencia de la vida del amor? ¿Es una pretensión inocente el poseer la convicción de manifestar la idea, o la proyección, de la transformación? Lo es, y ni siquiera puede ser juzgada de falsa o verdadera, pues es la expulsión simbólica de la misma debilidad que alimenta una y otra vez aquella misma pretensión, es, en tanto, la esencialidad de la ignorancia de lo que significa una transformación. Sólo podrás, o se podrá-para impersonalizarlo y así distanciar la formalización de un proceso netamente interno- alguna pequeña modificación, algún estímulo que te obligue y te enuncie la dimensión praxelógica de la vida, dejando de lado-para que descanses un poco también-de la inmutabilidad epistemológica con que te piensas constantemente en tu vida cotidiana y su relación con los otros. Es claro, y todos los sabemos, que el estímulo praxelógico fue potenciado por la emergencia concreta y visible de una separación, un desarraigo, aparentemente voluntaria pero internamente ambigua. Es esta última ambiguedad, esta identidad tan casi tuya, que motoriza una y otra vez el resurgimiento del recuerdo que se te presenta hoy en día -y quizás cuántos más- como insportable. Si te vas convenciendo de a poco que la figura amada que recibió esa fuerte y brillante retroalimentación y estructuró en algún grado tu vida, para hacerla menos melancólica, más felíz, más luminosa como lo fue la radiación de su propia sonrisa al cielo; esta se va retirando convencidamente de que ya no será más la válvula del ciclo; tú te sientes abruptamente solo e ignorante de superar la situación que fue en su curso completamente compartida, pero que en su proceso de desprendimiento la voluntad individual es innegable. Y es acá dónde te sitúas. Algo indefenso, algo convencido. Está bien. Se vive como se puede. Pero no se debe negar los tropiezos constantes con que uno retrocede una y otra vez, con distintas piedras, unas más grandes y pesadas que otras. Y en esto caso es, una y otra vez, la idealización, el recuerdo y por qué no, la esperanza.

macerando


Es curioso el estado de incertidumbre, la ignorancia con miedo de no tener la seguridad de que el regreso revitalizado o el retorno de un viaje intensamente sanador impliquen la continuidad de una composición o el desprendimiento absoluto de las partes involucradas de dicha composición. Es un desconocimiento que se convierte prontamente en una entidad viviente de emociones y articuladoras de sentimientos, ya sean desde una embalsación y proliferación del amor hasta la hendidura del dolor y su posterior sufrimiento, pues la actualización consciente del desconocimiento, es decir, de la inseguridad y el miedo, no viene sino acompañada por quien la potencia y le da forma y permanencia, vale decir, por el continuo recuerdo, extrañeza, idealización, nostalgia, melancolía y repasar nuevamente por el corazón todos los sentimientos bellos y mágicos que el pasado de una relación te envolvió, pero que, precisamente porque es un recuerdo, un sentimiento repasado, arrastrado por la parte sensible de nuestras vidas, se convierte automáticamente en un sentimiento doloroso, una idealización paralizante que no contribuye a la construcción de un umbral para la sanación personal, completamente individual.  Permanecer en el estado del amor mientras la otra parte saltó, individualmente, a un nuevo terreno de autosuperación, un nuevo espacio tanto en su proporcionalidad inversa produce, por un lado, el crecimiento y sanación individual y, mientras que por otro, produce el declive y muerte de una relación, de un nosotros, de un no-individual. El resultado es doble, mi posición se hace incómoda y desventajosa. Es un lugar situado individualmente y no un efecto colateral que obligadamente me trajo hasta acá. No es que por la no presencia de ocasiones externas, tales como irme por unos días a cierto lugar ha sanarme y desprenderme en su absoluto de la relación, sino más bien es por una presencia interna, de crear las propias condiciones necesarias para que mi interior se enlace una y otra vez con los múltiples recuerdos de la relación y su posterior idealización y añoranza, para luego disfrutar tanto sus beneficios como sus costos, es decir, tanto de resentir una y otra vez el amor, y, paralelamente,  percibir crudamente el rostro de su muerte.  Este último rostro se potencia, a su vez, no ya por ninguna idea ni sentimiento ni abstracción conformada como las anteriores, sino que por una pura y simple objetividad, concreta, tangible: la otra parte tomó distancia, saltó, se atrevió a realizar un trabajo rigurosos de sanación mental, milenario: “pero es precisamente el débil quien tiene que ser fuerte y saber marcharse cuando el fuerte es demasiado débil para ser capaz de hacerle daño al débil” (Kundera). Sin embargo, en esta ocasión, fue ni más ni menos que la propia debilidad del fuerte que hizo daño al débil. Ni siquiera en su fortaleza, porque este no tiene fuerzas, sólo es fuerte por el sólo hecho de que el débil es demasiado débil, más débil que él, pero paradójicamente es, a su vez, más fuerte que el fuerte en ciertas ocasiones, tales como esta. Así es que la objetividad de la fuerza del débil se convierte en una reactualización permanente de la idealización y de los sentimientos, equivalentes al eterno retorno de la debilidad, de la inseguridad, del miedo, de la angustia del supuesto fuerte. Esencialmente contradictorio a una de las primeras causas de todo este proceso:  un poco más de individualidad y un descanso de los fuertes nudos de ambos brazos herbales.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

fragmentos


El recuerdo pareciera ser fatal.  Pero no lo es cuando se presenta bajo diferentes formas. Hoy, por ejemplo, se presentó como una estancia permanente de lágrimas sobre la cuneta de un pasaje, en que mis brazos seguros de acariciar tu espalda y mi voz insegura de estabilizar tus llantos componían el cuadro de dos sujetos buscando un momentáneo entendimiento entre una erupción emocional y una incapacidad para controlarlo; o recordar, sencillamente, la distensión solitaria de tu pena que se consumía por el frío pasto de un jardín público, luego de que torpemente, alejándome de ti, creyera que la convicción de tu soledad iba a ser frente a las garras de tus emociones. Pero también existen otros momentos, donde las imágenes tienden a revivir, inocentemente, la muerte de una construcción embalsamada. Y recuerdo sólo uno, porque me basta con él para despejar toda nube gris que busque ocultar la fuerza con que le sonreías a un cielo siempre atento a la exposición de sus lunas. Es el recuerdo de aquellos momentos en que, simultáneamente, nuestros ojos seguían los viajes de Marco Polo, y las tantas ciudades invisibles que logramos conocer mediante sus recorridos, y los nuestros, donde en cada lugar, al lado de un río o arriba de una micro, íbamos leyendo esporádicamente las múltiples formas de las ciudades visitadas por un viajero medieval que, en su humildad, enmudecía una y otra vez a Kublai Khan. 

jueves, 13 de septiembre de 2012

más no va.

Volviendo a esa sombra 
del presente y de un pasado
que viene nuevamente a 
pisar fuerte pero despacio.

El silencio abrupto de un
coro que convencía desde
su misma simplicidad a todo
devenir polvoriento de sismos
naturalmente emocionales. 

Es la caída fatal de un cuadro
pintado eufóricamente 
sobre un suelo de madera 
desfasado en su crujir.

El sentimiento rebelde de la
aurora y su arrepentimiento
en los valles secos de golpes
furibundos de rabia te hacen
tragar la amargura de la partida.

Es el desprendimiento inaceptable
de cada planta emergida de una
tierra diáfana de azar y profundidad
en secretos íntimos y miradas sonrientes.

Se van, ella vuela, se despide.

Y tú caminando vas, nuevamente,
bajo los escombros del desierto,
y una primavera novedosa 
de un extraño dolor, 
de un inolvidable amor.


domingo, 2 de septiembre de 2012

a solas


La soledad absoluta, abrupta y permanente del ser humano es el camino por excelencia para llegar a los estados de locura más desesperante, reproducibles y casi infinitos. La conversación grotescamente fugaz y efímera que establezco con mi conciencia se desarrolla con múltiples diálogos simultáneos, pasando de uno a otro de manera casi imperceptible, con una velocidad tal que sólo la pueden lograr las diversas preguntas y respuestas que van naciendo y muriendo de una manera tan similar como la corporalidad caótica de una llama de fuego. Si mi cuerpo se refugia sólo con su propio cuerpo en alguna calle solitaria, una casa vacía o simplemente transita mi cuerpo entre árboles, plantas, tierra, rocas maltratadas por las olas; vale decir, solo mi yo y la naturaleza, ese ser inabarcable e incompresible por todo intento pretensioso humano; mi cuerpo, entonces, deja a mi conciencia sólo con ella, una conciencia dialógica que, al parecer, se configura fantásticamente como una relación de dos personas, haciéndome ver, por momentos, y muy esperanzado a la vez, de que la soledad absoluta es imposible, que no se está solo, pues el diálogo, preguntas y respuestas, en última instancias, están interactuando. Por lo tanto, no hay nada que este solo. Sin embargo, esto es una preciosa mentira que nos puede dejar un poco tranquilo, calmos y seguros de nuestro desenvolvimiento solitario. Por el contrario, la soledad absoluta o la soledad ideológica que nos hace ver que la soledad no es tan soledad, es un estado no del todo nocivo y dañino para los seres humanos, al revés, es bastante revitalizador y humanamente necesario para el bienestar de nuestras vidas. El problema de este estado es su posterior naturalización o su permanente inmutabilidad en creer que es el estado existencial por excelencia para la superación y evolución de nuestros pensamientos, emociones y movimientos corporales. Es el groso y clásico error universal de la historia de la humanidad: no equilibrar tanto sus facultades humanas, psicológicas, sociales, políticas, morales, religiosas y eróticas. Equilibrar la soledad para que esta no vaya coloreando nuestra conciencia de diversos colores, olores y diálogos caóticos, fugaces, simultáneos, superpuestos, interpenetrados, consistentes y dialécticos, que no terminan más que por sumergirnos en la locura y nada más que con la locura, es un principio y ejercicio vital para el bienestar de la sociedad, por consecuencia, para nuestras vidas. Tampoco estoy rechazando la locura, al contrario, es una parte totalmente necesaria para la amplitud consciente de la humanidad y la naturaleza. Sólo que reducir nuestra existencia a su existencia es encadenar todos nuestros sentidos y monopolizar sólo una de nuestra facultades humanas, la del pensar de manera total en una soledad total. Es, por entonces, que emerge simultáneamente uno de los estados más emancipadores, hermosos, valiosos y vitales para todo ser vivo: la relación social y la relación con la naturaleza. La segunda puede dar pie a la locura, es cierto, pero siempre y cuando no hagamos dialogar nuestra conciencia con la misma naturaleza, de preguntarnos, por ejemplo, hasta dónde llega y cómo sigue siendo cada rama o brazo del árbol, para luego, dar unos pasos más y rodear o alejarnos del árbol y ver y responder cada una de nuestra preguntas por el propio árbol, es decir, el árbol nos responde sin respondernos humanamente, y concluir, finalmente, los límites y monstruosidad de dicho árbol. Así uno va aprendiendo y dialogando con la naturaleza, lo cual no es en ningún caso una locura paralizante, si es que no se le equilibrar con la social, claro. La relación social, la relación entre dos seres humanos, entre dos conciencias e inconsciencias totalmente distintas, dos cuerpos y emocionalidades completamente no-idénticas, es el estado en que logramos o podemos lograr comprensión, explicación, compañía, retroalimentación, sanación, diversión, tacto, amor, placer, rabia, dolor  y todo los elementos intelectuales, corporales y emocionales que hacen más libre a la humanidad, a la mujer, al hombre. No convivir e implicarse en alguno de los micro estados que ofrece la relación social, y estar en una completa y constante soledad, es limitar, obstaculizar y despotenciar la existencia de los componentes vitales de la relación social. Claramente que no toda relación social está libre de perversidad, egoísmo, cosificación y alienación, es decir, una relación social mercantilizada. La unión sagrada e histórica que logró la filosofía moral y social liberal con el economía política liberal consolidó un orden social tal que emergió dentro de ella una relación social con sus mismos principios y lógicas, naturalizándose como vital para la emancipación humana. Esta relación social si bien es fantasmagórica, no deja de ser importante, relevante y necesaria para su misma destrucción o transformación. Pues la negación que emergerá y que se tendrá que trabajar y practicar de manera corporal, emocional, sexual, política y social en general, saldrá en el mismo desenvolvimiento y movimiento de una relación social enajenada. Es por eso que, más allá de lo difícil e inaceptable, una relación social en general, genérica, independiente de sus formas, es el estado bajo el cual cualquier ser humano puede lograr su emancipación particular, universal y total.  

lunes, 20 de agosto de 2012

la enfermedad como camino

"El amor, por el contrario, significa el verdadero encuentro con otra persona; pero el encuentro con el otro es siempre un proceso que genera ansiedad, porque exige que uno cuestione la propia manera de ser. El encuentro con otra persona es siempre encuentro con la propia sombra. Por esto es tan difícil la convivencia. El amor tiene más de trabajo que de placer. El amor pone en peligro la frontera del ego y exige apertura".

viernes, 17 de agosto de 2012

echoes


Dicho tiempo vivido vivirá por sus ecos.






Extraños pasando por la calle.
Por casualidad sus miradas separadas se encuentran.



¡Y nadie vuela alrededor del sol!

sábado, 11 de agosto de 2012

desencuentro.

Sangras por dentro, todo es cuento,
 todo es vil. 
Por eso en tu total fracaso de vivir, 
ni el tiro del final 
te va a salir. 


Cátulo Castillo.

sábado, 21 de julio de 2012

superficie

El vacío enciende los pasos inseguros que rechazan la luz del Sol. Llegar a este último es tener al menos una claridad de la superficie que soporta los pasos. ¿Qué hay de soportable para una superficie que recibe pasos trémulos, sin peso, sin telos? La claridad sobre donde nos situamos deviene en oscuridad instantánea. Llegar al Sol implica tener un poco de conciencia sobre el proceso-superficie-que naturalmente nos llevará hacia él, fuego bestial. Aunque lo bestial no es el fin del fuego, sino la misma inseguridad que no permite ni siquiera afirmar el significado de la superficie y su puerto, el Sol. Esto es el vacío. Incertidumbre interminable. Caer a él desde un impulso absolutamente propio cierra de manera trascendental toda posibilidad de volar sin alas. Quedando sólo la posibilidad de reconocer lo no absoluto de la caída, es decir: ¡tengo más razones! que ¡no sólo son de mi propios pasos trémulos, sino la bravura de otra materia que anhelaba la formación y multiplicación de más materia a través de mi materia! Esta chispa de justicia es una pequeña apertura hacia  nuevas posibilidades de escapar del vacío paralizante. La superficie deviene así en un instante de claridad en medio de una oscuridad, del vacío. ¿Cómo convivir sobre una superficie que simultáneamente deviene en vacío y plenitud, por consecuencia, en oscuridad y claridad? ¿Cuál es entonces su consistencia para querer llegar al Sol? El problema inacabable es que toda superficie adquiere notoriedad por las mismas garras de la bestia del fuego, y a veces suele ser tan profunda, tan intensa, tan cercana su impacto de iluminar, clarificar y retener seguridad en los pasos, que inmediatamente suele enceguecer, oscurecer, vaciar, insegurizar. ¿De qué manera entonces el ser humano pone el límite temporal para vivir con seguridad si se mantiene en esta inacabable superficie orientada y desorientada? ¿Es el recuerdo una de las herramientas para ampliar la conciencia de nuestros pasos y caídas? ¿Por qué olvidar con tanto odio una  simple materia que cayó al vacío por su inseguridad e ignorancia de su superficie, y por consecuencia, del Sol? ¿Es lo suficientemente justo acribillar al verdugo con el olvido? ¿Son los efectos colaterales de la caída los únicos determinantes para juzgar al torpe que se cayó y al querer buscar posibilidades de reparar su caída sigue multiplicando sus efectos? ¿Es la superficie lo suficientemente invisible para sólo mostrar el reflejo más venenoso del fuego? ¿Es el tiempo un sujeto redentor del sufrimiento? ¿Es la distancia y su silencio el equilibrio de los reflejos de la bestia del fuego? ¿Queremos matar a quien en su propia caída nos ha dejado desnudo en medio del vacío? ¿Es eso el amor que odia? ¿O el odio que escapa del amor? El reconocimiento de la totalidad de la vida como una superficie orientable y no orientable es el acto puro de cualquier amor. Es el recuerdo un símbolo más de aquello. Y el deseo de querer llegar al Sol no parece una idea tan lunática. 

interpretaciones.

El reconocimiento de la inexperiencia y sus efectos inconscientes, tales como la no proyección de la formación de una nueva vida, se convierte en un conocimiento consciente que habitó escondido y falseado, transformándose así en una segunda realidad aparente.

El concebir y recibir aquel reconocimiento como un acto de traición, no sólo daña a quien cree ser víctima, sino que también hiere en tanto injusticia a su supuesto culpable.

No es así.

domingo, 8 de julio de 2012

Ideología.




La visión de la vida ha devenido en la ideología que crea la ilusión de que ya no hay vida.



T. Adorno.
Minima Moral. Reflexiones sobre la vida dañada.

vuelo.

El desierto avanza sigilosamente. Y el aire se traslada como un péndulo insoportable. Nuestras narices gozan de pequeños momentos lúcidos. Son los últimos instantes de caminos visibles. ¿Volarán los presentes respirables y los primeros estados de rutas inacabables? Tal vez no, una lengua nueva caerá por el pueblo.Tal vez sí, las yerbas se reacomodan para dialogar con el Sol. Sólo un horizonte reconocido de mirada altiva segura para volar ofrecerá las palabras que responde a tal pregunta.

jueves, 28 de junio de 2012

urgencia

Hay cosas difíciles de revelar. Como sentidos indescifrables que circulan aleatoriamente en el interior de mi cuerpo. Pero ya al saber que su danza es aleatoria, en alguna medida, los descifro. Esto conduce a situarme en el límite de lo descifrable e indescifrable de lo que transita en mi. De lo comprensible e incomprensible. La necesidad de conocer lo que sucede al interior de mi cuerpo tiene urgencia sólo por el hecho mismo de que se manifiesta al exterior. Una exteriorización incómoda. La continuación aproblemática de la fluidez de la vida se paraliza con el objetivo autoreferencial de comprenderse, palparse y preguntarse. De esta forma lo sentido por mi cuerpo busca respuestas claras de lo que sucede allá en el interior de mi cuerpo. En otras palabras es la interminable lucidez que por su pretensión de iluminar el rincón más oscuro e inhóspito termina por enceguecer todo a su alrededor, todo su interior y exterior. Es la oscuridad embalsamada por la propia desesperación de la claridad. 

domingo, 26 de febrero de 2012

Resultados Perversos

Me levanto bien temprano para aprovechar el día. Me preparo un café y su aroma encanta a mi madre, transportándola a sus últimos sueños de la noche anterior. Cuando finaliza el día le destruyo su inocencia sobre aquel aroma diciéndole que el café matutino sólo lo preparo para un beneficio práctico. Ella me reprocha que la búsqueda de beneficios sobre encantos naturales es un atentado a la vida. Sí, sin duda. Pero le insisto que el café es un arma de defensa para seguir estudiando bajo condiciones que ya se está buscando algunos beneficios. Los estudiantes siguen marchando. 

sábado, 25 de febrero de 2012

crudo verano ll

La costumbre de vivir pocas sensaciones en un día es una acertada lengua para comprender las múltiples sensaciones que te puede ofrecer otro día no cualquiera. La multiplicidad de sentidos y expresiones que te manifiesta un otro remece la estructura superficialmente estable de tus cincos sentidos. La percepción, seguida por la apreciación, el pensamiento, y posiblemente por la acción, se articulan con otros planos de la conciencia que encaminan, lentamente, a una nueva revisión, ya sea descriptiva o crítica, sobre tu historia y tu presente. Tu vida inscrita ante esta nueva mirada, siempre gestada de las múltiples sensaciones y expresiones críticas y angustiosas de este otro, es un instrumento terapéutico inigualable. No es una relación pasiva de tu vida frente a este otro que te estimula de forma tormentosa y que tú después la recibes solitariamente ausente de aquel o aquella, sino más bien, es un movimiento comunicativo elemental de contradicción en negación permanente. Aquel movimiento para mi tiene un carácter instrumentalmente terapéutico. Los resultados de este choque constante con alter hacen caer piedras pesadas que guardabas en tu espalda. Pero me pregunto:  ¿es ya la misma lucidez de la enfermedad la terapia?; ¿es la enfermedad, o las rocas pesadas que arrastran nuestra historia social, ya un camino emancipatorio?; ¿es la terapia una negación de la enfermedad? De ser así, el instrumento del cual hablamos ya no sería movimiento, sino una negación que busca algún fin estable, ya sea para vivir o convivir, y para muchos, sobrevivir. Es curiosa esta triada con un otro. El vivir ingenuamente la asociamos con la individualidad, y los otros dos con la sociedad. Pero mi sociedad, de la cual hablo, es simplemente un otro. Es este quien remece mi estructura histórica que cognitivamente me permite vivir aproblemáticamente. Es su historia individual, familiar y social que atraviesa plenamente mi estabilidad en la vida cotidiana. La consecuencia de esta penetración la suelo llamar a veces proceso terapéutico. Pues me abre la posibilidad de criticar todo los arrastres negativos históricos de mi vida. Negativo en un sentido como no crecimiento; vale decir, oposición que frena un progreso emocional, social e intelectual de mi vida en mi mundo social. Por favor, entiéndase progreso como camino de liberación y emancipación de toda traba histórica de nuestras vidas. Lo cual me permite concluir que la lucidez crítica de estas piedras arrastradas históricamente ofrecen un buen escenario para la práctica de su cambio y transformación. Es en este sentido que el movimiento contradictorio de negación permanente se detiene, o tal vez reduce su velocidad, en la emancipación misma de nuestras vidas. El fin libertario tiene como único instrumento práctico para su existencia este movimiento que niega, que se opone a la inocencia de nuestra vida cotidiana con el vestuario del sufrimiento. Porque la lucidez es sufrimiento. Esta, acompañada de la crítica, es pura infelicidad de la felicidad. Lo cual nos lleva a pensar, para así practicar y viceversa, que la infelicidad generada por la lucidez es un camino firme para una felicidad más completa. La conciencia crítica de nuestra historia social no es bienvenida para la inocencia de la vida cotidiana. Pues es su asesina. Y es en su rol de verdugo que el movimiento de la contradicción de negación permanente niega la enfermedad para superarla, adjudicándose así su carácter terapéutico. Por consiguiente, estimados y amigos míos, es que creo que la enfermedad negada es necesaria para la existencia de esta terapia, de este movimiento. Su detención puede que nunca la podamos presenciar, pues el antojo de la muerte puede ahogar el placer de dicha presencia. La muerte negará la emancipación, o tal vez, simplemente, ambas sean la misma cosa. 

domingo, 19 de febrero de 2012

!

La amargura corre como la sangre en los momentos en que la desconexión muestra su rostro sólido, palpable y cercano. El dolor, sigiloso e invisible, te envuelve. Es cuando ya comienza a dejar de ser, como se dijo más de un vez, sideral. ¿Para que sirve el amor si no es más para evaporarnos lentamente?

miércoles, 8 de febrero de 2012

tercer producto impensado

Tengo pocas horas para entrar a dormir, bueno, si lo quiero, puedo pasar la noche en vigilia. Pero el tiempo que me queda, por decirlo así, "disponible", tiene que ser consumido principalmente para terminar un libro, el cual no quiero llevar conmigo al lugar que viajaré dentro de unas horas más. Así es que tengo que elegir entre irme a dormir ahora mismo y no terminar el libro y llevármelo de viaje, o bien leer hasta que mis pestañas comiencen a destellar luces de sueño y cansancio. Eso tengo que pensarlo en el curso del movimiento. Dejar de lado un poco la racionalidad, y darle más espacio al curso del presente, que articulado con la resistencia de tus sentidos, va alimentando tu concentración y atención de lo que estás haciendo. En el mismo movimiento. Sin embargo, me hallo aquí, escribiendo. Una tercera variable que nunca estuvo en mis pensamiento cuando fui consciente por primera vez de aquel dilema. Lo que podemos decir que lo que estoy haciendo, es decir, la tercera variable, fue un resultado, o en términos más  valóricos modernos, un producto natural del mismo movimiento del presente, el cual, como dijimos, es ajeno a toda deliberación racionalista. Más aún, podemos agregar que gracias a esta tercera acción no pensada, parida desde la más dinámica lógica dialéctica del movimiento natural del presente, me dio el espacio, y el tiempo susceptible de prisa y culpa, de pensar y reflexionar del primer dilema, así como del resultado de la superación de este, es decir, de la creación de una tercera variable. En términos sistémicos, mi propia conciencia operó con un mecanismo que le permitió referirse a ella misma, y por lo tanto, seguir reproduciéndose gracias a sus propios resultado. Pero ojo, que este resultado no fue un producto directo del pensamiento, sino como bien dijimos, del movimiento impensado del presente, y que a posteriori, la conciencia retomó este producto y la asimiló a sus sistema para volver a pensarse ella misma. Pero un escéptico quisquilloso me podría interpelar que toda acción es pensada, aunque sea con un tiempo que ni siquiera es percibido. Pero lo percibido es muy distinto a lo pensado. Es anterior. Lo que el reclamo del escéptico estaría infundada. Entonces podemos dejar a la percepción nada más que en el mundo del movimiento inconsciente del presente. Lo pensado, no. 
La cola de esta tercera dimensión alude, sin más, al espacio y tiempo ofrecido por la opción de escribir, en un blog que nadie visita, ni siquiera los virus. Pero eso no importa, a veces el silencio suele ser mucho más importante que el ruido. ¿Me estoy declarando importante? Qué atropello a la razón. Nunca. Sólo quería decir, nada más, que no hay que preocuparse del silencio como algo negativo, jamás. Sólo que el silencio es un espacio leal que permite expresarte con todo el ruido posible, sin restricciones lógicas  y patológicas. El silencio de este espacio, violado por el acto de escribir y por el ruido de las teclas incoloras, enmarcado en códigos mundiales, fue, es, y sigue siendo, un producto del curso natural del movimiento espiral del presente. Y si todo este proceso, ni siquiera me expone a la culpa de haber perdido el tiempo, inscrito en este tercer espacio producido por el azar, y quedar más que liberado de ciertos obstáculos, de los cuales no era conciente; el cálculo racionalista sobre el tiempo y del movimiento del presente a su vez, estaría puesto en duda, o tal vez desponderarlo y darle más porcentaje al factor del movimiento del presente.

martes, 17 de enero de 2012

teatro en la calle

Pequeño choque cultural, de capitales, en la capital de Santiago. Ocurrió en medio de una obra de teatro callejera. No cualquier obra de teatro, pues estaba financiada por Santiago a Mil, temporada cultural ofrecida por el gobierno durante todo el mes de Enero. Por lo que podríamos denominarla como una súper obra de teatro callejero. Muy bien producida, ambientada y técnicamente novedosa para una plaza pública y, en su mayoría, popular de la ciudad. Sin ser un espectador de Teatro con conocimientos y acervo crítico de aquel arte, no me fue indiferente reconocer algunos choques entre el público de una obra de teatro, o mejor dicho, el público de aquella obra en específica - ya que suele haber varianza entre el público de distintas obras-, y las personas que deambulan cotidianamente por la plaza, más en un día Domingo, donde la plaza, al estar relativamente cerca del Parque Forestal y tener una estación de Metro en sus esquinas, hace que la densidad de población sea mucho mayor. 

La obra se llamaba algo así como La Victoria de Victor, refiriéndose claramente al revolucionario cantautor popular de los años sesenta. Habían dos carros con andamiajes de aproximadamente cinco o seis metros. Estos estaban ubicados en cada extremo del escenario. En uno de los carros se asentaba una banda de rock que musicalizaba la obra con canciones de Jara y de ellos mismos. El otro andamio era parte de la escenografía, donde distinto personajes iban apareciendo, ya sea su madre, etc. Hasta el momento no había problema con eso. Pero para mi, comenzaba a vislumbrarse algo paradójico:

Las ciudades no son universales ni espacios físicos que hablan por sí solos, ni están por encima de sus habitantes. Esta es la diferencia geográfica entre espacio y territorio. El primero es algo vacuo al cual se le agregan elementos físicos, culturales y sociales; la distribución de aquellos elementos en aquel espacio tiene por ley útlima a la sociedad misma. La sociedad es, así, quien administra, segmenta y orden los bienes públicos; vale decir, es un espacio social. Es un tango viejo eso de que Chile es uno de los países más desiguales del mundo; lo cual, la inferencia que podamos hacer de cómo se distribuyen los bienes públicos y culturales en la ciudad de Santiago no es un desafío difícil de realizar. ¡Jáctense de su subjetividad y vayan a olfatear la diferencia de clase entre la Plaza Pedro de Valdivia y la Plaza de Armas! 

Instalar una obra de Teatro Callejero, un arte en la calle, cultura en la calle, no es una tarea inocente como lo creen muchos. Quizá nuestro ministro Cruz Coke y el ministerio de cultura sabe muy bien lo que están haciendo, de hecho, no tienen ninguna duda de que Santiago a Mil es una gestión cultural democrática y accesible al universo social de los chilenos. Y más allá de los eventos culturales de élite que se ofrecen en su programación, y que consistentemente se realizan en espacios sociales altamente correlacionados con su público en particular; existen en la programación obras de teatro que se manifiestan en la calle, con tal que esté la palabra calle, callejero, nuestras autoridades y muchos patriotas se pueden quedar tranquilo y pensar en lo democrático que es nuestro Chile culturalmente. Además, las obras ofrecidas por Santiago a Mil en la calle son sólo siete, frente a las más de veinte producciones , entre ellas internacionales, pagadas y en otros espacios físicos públicos, pero no tan públicos. Lo bueno de las pocas obras ofrecida en la calle, es que se montan en diferentes comunas de Santiago, entre ellas está Lo Prado, la PAC, Quilicura, Quinta Normal, El Bosque, etc. Donde sí podemos declarar que la democracia en la parrilla programática de Santiago a Mil está presente. Aunque claro, sean sólo siete. Pero el problema no es sólo esto.

 Los individuos no son libres. Las condiciones de producción dentro del desarrollo de su vida, ya sean culturales, educativas, linguísticas, gastronómicas y por qué no, artísticas, están desigualmente distribuidas en la población de, en este caso, Santiago. Y como estas tiene una correspondencia con la segmentación del espacio social, los objetos culturales que están dentro de cada estrato son muy diferentes. Ya Baudrillard criticaba que los objetos culturales por sí solo no dan una respuesta definitiva sobre la posición social de sus consumidores, sino que estos portan un lenguaje, una gramática específica sobre los objetos consumidos, donde suelen diferenciarse, en términos de clases, cómo lo consumen. Para que estos finalmente consuman a sus propios consumidores. Pero no nos desviemos de nuestro problema. Pues hace un rato decíamos que Santiago a Mil ofrece ciertas obras de teatro en la calle, más en alguna de las comunas populares de nuestro Santiago. Esta programación nos permite dar algunas hipótesis. Pues lo más probable es que el público medio de las obras de teatro callejero que se realizan en las comunas populares seleccionadas por Santiago a Mil pertenezcan a la misma comuna, y por lo tanto la homogeneidad cultural, en términos de clase, sea muy alta. Ahora bien, la gramática en el consumo de aquella obra de teatro sea muy similar entre la gran mayoría que asistió, por ejemplo, en la PAC, uno de los lugares donde se montó La Victoria de Victor. Hasta el momento no hay muchas contradicciones entre los mismos espectadores, quizá entre el objeto cultural y ellos, tal vez.

Tantas vueltas me he dado para llegar al lugar particular que quiero comentar. Pues si dijimos que lo más probable que en y entre los espectadores de una similar lengua cultural no afloran problemas o contradicciones, ya que el espacio social donde fue ubicada la obra facilitaba en término medio a un tipo de público; no ocurre lo mismo así en un lugar del espacio social en que las probabilidades de que se encuentren físicamente individuos pertenecientes a espacios culturalmente muy diferente en la distribución espacial de Santiago sea mucho mayor. Es poco probable que espectadores que vivan en la comuna de Ñuñoa o Providencia, viajen hasta el poniente de la capital para ver una obra que haga referencia a un cantautor popular. De hecho, Plaza de Armas, el centro del centro de Santiago, era el lugar más cercano a las comunas orientales, las cuales concentran los capitales económicos y culturales. Y sin mucha lógica, era Plaza de Armas el punto neurálgico para la mixtura social, donde iban a confluir espectadores de distintos espacios sociales. Así, la heterogeneidad del público era mucho mayor al público de Lo Prado o Pedro Aguirre Cerda. Pues los ñuñoinos, o espectadores de Providencia, Las Condes o Vitacura que tienen una sensibilidad social, adhiriendo a la música contestaria de Jara u otras voces críticas sesenteras, viajaron a la misma Plaza de Armas para ver la obra de su querido cantante. Aunque claro, quizá no es casualidad para los espectadores que viven en el espacio social dominante estar en el espacio social de los dominados; hay organizaciones intelectuales políticas, universitarias y voluntariados que hace que la sensibilidad de los dominantes interactue con el mundo popular. 

Digamos que la cotidianeidad del fin de semana de muchas personas no es hacer ni trekking, ni acamapar, ni  ir al cine y menos al teatro; sino más bien, hasta donde alcance su presupuesto familiar, ir a dar una vuelta al Parque Forestal, comprarse un heladito barato y echarse bajo el mar de sombra que distribuye los altivos árboles y conversar de cómo solventar los gastos escolares de Marzo, o buscar una alternativa recreativa económica en Febrero para que los hijos no se aburran ni se sequen ante el calor imperdonable de Santiago,  el pago de las deudas de Navidad; o simplemente platicando sobre lo mal que le está yendo a Eduardo Vargas en el Napoli. Es, por consiguiente, un domingo cualquiera dentro de uno de los espacios sociales que están subjetivamente en su mundo, y objetivamente más cercano y accesible a su presupuesto familiar. Diferentes familias o individuos habitan en el centro de Santiago, se mueven, caminan y hablan en sus callecitas con una naturalidad que le es inherente a cualquier fin de semana; para lo cual, Plaza de Armas, es el lugar que le ofrece un buen Metro y bancas para descansar. Pero repentinamente, inimaginablemente se hallan con una obra de teatro callejero, en su mismo lugar cotidiano del fin de semana; es como si cayera un objeto cultural inconsistente con su realidad social en un espacio naturalizado para ellos. Pero no sólo el objeto cultural le es un poco extraño, sino que se ven enfrentados a otras personas de diferentes lugares:  ven otra ropa, otro habla, otro cuerpo, otra piel, y, sobre todo, y es acá la gran contradicción que cosecha Santiago a Mil, una oposición inevitable, tan así que el teatro en la calle-no de la calle-o, callejero, no es tan universal, público, gratuito, democrático, que digamos; es ni nada más ni nada menos, como dijimos anteriormente: la contradicción entre distintos lenguajes, gramática y códigos del consumo cultural.

Comprar un televisor parece una práctica universal, de todos los chilenos y chilenas. Pero el cómo yo interpreto ese consumo, la manera, el tiempo y el espacio físico de dónde ubico ese televisor consumido, es un lenguaje para mí distinto de quien compra un televisor en otra zona de Santiago de Chile, y que  tiene otro orden simbólico que se relaciona con el consumo del televisor. Es, entonces, otro lenguaje que distintas personas poseen con los objetos y prácticas culturales. Uno lo puede poner el comedor, al lado de la mesa, para que así en la hora del desayuno, almuerzo y cena pueda ver las noticias, la telenovela o el partido de fútbol, ya sea estando toda la familia o en solitario. Y otro lo puede poner en una sala especial para ver televisión o destinado simplemente para ver películas, guardando para el comedor el silencio y las conversaciones importantes de la familia. Por consiguiente, tenemos dos manera de hablarle a los objetos culturales. Pero si, por ejemplo, estos dos consumidores viviesen juntos en una casa, o dos familias, por casualidades sobre naturales tengan que convivir unos meses, las contradicciones y oposiciones entre cómo consumir el televisor se harán evidentes. A no ser de que la primera familia quiera almorzar con bandejas en la sala destinada a las audiovisuales o la otra familia se interesara ver las noticias en el momento del almuerzo. Es decir, los objetos culturales son interpretados y discursivamente distintos según el contexto y, en este caso, el espacio social de cualquier ciudad. 

Con la obra de Victor Jara pasó algo similar. Pues muchas personas que cotidianamente deambulan por la Plaza de Armas no estaban acosutmbradas a ver una obra de teatro. Es un objeto cultural conocido a lo más por algunos, y desconocido quizá por muchos. La calle es de ellos, y una obra de teatro que lleve por apellido una lugar natural para ellos no es una cosa fácil de interpretar. La novedad que les trae aquello no tiene una correspondencia directa con su mundo cultural; la respuesta gramatical que espera la obra de teatro o la compañía de ellos guarda una distancia abismal con el pobre lenguaje de teatro que portan los visitantes diarios de la Plaza de Armas. Los códigos mínimos para ver una obra de teatro en la calle van hacer en su mayoría los códigos que transitan cotidianamente en esa misma calle. La inocencia de los gestores culturales, o quizá de la misma compañía, que esperaban que la obra de teatro en la calle tuviera una relación o interacción con un público universal, puro y sin heterogeneidad cultural, comenzaba a ser desmitificada. Esta inconsistencia gramatical no tuvo más que oponerse al lenguaje correcto, docto y noblezco de los espectadores que sí están acostumbrados a ver obras de teatro y que sí manejan muy bien los códigos del teatro en la calle, pero en otras calles. Era un verdadero festival de mariposas de distintos colores chocando entre sí. La molestia del lenguaje correcto de una obra de teatro en la calle tenía todo su derecho de existencia. Más aún cuando si se trata de una obra de teatro técnicamente, permítanme la arrogancia, demasiado formalista, abstracta y de vanguardia; vale decir, un arte no realista, la abstracción posmoderna de Victor Jara. 

Bourdieu en su sociología del gusto encontró que el arte de la nobleza obedecía a reglas abstractas, líneas y movimientos que había que interpretar después de un trabajo no fácil para la vulgaridad de muchos. Mientras que el arte popular obedecía a principios realistas, donde los espectadores preferían ver reflejado su mismo mundo social. A mi parecer, la obra sobre Jara no estaba correlacionada con ese gusto artístico popular; más bien, tenía varias metáforas biográficas, métodos comparativo y múltiples formas que nos dan derecho a decir: "pero cómo no cachay el concepto que hay detrás". Lo importante es que técnicamente el escenario de la obra era móvil, junto con los dos andamiajes se iba movilizando por tres calles: Estado, Catedral y Ahumada. Donde para cada calle había un tema biográfico de Víctor que formalizar. El traslado de la banda de música y el otro carro por estas tres calles fue un caos. Los guardias de la compañía tenían que constantemente delimitar el escenario, corriendo a la gente para que no se aglomerará y redujera el escenario móvil de los actores; pidiendo a los espectadores, en los momento en que el escenario guardaba quietud, que se sentaran para que las personas de más atrás pudieran ver. Sin embargo, todo ese trabajo estaba enfrentado con los códigos culturales que  portaban distintos espectadores. Donde algunas se quejaban ante la incomprensión cultural de algunas personas, especialmente las que no tenían un comportamiento gramatical  mínimo de una obra de teatro en la calle. Muy bien lo retrato una muchacha que, sentada en una de las bancas de la plaza, y resignada porque la aglomeración de gente no le permitía ver la obra, dijo: "estas cuestiones deberían ser pagadas, como es gratis uno se encuentra con gente desagradable". Aquella interacción cultural no agradable entre los espectadores pertenecientes a distinta posición del espacio social (del sector oriente y no oriente de Santiago), era un ejemplo claro de las contradicciones y oposiciones que comenzaba a cosechar la obra de teatro en la calle. O también, al final de la obra, donde Jara era acariciado por la muerte, un hombre gritaba a menudo: "viva Victor Jara", "presente en la lucha y en las clases sociales", "abajo el nazismo", "compañero victor jara". Muchas de sus invitaciones de seguir los gritos para Victor Jara si no tenían más que respuesta el silencio, tenía como respuesta millares de miradas de molestia, desprecio o comentarios como "qué desubicado". Estas y otras contradicciones gramaticales cosechaba la cultura para todos.

La desigualdad no es sólo económica, sino también cultural. El descanso y el relajo que nos otorga la segmentación de nuestro espacio físico y social, donde muy distintos mundos y códigos pueden llegar jamás a encontrarse y verse e interactuar, nos da el tiempo para construir un mundo ficticio de unidad e igualdad. Donde las contradicciones y oposiciones entre aquellos mundos siempre van a guardar silencio y mantenerse en un sueño del cual no nos interesa ni interrumpir y despertar. La objetividad física de la distribución espacial de Santiago de Chile contribuye a este sueño y silencio. Las subjetividades culturales están enjauladas, habitan en y para ellas mismas. Es muy difícil que se encuentren físicamente y tengan que dialogar y ponerse de acuerdo para un mismo fin. Es poco probable que distintos códigos y gramáticas culturales tengan que llegar a un acuerdo para dialogar correctamente con un mismo objeto cultural. El habla correcto con un mismo objeto cultural va a ser diseñado por quienes concentran los capitales económicos y culturales. Pero este diseño convive muy bien con sus espectadores cuando el espacio social le da un buen clima para su desarrollo. Sin embargo, las contradicciones siempre terminan por aparecer, no siempre llegando a un estado nuevo, como lo suele pintar el rosado idealismo. Sino que es una constante negación que expresa la desigualdad de Santiago: es la negación de muchos de los transeúntes de Plaza de Armas a una obra de teatro en la calle. 


martes, 10 de enero de 2012

autovigilancia

La fuente de mi sobrevivencia es el trabajo. No soy un desocupado. Tengo la fortuna, o en principios liberales, el don. La elección divina de poder trabajar. Mis sentidos humanos se consumen para producir. Es el punto en que el consumo y la producción son dos caras de la misma monedad. No es un ciclo por segmentos, sino que van unidos. Esta es la respuesta que da el monstruo de Marx a los burgueses ciegos del capital, los cuales segmentaban el ciclo de la mercancía. Pero yo, ser mortal común y simple de la vida, me esfuerzo por comprender el estado que me permite respirar, oír, gustar, ver y toda la expresión tangible de mis sentidos. Soy un guardia, un conserje, un vigilante nocturno y permanente de un alto edificio construido en el sector oriente de Santiago de Chile. Soy sólo la última pieza puesta en la construcción de las inmobiliarias. El símbolo antitético de la industria del miedo. Soy el resultado de la inseguridad. El vigilante de las propiedades ostentosas que construyen el consumo y la delincuencia a su vez. Soy el objeto que resulta por defecto de la acumulación de otros objetos. Ni alarmo ni ladro. Sólo cuido y llamo. Soy la culminación de las grandes ventas del bueno vivir. Industria que avanza como el terrorífico progreso de Benjamin. Mi trabajo viene a consolidar la identidad de un edificio con departamentos, una caja rectángular que esconde el secreto de aspirar a lo más alto de la modernidad, donde la limpieza exacerbada, la pureza y transparencia de sus componentes materiales acogen a los habitantes pulcros del Santiago oriente. Este mundo a veces me beneficia al grado de que mi mal aspecto en los días de Verano - sudor, olor, color de la camisa blanca-, causado por el largo trayecto de cruzar casi toda la ciudad, se reduzcan a casi una inexistente manifestación de suciedad, pues la fuerza celestial del vestíbulo me transforma. Hasta en el espejo mi piel es más blanca. Vivo en el sector surponiente, aproximadamente una hora es el tiempo cómplice de mi viaje. Soy el guardián de la pequeña burguesía desde las diez de la tarde hasta las siete de la mañana. Esas nueve horas las paso sentado, frente a un libro de registros de ingreso al edificio para personas desconocidas. Un televisor pequeño en blanco y negro a mi costado, que permanece funcionando toda la noche, con un volumen según las circunstancias. A mis espaldas suspende una larga repisa de madera, divida, subdividida, con un paradójico orden atomizado y numerado por los departamentos que contiene el edifico. Dentro de estos cubitos ahuecados hay de todo: cuentas, encargos, diarios, revistas, llaves únicas de pisos que se tienen que relevar, cartas de despedida y de muchísimas gracias, etc. En mis siete meses de trabajo como guardia de seguridad, puedo decir con la misma seguridad, que puedo asociar en su gran mayoría a cada cubito y su  número de departamento, con el rostro de sus habitantes. El problema de esto sólo me lo proporciona la homogeneidad cultural y física de los habitantes: la misma piel, el mismo color de pelo, el mismo habla, caminar, reir, compras, saludos, humor, mascotas con nombres similares, etc. Pero mi refinada memoria no suele equivocarse a la hora de su uso. Siempre en guardia ante cualquier distracción ofrecida por la indistinción del mundo burgués. Suelo ser amigables con quienes son amigables conmigo. Considero amigable a los residentes que expulsan los saludos correspondientes. Pero siempre acompañado con un modus operandi no excedente de afectos. Que sean simples, sinceros, ajustados a su propia función. Mi novia me enseño un día a aplicar "las lógicas de las buenas distancias", técnica de interacción social que exhibe el límite de la confianza; podríamos decir que es una sociabilidad con una acción racional de acuerdo a fines. A lo útilmente necesario. Pero necesario de verdad, no a una apariencia de necesidad construida ideológicamente. Pues este es el esquema apriori que tengo para establecer cualquier interacción con los residentes del edificio. Ellos saben que yo soy un simple elemento, una simple pieza, o como dice la moda sociológica, una comunicación funcional, no una persona. Es por eso que para mi,  el saludo, cumple una necesidad o función comunicativa que da pie para cualquier diálogo razonable. No para una demostración de cariño y amistad, que según mi posición y condición en aquel espacio, sólo puede ser interpretada como compasión y lástima. Tampoco voy a rechazar o ser indiferente, menos despreciable con una actitud de esas características. Sólo las recibiré con una sonrisa que diga muchas gracias, para qué se molesta. Como aquella vez en que un joven recién egresado de una de esas carreras sociales o humanistas, organizó una pequeña tertulia con sus camaradas de la intelectualidad contingente. El día anterior al encuentro me pidió la terraza del edificio. Se la reservé sin ningún problema hasta las tres de la madrugada. A la noche siguiente llegaron compañeros, amistades y no tan amistades-siempre hay más de algún extra, son fáciles de identificar, tienen el rostro de de ser invitados de segundo orden, con postura y mirada de intrusos-. Algunos, en condición de intelectuales valerosos y comprometidos con la emancipación del ser humano en la sociedad, tuvieron la arrogancia de saludarme con una efusividad adornada de amor. De esas que me molestan un poco. Era como si dos hinchas de la Universidad de Chile se encontrarán casualmente, de manera romántica y sorpresiva en las calles colocolinas de Pedrero. Sus ojos me decían algo así como buenas noches compañero trabajador, fuerza de trabajo explotada por los capitales inmobiliarios, usted que pernocta toda la noche por el cuidado de nuestra clase, pero que no más temprano que tarde seremos partícipes de la lucha contra el capital. La magia alquímica de su saludo y excesiva cordialidad reposicionaba en cosa de segundo nuestra posición de clase a una en común. Los tertulianos de aquella celebración de grado llegaban con pequeñas diferencias de minutos. La gran mayoría de ellos me trataban de un modo parecido. Era como si yo hubiese sido un sujeto privilegiado de aquella noche, un semidiós representante de un mundo o una lucha. Tenía ante mis ojos una actitud de respeto, de lealtad. ¿Es mi posición, el carácter de mi ocupación que se espiritualiza? ¿Soy yo acaso el representante de una categoría mesiánica? ¿Soy el objeto real ante el cual la constelación de múltiples conceptos luchando entre sí buscan acercarse y reconciliarse eternamente en mi? ¿O tal vez sólo es la simple diferencia entre ese modo de saludar y el modo más apático y despótico de los burgueses sin causa ni culpa?. Puede ser, quizá sea sólo la ceguera por momentos de aquella otra forma de saludar que engrandece la forma que tengo en mis ojos. Nada más. Las mujeres de aquella noche duplicaban aquel modo y actitud de piel que tenían ya los varones. Limitaban con la grosería de lo amigable, hasta el punto en que me obsequiaron pedazos de carne y longanizas del asado-que no sé si eran los pedazos que ya nadie podía comer-, más una cerveza de nombre raro que tenía que beber a escondidas.  Muchas gracias, para qué se molestan. Era mi respuesta. Yo era el tío, no el guardia. El tío pobrecito que está allá bajo en la puerta de la entrada del edificio sólo, aburrido, con sueño y tal vez frío. ¿A quién debo realmente apreciar? ¿ A los residentes sinceros que pasan a mi lado con un saludo efímero y justo? ¿ O a los muchachos que inconscientemente se les cae la actitud hipócrita de hermandad con un simple guardia de seguridad? La respuesta está demás. Sólo tengo la certeza inmediata de que no vivo como ellos ni hablo como ellos ni me entretiene lo que lo entretiene a ellos. Mi humor es diferente, rápido, pícaro, a veces sexual. Nunca nos entenderemos. Entonces no entiendo porqué se esmeran tanto en la cordialidad con al oprimido. Es el grito desesperado de los adornos kitsch de la clase media aspiracional. Pero este grito es invertido. Sólo soy un simple guardia de seguridad, un símbolo. Apropiado como mercancía económica e intelectual. Mi lucha diaria es mantener mi cuerpo físico lo más resistente posible durante la madrugada. Junto con una conciencia que busca encontrar los caminos materiales e inmateriales que faciliten un poco la comprensión de mi situación y la que se me presenta a diario. Mi vida social se reduce a este mundo. Donde el silencio oscuro de aquellas horas representa el acelerado ruido de mi ciudad. Una ciudad edificada sin edificios ni construcciones dentro de un edificio. Sólo es aire en su estructura y hojas que se arrastran por la berma como el paso de sus habitantes invisibles. A veces motociclistas urgidos por el enfriamiento de sus pizzas interrumpen la tranquilidad de mi ciudad. Los autores que me acompañan son los únicos que respetan mi silencio. Cubos de papel llenos de hojas, como diría Borges, son mis únicas sinceras amistades que me refugian ante la alegría del dolor. Los canales de televisión abierta en mi diminuta televisión sólo me ofrecen su parrilla programática del día siguiente. Así oscilo entre dos objetos que me divierten y me hacen pensar. Ya que la diversión, como dice un compañero alemán, es la muerte del pensamiento. Mi mente descansa entre la reflexión y la diversión. Dos bailarines por naturaleza paridos en la pista de los guardias de seguridad. A veces trato de pensar en algún otro trabajo en que el hombre no esté tan expuesto al mundo de la nada, al movimiento de la vacuidad que, impelido por el ocaso, acrecienta sus mortales y vitales agujeros de pensamientos. Soy un vigilante, ¿ pero a mi, quién me vigila? Me preocupa más la vigilancia de del silencio que de los ruidos. De lo vació que de lo abundante. Quizá es por eso que no soy un buen conserje. Porque vigilo quien me vigila, y no, a quienes pueden vigilar maléficamente a mis vigilados. La oscuridad, el silencio y la soledad están ahí, buscando cualquier apertura que les pueda ofrecer para entrar en mi vida y timbrarme como un ciudadano cero. Mi riesgo es la existencia, mi defensa, el pensamiento. El término de saludos, sonrisas, indiferencias, prepotencias, discriminación, mandatos y afectos, dan comienzo al imperio del silencio y la soledad.  Los ascensores en su descanso invitan al descanso de mis oídos. El inamenente alumbrado del vestíbulo no hace más que evidenciar la oscura noche que cae sobre mis espaldas. El fin del acelerado tránsito de residentes y visitantes dan comienzo al tránsito voraz de mi locura.