jueves, 31 de octubre de 2013

Misterio

Misterio

La certeza envuelta de tu misterio se escapa a los lejos, haciéndose casi invisible. La gran paradoja de este gran misterio es que tú, tú, eres la simple aparición de la realidad, de un viaje sintético de acontecimientos visibles. Eres, por decirlo así, la actualización de una posibilidad que ya no está bajo el azar, sino que es real, concreta, tangible y ubicable. Pronunciable. ¿Qué ocurre si tú, realidad, mujer de vórtices azules, escondes un misterio siendo a la vez, en sí misma, un misterio? Sólo me veo acá gritando silenciosamente que vuelvas y así desnudarte, desprendiendo cada imagen depositada luego de tu partida. Tu ausencia hace que el misterio se expanda como el universo, alcanzando una velocidad tal que no me deja más alternativa que los sueños. Te he visto en mis sueños. Sentados los dos en el rincón de un balcón, te pregunto. ¿Son mis coloreadas imágenes, mi solitario durazno y hambre siempre latente quienes te empujan a huir, a callar? Me besas e invalidas tu veredicto. Tus labios aniquilan la sentencia. Y ese pequeño momento de libertad alimenta el interminable camino de tu misterio. Porque tú como misterio y cualquier misterio real no puede recuperar fuerzas más que en mis sueños. Pero no cualquier sueño, sino un sueño de humedad, de manos, de labios, y fuego. Y tu ausencia, pareciera devenir en  un viento que sigue alimentando la imaginación de este abismante misterio. No hay realidad sin imaginación. No hay misterio sin sueños. No hay tú sin yo. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

La visita del sable

La visita del sable.


Era el presentimiento de una certeza final que venía, se asomaba, se imaginaba. Hoy llega. Como un sable que actúa escribiendo la definición. Clava sus uñas y su verdad. Ya no hay más intuiciones ni figuraciones. Es real. Su concreción ruidosamente tangible, y cercana, empuja como la espuma de una gran ola. Todas las palabras que afiné con todo mi amor han de quedar en la historia. Incorporadas en el papel, en el cuerpo y en nuestra danza. No más palabras. No más recuerdos de duraznos sangrando. No más de esa sangre como tinta de escritorio. La ambigüedad y la incómoda ambivalencia de tu ausencia presencia que merodeaba el eco de mis pájaros infames han de fluir, poco a poco, en su evanescencia. Por supuesto. La verdad de hoy, con su rabia y su dolor y comprensión entremezcladas pisarán tan fuertes los parpadeos de neón que aún se asomaban por las paredes de la ciudad en ruinas, que no habrá más, nunca más, palabras, vientos y música.

viernes, 11 de octubre de 2013

Más que las palabras y las cosas.

Más que las palabras y las cosas.

Piensas en la escritura pero tienes que leer para sobrevivir o quieres leer para revivir. La incompatibilidad de ambas prácticas en un solo instante empuja a que conduzcas tus energías en una sola de ellas. Sin embargo, sobre toda las cosas y en última instancia,  es la respiración la que se impone brutalmente. Tenemos que respirar. Respiro luego existo. Luego, ya dando unos pasos más, leo. La perdición del alma en la lectura y la tiranía de las palabras sobre un mundo de imágenes en movimiento que limita con el infinito, hacen que, así como de repente, olvidemos la consciencia de la respiración. Yo por lo menos me olvido y puede que alguien más también. No lo sé. Pero cuando vuelvo sobre la respiración: las imágenes, las palabras, los muertos y los vivos de la creación, se destruyen. Se anulan. Y vuelve la conciencia y la respiración en interacción, en su lenguaje. ¿Qué se puede llegar a sentir de esa serpiente? El ritmo y la huella de su trayectoria en los misterios de nuestros cuerpos conducen a una lenta conmoción de fuerzas ciegas innombrables. La respiración ni sobrevive ni revive, sólo vive. Y digamos entonces que una de las batallas susurrantes entre la lectura y la respiración es la que pone en tensión y conflicto la sobrevivencia o la re-vivencia (tragedia-fantasía; impotencia-omnipotencia; Joseph K.- Alonso Quijano) contra la vivencia. Por ahí, sólo digo que la consciencia se fascina con el vórtice de la imaginación de las palabras y se olvida completamente de la respiración. Con la intrínseca ambivalencia de que ocurra viceversa.  

miércoles, 2 de octubre de 2013

Sol-edad y cervezas.

Sol-edad y cervezas

Llegué a las bancas que están a la entrada de La Chascona con una lata de cerveza. Me la tomé religiosamente con toda la fuerza del sol en mi cara y las voces de los turistas que visitaban el patrimonio burgués del ex candidato presidencial comunista chileno. Luego de conseguirme fuego con una pareja de brasileños, es que llegué a la conclusión de que aquel lugar es uno de los pequeños puntos de Santiago en que puedes escuchar distintas lenguas del mundo y sentir así por un momento la sensación de viajar por las culturas que están más allá del desierto y la cordillera.
Aparecen dos jóvenes vagos subiendo la escalera de cemento que está a un costado de la entrada de La Chascona. Uno llevaba una guitarra en la mano (le faltaba la primera cuerda) y el otro una botella de cerveza sellada. No bien se percatan de mi soledad en sol y me preguntan: “¡Buena flaco, ¿qué haces?”, “dialogo con el Sol”, le respondo (ya me había tomado la cerveza). “Ven a sentarte con nosotros”, me dice uno. En ese entonces el sol ya había calcinado toda mi conciencia persecutoria, por lo que no tuve ningún segundo para evaluar la situación y desconfiar de su gesto amistoso. Fui hacia donde ellos y me ofrecieron un vaso de cerveza. Mientras le daba a los primeros sorbos, vi en ellos al prototipo del viajero descuidado alcohólico, haciendo así del lugar turístico dos postales de la vagancia hippie chilena. Ricardo, el guitarrero, me mostró su dentadura. Le faltaban varios dientes, pues me contó que estuvo viviendo trece años en Europa integrando una banda de punk rock, y que cuando estaba en su máximo romance con una chica de Luxemburgo, la policía de Bélgica lo tomó preso y le dio una pateadura de aquellas que te dejan sin dientes. Nunca me quiso contar toda la historia, porque ya estaba cansado de narrarla tantas veces. Le dije que no me la contara, que era mucho mejor así.
 Mientras compartíamos nuestra admiración por Luca Prodan, me contó que el día anterior en una fonda de fiestas patrias un amigo le vendió pasta base a dos lucas, y que no podía haber estado más que feliz, ya que el resultado fue el mismo viaje que invita la heroína. No quise cortarle la inspiración de su relato con recordarle que Prodan huyó de Europa para dejar la heroína por una guitarra y resucitar en Argentina. Era tanta la emoción de su nuevo descubrimiento, el sentir la valiosa cualidad de la heroína en una simple y barata pasta base, que abrió su morral y sacó el polvillo blanco que aún le quedaba. Su amigo sacó de su bolsillo la pipa y comenzaron a quemar. Me ofrecieron con toda la inocencia de un niño, y con esa misma inocencia me negué, sintiéndome a la vez un estúpido pequeño-burgués, porque¿cómo podía haber estado compartiendo con ellos la lúcida locura de Prodan rechazándole después el polvillo blanco con ecos de heroína?
Ricardo habló en inglés y un poco de alemán. Conto hasta diez en griego y saludaba a los turistas de La Chascona en francés. Luego del cuarto vaso de cerveza que me ofreció sacó su guitarra y comenzó a cantar. Lo acompañé en la canción de El baile de los que sobran de Los Prisioneros, Loca de Chico Trujillo y una cueca media tangueada. Me pasó su guitarra y sólo punteé y canté la primera estrofa de Wish you here. Así fue como por un momento me sentí una postal exótica más de los lugares turísticos de Santiago. Su amigo había desaparecido hace ya un buen rato, cansado de haberle tirado mierda a toda la gente que no tenía fuego para prender su cigarrillo, yéndose a perder por las calles pidiendo encendedor. Ricardo, luego de haberle revelado mi inexperiencia en la heroína y la cocaína y en cualquier droga sintética,  se paró frente a mí y proyectando suma autoridad me dijo “Mira loco, yo te voy a explicar cómo es que se consume la heroína”. Fue entonces ahí cuando pude comprender mejor la cuchara que pendía sobre su pecho. Pasaron unos diez minutos más y comencé a extrañar mi estado de soledad anterior, haciendo el amor con el Sol en plena banca. La pregunta sentenciadora que me hizo Ricardo “¿Tú eres un burgués?”, fue el rayo cristalino que develó mi ficción del ser errante. Me despedí del amigo Ricardo con la excusa que tenía que ir a trabajar. Me fulguró con su mirada increpándome “¡Me dejaron solo!”.
Cuando ya llegaba a Plaza Italia tomo mi celular y veo que tenía una llamada perdida. Devuelvo la llamada y era Antonio, ¡Don Antonio Parra!, el fantasma de ochenta y cinco años que conocí una vez vagando por las calles de Valparaíso. Nos encontramos en el “Triángulo de las Bermudas”, etiqueta que le puso él a una esquina del pasaje Fisher, donde “la gente llega y no sabe a dónde ir, se pierde”. Aquel día fue el primero de los dos días en que compartimos caminando por las calles de Valpo. Lo invité a unos cafés con medias lunas, como modo de intercambio a sus cátedras de historia social y política del puerto; su paso por programas de radio teatro en Suecia  y Chile; y su anécdotas de las muchas veces que apareció en televisión y en la prensa. Fue él quien me reveló el sagrado secreto de que Valparaíso fue diseñada por el pincel de un ángel borracho, que la forma de sus calles y casas no tenían más que esa única explicación. Su llamada fue un rayo. “Hola Patricio, ahora me acuerdo de ti, no podía acordarme sólo con el registro de mi celular. Bueno, estoy en cama hace cuatro días, mi salud ya no me deja caminar, y lo que más me duele hijo, es la soledad, he estado llamando a la gente por celular pero todo me dicen que no pueden o que tienen otras cosas que hacer. El doctor me dijo que toda la baja de mis defensas se debía a la tristeza. Me siento muy solo y no sabes cuánto duele la soledad. Espero no haberte molestado y ojalá nos veamos pronto. Muchas gracias por escucharme y disculpa”. Me acordé inmediatamente de La Soledad de Los Moribundos de Elias y qué mal me sentí convirtiendo automáticamente el profundo dolor de un alma humana en el título de un libro. Qué cabeza más hueca. No sabía que responderle a Don Antonio, ¿qué podría aportarle mi experiencia al viejo sabio de Antonio? “Búscame en Youtube”, agregó, como si estuviese recurriendo a los últimos recursos para quedar en la memoria de quien supo de su existencia y así escapar de la muerte haciéndose inmortal. Mi visita a Don Antonio en mi próximo viaje al puerto es ineludible, así como las cervezas y la música que le llevaré para acompañarlo. Ya tengo su número y el rostro de su soledad.

La soledad en la vagancia resulta una lucha permanente consigo mismo, es como si la conciencia estuviera rebatiendo infinitas voces fantásticas y sentenciadoras. El Sol viene a socorrer a la conciencia desventurada quemando con sus rayos todos los gritos de mis pájaros y la cerveza ahoga todo el fuego fatuo que sube por mi estómago. ¿Qué se yo de todo esto y al mismo tiempo qué soy yo en toda esta ficción? Soledad de la marginación y del tiempo. Soledad en una muerte lenta y en una muerte imperiosa. La soledad de la curtida vagancia y la vejez casi inválida son ellas mismas lecciones reales que se presentan como dos garrotazos estruendosos sobre mi cabeza y  que terminan por darle muerte a los rayos del Sol y a la cerveza como falsos auxiliadores. Pájaros infames muertos por manos callosas.