miércoles, 2 de octubre de 2013

Sol-edad y cervezas.

Sol-edad y cervezas

Llegué a las bancas que están a la entrada de La Chascona con una lata de cerveza. Me la tomé religiosamente con toda la fuerza del sol en mi cara y las voces de los turistas que visitaban el patrimonio burgués del ex candidato presidencial comunista chileno. Luego de conseguirme fuego con una pareja de brasileños, es que llegué a la conclusión de que aquel lugar es uno de los pequeños puntos de Santiago en que puedes escuchar distintas lenguas del mundo y sentir así por un momento la sensación de viajar por las culturas que están más allá del desierto y la cordillera.
Aparecen dos jóvenes vagos subiendo la escalera de cemento que está a un costado de la entrada de La Chascona. Uno llevaba una guitarra en la mano (le faltaba la primera cuerda) y el otro una botella de cerveza sellada. No bien se percatan de mi soledad en sol y me preguntan: “¡Buena flaco, ¿qué haces?”, “dialogo con el Sol”, le respondo (ya me había tomado la cerveza). “Ven a sentarte con nosotros”, me dice uno. En ese entonces el sol ya había calcinado toda mi conciencia persecutoria, por lo que no tuve ningún segundo para evaluar la situación y desconfiar de su gesto amistoso. Fui hacia donde ellos y me ofrecieron un vaso de cerveza. Mientras le daba a los primeros sorbos, vi en ellos al prototipo del viajero descuidado alcohólico, haciendo así del lugar turístico dos postales de la vagancia hippie chilena. Ricardo, el guitarrero, me mostró su dentadura. Le faltaban varios dientes, pues me contó que estuvo viviendo trece años en Europa integrando una banda de punk rock, y que cuando estaba en su máximo romance con una chica de Luxemburgo, la policía de Bélgica lo tomó preso y le dio una pateadura de aquellas que te dejan sin dientes. Nunca me quiso contar toda la historia, porque ya estaba cansado de narrarla tantas veces. Le dije que no me la contara, que era mucho mejor así.
 Mientras compartíamos nuestra admiración por Luca Prodan, me contó que el día anterior en una fonda de fiestas patrias un amigo le vendió pasta base a dos lucas, y que no podía haber estado más que feliz, ya que el resultado fue el mismo viaje que invita la heroína. No quise cortarle la inspiración de su relato con recordarle que Prodan huyó de Europa para dejar la heroína por una guitarra y resucitar en Argentina. Era tanta la emoción de su nuevo descubrimiento, el sentir la valiosa cualidad de la heroína en una simple y barata pasta base, que abrió su morral y sacó el polvillo blanco que aún le quedaba. Su amigo sacó de su bolsillo la pipa y comenzaron a quemar. Me ofrecieron con toda la inocencia de un niño, y con esa misma inocencia me negué, sintiéndome a la vez un estúpido pequeño-burgués, porque¿cómo podía haber estado compartiendo con ellos la lúcida locura de Prodan rechazándole después el polvillo blanco con ecos de heroína?
Ricardo habló en inglés y un poco de alemán. Conto hasta diez en griego y saludaba a los turistas de La Chascona en francés. Luego del cuarto vaso de cerveza que me ofreció sacó su guitarra y comenzó a cantar. Lo acompañé en la canción de El baile de los que sobran de Los Prisioneros, Loca de Chico Trujillo y una cueca media tangueada. Me pasó su guitarra y sólo punteé y canté la primera estrofa de Wish you here. Así fue como por un momento me sentí una postal exótica más de los lugares turísticos de Santiago. Su amigo había desaparecido hace ya un buen rato, cansado de haberle tirado mierda a toda la gente que no tenía fuego para prender su cigarrillo, yéndose a perder por las calles pidiendo encendedor. Ricardo, luego de haberle revelado mi inexperiencia en la heroína y la cocaína y en cualquier droga sintética,  se paró frente a mí y proyectando suma autoridad me dijo “Mira loco, yo te voy a explicar cómo es que se consume la heroína”. Fue entonces ahí cuando pude comprender mejor la cuchara que pendía sobre su pecho. Pasaron unos diez minutos más y comencé a extrañar mi estado de soledad anterior, haciendo el amor con el Sol en plena banca. La pregunta sentenciadora que me hizo Ricardo “¿Tú eres un burgués?”, fue el rayo cristalino que develó mi ficción del ser errante. Me despedí del amigo Ricardo con la excusa que tenía que ir a trabajar. Me fulguró con su mirada increpándome “¡Me dejaron solo!”.
Cuando ya llegaba a Plaza Italia tomo mi celular y veo que tenía una llamada perdida. Devuelvo la llamada y era Antonio, ¡Don Antonio Parra!, el fantasma de ochenta y cinco años que conocí una vez vagando por las calles de Valparaíso. Nos encontramos en el “Triángulo de las Bermudas”, etiqueta que le puso él a una esquina del pasaje Fisher, donde “la gente llega y no sabe a dónde ir, se pierde”. Aquel día fue el primero de los dos días en que compartimos caminando por las calles de Valpo. Lo invité a unos cafés con medias lunas, como modo de intercambio a sus cátedras de historia social y política del puerto; su paso por programas de radio teatro en Suecia  y Chile; y su anécdotas de las muchas veces que apareció en televisión y en la prensa. Fue él quien me reveló el sagrado secreto de que Valparaíso fue diseñada por el pincel de un ángel borracho, que la forma de sus calles y casas no tenían más que esa única explicación. Su llamada fue un rayo. “Hola Patricio, ahora me acuerdo de ti, no podía acordarme sólo con el registro de mi celular. Bueno, estoy en cama hace cuatro días, mi salud ya no me deja caminar, y lo que más me duele hijo, es la soledad, he estado llamando a la gente por celular pero todo me dicen que no pueden o que tienen otras cosas que hacer. El doctor me dijo que toda la baja de mis defensas se debía a la tristeza. Me siento muy solo y no sabes cuánto duele la soledad. Espero no haberte molestado y ojalá nos veamos pronto. Muchas gracias por escucharme y disculpa”. Me acordé inmediatamente de La Soledad de Los Moribundos de Elias y qué mal me sentí convirtiendo automáticamente el profundo dolor de un alma humana en el título de un libro. Qué cabeza más hueca. No sabía que responderle a Don Antonio, ¿qué podría aportarle mi experiencia al viejo sabio de Antonio? “Búscame en Youtube”, agregó, como si estuviese recurriendo a los últimos recursos para quedar en la memoria de quien supo de su existencia y así escapar de la muerte haciéndose inmortal. Mi visita a Don Antonio en mi próximo viaje al puerto es ineludible, así como las cervezas y la música que le llevaré para acompañarlo. Ya tengo su número y el rostro de su soledad.

La soledad en la vagancia resulta una lucha permanente consigo mismo, es como si la conciencia estuviera rebatiendo infinitas voces fantásticas y sentenciadoras. El Sol viene a socorrer a la conciencia desventurada quemando con sus rayos todos los gritos de mis pájaros y la cerveza ahoga todo el fuego fatuo que sube por mi estómago. ¿Qué se yo de todo esto y al mismo tiempo qué soy yo en toda esta ficción? Soledad de la marginación y del tiempo. Soledad en una muerte lenta y en una muerte imperiosa. La soledad de la curtida vagancia y la vejez casi inválida son ellas mismas lecciones reales que se presentan como dos garrotazos estruendosos sobre mi cabeza y  que terminan por darle muerte a los rayos del Sol y a la cerveza como falsos auxiliadores. Pájaros infames muertos por manos callosas.

2 comentarios:

  1. Es genial como estás empezando a escribir, es un acto admirable, es más considero siempre que la narración en primera persona tiene algo mucho más interesante que de otra manera, pobre amigo, ojalá que lo vayas a ver príncipe protagónico de los amigos nostálgicos. un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Ernesto Antihual. Creo que la invitación al puerto se extiende también a los poetas con rostro cubierto de pelo.

    ResponderEliminar