domingo, 23 de diciembre de 2012

Valparaiso




                Tus monstruosidades de la costa dejan bien en claro tu esencia. Barcos inmensos y pequeños, desde corporalidades absolutamente herméticas hasta una simple piel de madera desgastada. Las aves cansadas de tanta libertad buscan algún espacio en las diversas proas que, inmutables, miran la pintura de aquel ángel borracho que diseñó tus calles, edificios y casas. Albergan en tus mal llamados cerros, que no son otra cosa que lomas superpuestas unas tras otras, diferentes casas de latas oxidadas recogidas alguna vez en la orilla del mar, de rocas y piedras importadas –dicen- de Europa central, casas de múltiples materiales de segunda, tercera o cuarta mano. Departamentos fiscales coloridos, espaciosos y comunitarios que, junto a casas aristocráticas y sus respectivos jardines decimonónicos, dejar bien en claro que la arquitectura es por definición un hecho social. Verde claro, plomo, rosado, celeste, verde agua, blanco, rojo, fucsia, verde oscuro, naranja, e infinitos colores y combinaciones visten tu cuerpo empinado, desobediente y caótico; y que pronto, en cosa de minutos, encenderás tranquilamente cada faro de tus esquinas, para recordarle así a tus habitantes que ha llegado la noche y que es tiempo ya de que se sumen a levantar el festival de una ciudad que  sabe perfectamente cómo iluminar el océano pacífico.
                Valparaíso, tus calles arrinconan corazones, extravían conciencias y, sobretodo, cansan las piernas. No hay mejor lugar para un prisionero de la gran ciudad venir a sentir su propio corazón, dialogar con su perturbada conciencia y activar un poco su estático cuerpo. Pues muy bien debes saber que el caminar perdidamente sobre tus arterias impregnadas de agua salada, encontrarse con esquinas, casas y miradores surreales, sentir la soberanía del peatón sobre tus estrechas calles y, por supuesto, disfrutar como los perros callejeros indignados deben reconocer y acatar ciertos derechos felinos; hacen de ti, querido puerto, el lugar paradigmático de la sanación, introspección, del cuidadoso despliegue de nuestras consciencias, de su reconocimiento histórico, desequilibrado y pulsional. Eres, simplemente,  la santa purificación del alma.   
                 No hay motivo de olvido, ni razón de indiferencia. El brazo fraterno de tus cerros y la extensa tela de tus faldas podaron las largas hojas que ensombrecían mis potencias reales. Porque es justamente acá donde por fin voy comprendiendo eso de que se me dijo alguna vez “esto no es real”. Así como experimenté desde calidad de espectador lo que no era real, acá vivencio una y otra vez que mi conciencia también se miente, se autodestruye, se daña, sufre con imágenes y futuros irreales. Hay que respirar, escucharse, calmarse, así para entender de a poco, paso a paso, que somos seres históricos, dialécticos, que el sometimiento a un determinado mecanismo psíquico es superable, y que todas las fantasías y emociones paralizantes que deriven de él, no rechazarlas ni eliminarlas, sino más bien enfrentarlas, asirlas y callarlas. De que todo esto es aprendizaje, es la superación atravesada por contradicciones permanentes: como tus mismísimas calles, donde todo se une y desune, continuidad en la discontinuidad; como nuestras vidas, nuestros amores.  
               


viernes, 21 de diciembre de 2012

Ante la naturaleza.

Me oyó y me respondió con voz alterada: "Es verdad. Es aquí que se ve la naturaleza. He aquí la morada sagrada del entusiasmo. ¿Un hombre ha sido dotado de genio?, abandona la ciudad y sus habitantes. Le gusta, según las inclinaciones de su corazón, mezclar sus llantos con el cristal de una fuente; llevar flores a una tumba; aplastar con pie liviano la grama tierna de una pradera; atravesar con pasos lentos los campos fértiles; contemplar los trabajo de los hombres; huir al fondo de los bosques. Le gusta su horror secreto. Anda errante.  Busca un antro que lo inspire. ¿Quién mezcla su voz con el torrente que cae de la montaña? ¿Quien siente lo sublime de un lugar desierto? ¿Quién se escucha en el silencio de la soledad? Es él. Nuestro poeta habita en las orillas de un lago. Pasea su vista por las aguas, y su genio se extiende. Allí es sobrecogido por este espíritu, a veces tranquilo, a veces violento, que eleva su alma o que la calma a su gusto. ¡Oh Naturaleza, todo lo que es bueno está encerrado en tu seno! ¡Eres la fuente fecunda de todas las verdades! En este mundo sólo la virtud y la verdad son dignas de ocuparme. El entusiasmo nace de un objeto de la naturaleza. Si el espíritu lo ha visto bajo unos aspectos llamativos y diversos, está ocupado, agitado, atormentado por él. La imaginación se acalora; la pasión se agita. Uno está sucesivamente atónito, emocionado, indignado, encolerizado. Sin el entusiasmo, o la idea verdadera no se presenta, o, si por azar se encuentra, no se puede perseguir...El poeta siente el momento del entusiasmo; es después de haber meditado. Se anuncia en él por un estremecimiento que empieza en el pecho, y que pasa de una manera deliciosa y rápida, hasta las extremidades de su cuerpo. Pronto ya no es un estremecimiento; es un calor fuerte y permanente que lo abrasa, que lo hace jadear, que lo consume, que lo mata; pero que da el alma, la vida a todo lo que toca. Si este calor se acrecentara más, los espectros se multiplicarían ante él. Su pasión se elevaría casi hasta el grado de furor. No conocería más alivio que vertir afuera un torrente de ideas que se empujan, se chocan y acosan".

Dorval.

viernes, 7 de diciembre de 2012

salir de la conciencia


El sentimiento de condena y persecusión cotidiana te encierran transportándote a un mundo enjuiciador, castigador y severo con cada acción o disposición que quieras cambiar, transformar o simplemente reproducir. Es la vigilancia, la voz más oculta de la conciencia, quien regula todo pensamiento y práctica acorde a los intereses conscientes de una determinada visión de mundo, su origen corresponde a una consecuencia estructural histórica de tu vida que alimentó determinado mecanismo psicológico. Esta puede ir desde "es que mi religión no me lo permite, o este pensamiento y práctica no está dentro del marco cosmológico que yo consideré como herramienta intelectual válida para lograr recién a buscar la emancipación, hasta de "yo no creo que me la pueda", "esto no es para mi", o este pensamiento y práctica tienen un nivel de responsabilidad y complejidad que, de acuerdo a mi núcleo esencial de personalidad, es difícil que logre algún día realizar el fin esperado. Es, en otras palabras, una vigilancia proyectiva y una vigilancia patológica, respectivamente.
A la primera por supuesto no le corresponde solamente una visión de mundo religioso, sino económico, político, artístico y filosófico. Y no es tan peligroso como el patológico, aunque no deja de serlo, ya que puede alcanzar un nivel de racionalidad e intelectualidad antropológica pesadamente insoportable, anulando cualquier práctica o filosofía que escape a la racionalidad bajo la cual está conformada, y esto va tanto para las religiones, cosmovisiones, filosofías, economías, teologías, política, etcétera; en otras palabras, todo sistema explicativo o más o menos sistematizado que en su set de conceptos contribuyan llevar una vida ajena y distanciada del sufrimiento, ilusión, enajenación, desigualdad o cualquier término que resuma la condición existencial sufrida por el ser humano y que, puesta en su práctica, hará que seamos sujetos autónomos, libres, iluminados, emancipados, etcétera. Y digo peligroso en un sentido de que por muy buenas intenciones que tengan o que de alguna manera sume más que reste, no dejan de estar expuesta a lo que justamente es peligroso para toda existencia humana y social, de confundir el modelo con la realidad, con el efecto indirecto de levantar una policía que vaya encauzando consciente e inconscientemente las cosas de la realidad al lenguaje del modelo, invisivilizando cualquier acontecimiento u oportunidad de poner en práctica determinada disposición ajena a los códigos del esquema  "siempre y eterno emancipador", haciendo de la vida una desenvoltura de ficción, una normatividad  religiosa casi imperceptible. 
En cambio, la vigilancia patológica, ese árbitro implacablemente castigador-que ahoga inmediatamente cualquier señal de respirar, reprimir cualquier cambio existencial que conllevará a poner en práctica herramientas de autonomía- tiende a reducirte a la nada.  La vida sentenciada tiene que esperar ahí en su silla la enunciación de la Ley, del orden, del lenguaje preescrito de vuestro mundo. Así como la llegada de la ley se posterga y no es más que una construcción permanente de una conciencia represora, dramática, satanizadora, melancólica y pesimista, y que la espera de la sentencia es un verdadero absurdo, viene también a entrar en este juicio el miedo, el terror, el sentimiento de criatura, donde no vendría mal una visión de mundo religiosa o política o cualquier sistema de ideas racionalizadas que explican un poco el mundo  para instrumentalizarse como una teoría salvadora, una visión de mundo liberadora; pero lamentablemente el nivel de pesadez es, y para la mala suerte de Kundera, una insportable pesadez del ser. Y cualquier alternativa religiosa o científica del mundo es reducida violentamente por la invalidez de la personalidad, estando limitada para cualquier intento. El único sostén es el miedo de la espera a que llegue la sentencia, martillándose los pies y quedar completamente paralizado, una patología tal que se convierte en algo peligroso, en el buen sentido humano y moral de la palabra.

¿Cómo escapar de estos dos mecanismos reguladores de la conciencia? ¿Cómo podemos estar en un silencio absoluto con nuestro yo, y que ningún pensamiento culposo o religioso se presente y entable una conversación con nuestras conciencias?  ¿O acaso pensar en alguna posibilidad de callar la voz oculta enjuiciadora u olvidarse de las ideas salvíficas que reglamentan nuestras conductas en pos de una estabilidad emocional es un verdadero absurdo? Es un real absurdo. No podemos vivir sin ordenándonos en y con en el mundo, con nuestras microscópicas interacciones. El ordenamiento salvífico de la lengua de nuestra conciencia es necesario, es sumamente vital para algo tan sencillo pero inadvertido, como lo es la sobrevivencia. El problema es que esta no se convierta en una ficción irreal, que no sobrepase lo que queremos y amamos en su debido momento de nuestro andar, para que las contradicciones cobren su legitimidad, y la negación imprevista siga siendo el motor para nuevas conclusiones.

Por lo visto, lo anterior no es a grandes rasgos un gran problema, pues estamos más cerca de un orden o vigilancia salvadora, clarificadora (¿clasificadora?) más de nuestro y a veces atormentado camino. El problema está en la conciencia negativa como esencia, la que se ha logrado incorporar de alguna manera en la cotidianeidad de los pensamientos paralizantes, se ha arraigado de tal manera que la consagramos como natural. De esta manera se puede desenvolver tranquilamente en su trabajo de destrucción, desequilibrando la más mínima estabilidad psíquica y emocional. Es el autoproclamado demonio insportable patológico de la conciencia. Sus armas son peligrosas. Te Asfixia. Te arrincona. Te detiene. Te invalida. Te humilla. Te vacía.
Hay que luchar contra el demonio, soplar bien fuerte para que se esfume su corporalidad, que no es más que un vapor fantasmal parido por el sentimiento de criatura. Sin embargo, no es un trabajo fácil. Se requiere de mucho andar para eliminarlo, de soportar sus permanentes sufrimientos. Es tan inteligente el demonio que se alimenta automáticamente de otros sentimientos sufribles y que a diferencia de él, son reales. Hablo del amor, del extrañar, del recordar, de toda ese océano sentimental que inunda la conciencia para pensar una y otra vez en la mujer que fue, desgastando todas las energías intelectuales para no solamente entender el porqué se acabó una relación tan fuerte e intensa, sino para entender también hasta cuándo va a durar todos los sentimientos desestabilizadores de ese mismo amor. El demonio se nutre de todo ello para preparar el tubo negro, invitándote a él y sumergirte en lo más profundo de su trayecto.
Hay que salir adelante amigo mío. Levantar los brazos. Enderezar los hombros y mirar al frente. Decir que es posible. Reconocer que el sufrimiento es parte de la vida, pero no aceptarlo pasivamente y dejar que nuble el progreso, la claridad de nuestra conciencia. No hay que desesperarse. La lucha es larga, y el corazón animal que llevamos es tan fuerte que soportará una y otra vez los balazos de esta negra conciencia  y aturdido presente sentimental. No obstante, a veces, a rato, el único deseo es salir de la conciencia y correr y bailar y saltar y llorar, salir a buscar por un momento el éxtasis irracional, universal.