sábado, 21 de diciembre de 2013

El frío del sur

El frío del sur



Cuando la sangre se ata por miedo a desvergonzarse y a escuchar los primeros cantos herbáceos, se avecina tranquilamente la música. Ella, armonía ardiente, pide unos minutos de silencio y un momento de distensión para aclarar algunas cosas. Sin antes, por supuesto, de que la sangre silencie su resistencia y diluya su imperio, confundiéndose con los últimos coros herbáceos que se ven allá lejos acercándose.  La música, vestida ella sólo de poesía y sonido, de ritmos y golpes, evoca un recuerdo y habla. Insolente y delirante, desempolva un pasado. Se Pronuncia. Se asoma.  Camina tranquilamente rasgando mi cuerpo y mis manos, despertándome así de una tierna siesta. Deviene como un vendaval bufónico del equilibrio siempre engañoso del gobierno del Yo. Ascienden eufóricamente sus palabras, sus verdades, sus huellas originarias. Provocando con su risa de duende el desorden y el retorno. No lo soñé, no lo soñé, advierte ella. Perseverante e irreverente logra imponerse. Se asienta. Se posiciona. Y me recuerda del fatuo frío del sur y su falsa amenaza. Puede que seamos románticos perseguidos o miradas desventuradas a la hora de hacer frente al frío, subraya la música. El frío del sur, concluye, evanescerá con la ternura de nuestras preguntas, quienes no olvidarán alumbrar los desvíos que niebla la ruta de los náufragos del miedo.  





Pintura: Francisca Márquez



jueves, 12 de diciembre de 2013

¡ay, el conocimiento!

El conocimiento sin la experiencia es una voz artificial, vacía y engañosa. Todo intelectual o pensador de las ciencias humanas o profetas de la política que plantee las últimas verdades de la humanidad y del hombre y su relación con la sociedad, sin haber experimentado todas las realidades posibles que estuvieron a su alcance, o que en su cómoda posición e imagen le cortaron las alas a seguir volando por el universo entero de las experiencias de la vida: de vivir, conversar, embriagarse desenfrenadamente, perderse en la oscuridad y sentir el misterio de los personajes del mundo subterráneo, temblar ante la adrenalina escatológica arriesgándolo todo, bajo una acción o decisión sin reservas de racionalidad ni ahorros de sobrevivencias; sin haberse empapado alguna vez ante la fuerza magnífica de la experiencia, allá donde la razón aún ni siquiera aprende el alfabeto, hacen que  sus verdades consagradamente certificadas devengan en una lenta putrefacción.

Fotografía: Anke Nunheim


Tienen que asegurar su posición. El poder. ¡Oponiendo resistencias! Y así seguir con la fe de que sus almas están más cerca de la salvación. Su ilusión. Todo pensador que tenga el descaro de ser el portador de la llave universal sin estar en diálogo y dados de la mano con la bestia, la euforia, el azar del viento, su angustia y su pasión; o peor aún, ni siquiera como espectador lejano de quienes son los brillantes exponentes de ese conocimiento oculto, de esa sabiduría secreta de la experiencia o Filosofía de la Noche. No, ahí están, observémoslos silenciosamente desde las manos cansadas de su secretaria. Los vemos. Ahí están, encorvados en su oficina, sentados frente a su computadora, custodiados con el ejército de libros agonizantes que sólo balbucean la compilación de artículos indexados.  Nos hablan del sujeto dominado, histórico o creador de sí. Nos instruyen del ser comprendido, el ser explicado, el ser predicho y el ser expresado. Pero ni siquiera nos hablan a nosotros, porque hablan entre ellos mismos. 

lunes, 9 de diciembre de 2013

bicicleta y otras yerbas


Bicicleta y otras yerbas.

Retomé la bicicleta después de un largo tiempo. Puede que el micro y el metro, quienes me transportaban por la ciudad, hayan querido tomar un descanso. O bien dicho, yo, de ellos. No obstante, ambos escondían algo. Y a raíz de este pequeño tiempo en que se han hecho ausentes, he podido detectar algo. Un halo misterioso invisible a la velocidad de sus movimientos.

¿Cómo puedo encontrar algo de seductor al metro, a ese lugar muerto e impersonal, donde el apuro se confunde con miradas ensimismadas de pensamientos? Aún no lo sé, puede ser que esa atracción subterránea se deba a un leve murmullo, lejano y poco descifrable, donde, paradójicamente, y tan característicos de los lugares muertos, se logran captar algunos signos interesantes o alguna voz reveladora. Signos que brotan tímidamente ante nuestro naufragio cotidiano esperando ser puesto en la palma de las manos y dejarse desnudar poco a poco.

El metro, danza de la apatía y el deseo, nos recuerda que el asombro, el azar y la coincidencia, son fuerzas que si bien las hemos guardado en nuestro silencio, pueden dinamitar en cualquier momento la solidez de nuestro ensimismamiento y golpear las pestañas de nuestra mirada perdida, absorbida por macabras fantasías o, simplemente, por la uniforme marcha del tren, la cual unifica todo los sonidos y ruidos de su movimiento en un sencillo adormecimiento de nuestros sentidos.

Y es ante este letargo donde aterriza inesperadamente el asombro, ese momento único e infinitesimal de ver o presenciar algo absolutamente nuevo e inaudito, en que sólo reaccionamos abriendo, sin darnos cuenta, la boca. Ocurre, por ejemplo, cuando vemos manchas de sangre en el piso. ¿Cómo no reducir toda nuestra atención en huellas de sangre? ¿Cómo no anular el resto del mundo con la mirada perdida hacia la sangre hecha huella? ¿Qué fuerza interior nos hace querer observar obsesivamente gotas de sangre en el piso? ¿De qué persona vendrá, de que parte de su cuerpo, qué le habrá pasado? No puedo apartar mis ojos del piso, el encantamiento de simples gotas de sangre marcan un camino totalmente distinto al que en realidad conducían mis pies. Me abstraigo. Y no me importa chocar contra alguien, quien muy bien puede ofrecerme otro asombro, otra coincidencia, otro azar.

Cabe aclarar y hacer justicia, por lo demás, que estos relámpagos de asombro obtienen su fuerza ensalzadora por la monotonía del lugar que lo viste. Porque ante cualquier fondo gris, cualquier mínima mancha oscura resalta. Sin embargo, son relámpagos, sorpresas. Asombros que despiertan con un balde de agua fría nuestros sentidos, purificando nuestras vidas, embelleciendo nuestra percepción con imágenes vírgenes y paganas.



   Fotografía: Diggie Vitt


Sin embargo, tanto el metro, como en un grado menor, la micro, adormecen los sentidos, limitando las probabilidades de aparición del asombro, la coincidencia, o el azar. Uno pudiese pensar, o recordar, que el metro o el micro es una lluvia torrencial de azar, suma incontrolable de encuentros improbables que se materializan, pero que a causa del desconocimiento que tenemos de los rostros con que nos topamos, toda aleatoriedad pierde su valor. Pero ni siquiera esto, porque el valor de una imagen no está en el contenido puntual de su conocimiento, sino en su esencia relacional. Por eso es que si ante el devenir incontrolable de imágenes que presenciamos en el subterráneo del metro no somos capaces de articularla con algo (ya sea con nuestro pasado, nuestro presente o las expectativas de nuestro futuro), o no somos capaces de atribuirle un significado que va más allá de lo visible, de lo inmediato; si no transformamos la imagen, los rostros, los accidentes  o cualquier encuentro sorpresivo, dejamos que el valor de aquello se esfume y se consuma lentamente con la monotonía del tren.

Lo mismo con la coincidencia, constelación de situaciones que convergen en un mismo espacio y tiempo que, si no gatillan algún pequeño significado, pasan absolutamente inadvertidas. El metro y el micro son plataformas bestiales que pueden desatar estas fuerzas. Pero en la uniformidad del micro (siendo mucho más rico en imágenes, ya que siempre se puede mirar por más de una ventana) y en la agonía del metro, la coincidencia o el asombro tienden a dormir. Y así es como el las imágenes dejan de invitarnos a conocer su poder y universo.

Nuestros sentidos en constante movimiento nos conducen mecánicamente a la conciencia de nuestra existencia. Un desplazamiento por la ciudad mediante el imperio sensorial no sólo nos obliga a permanecer en estado alerta, sino que es la fuente culmine de una creación infinita. La imágenes que emergen del movimiento de nuestro cuerpo, de la mecánica circular de nuestras piernas y, por sobre todo, de nuestro control absoluto de nuestro andar y destino, devienen en una mayor riqueza creacional, de una mayor fuerza y poder del asombro y la coincidencia. Simplemente, una bicicleta.

Retomé la bicicleta luego de un largo adormecimiento. Desplazarse por la ciudad moviendo el cuerpo es ya otra historia, desplazarse por la ciudad consciente de la respiración, es ya otro mundo. Desplazarse por la ciudad en un estado permanente de alerta, es ya otro presente.  La gran llama siempre viva de la percepción, diosa a la que le debemos la vida, no detiene en ningún momento su gran marcha. No tenemos la seguridad que nos brinda el metro y el micro, no, porque aquí nuestros sentidos sólo trabajan para rascarse la espalda, y peor aun cuando nos consumimos en la lectura de los libros, desatendiéndonos completamente de los pasajeros, a excepción de si leemos en el pasillo y nos vemos interrumpido en cada párrafo por dar espacio al pasajero que respetuosamente nos lo pide.

En el metro no movemos las piernas, al contrario, nos la mueve el balanceo de esa masa prensada que agoniza en los vagones. Allí, no somos muy conscientes de la respiración, así como para economizar nuestra resistencia al desgaste físico.  Peor aún, sólo nos hacemos consciente para buscar algún hueco de oxígeno y no ahogarnos con el vapor de cuerpos estresados. Alzamos la mirada hacia el techo, como pidiendo alguna ayuda divina.

En la bicicleta, el despliegue de nuestros sentidos está en un trabajo permanente e intenso, necesariamente vivo. Pues sin ello, arriesgamos la vida. La concepción de la distancia cambia de manera brutal. Con el micro y el metro aniquilamos muchas calles, desconocemos sus nombres, sus árboles, sus diálogos con el sol y el ocaso, sus caminantes contingentes. La vida estática arriba de una máquina con motor y neumáticos reduce abismalmente todo ese abanico de posibilidades, impidiéndonos ver en un pasaje recóndito, por ejemplo, el descanso de un anciano a las afuera de su casa, con su silla y su sombrero. Aunque inmediatamente has de volver a tu estado de alerta, a tu consciencia absoluta del movimiento efectuado entre tú y la bicicleta y esta con el mundo. Calculando, anticipándose, intuyendo, presintiendo, imaginando, respirando: pedaleando. Todo ante la más invisible complicidad de nuestro rostro y el viento. Acá, cada imagen deviene ante nuestros ojos por la relación mecánica que sostenemos con la bicicleta. Las imágenes se desnudan en su territorio total: calles, pasajes, casas, árboles, edificios, parques, paraderos, autos, cerros,  trabajadores, bellas mujeres, niños, hombres, colegios, universidades, comerciantes, policía, turistas. La espera de la luz verde del semáforo como suspenso cuadriculado. O sea, todo lo ausente dentro de un micro y un metro.

Ahora bien, si nuestros sentidos están dialogando con la conducción del andar y nuestra percepción dialogando con el riesgo de la vida en movimiento, ¿cómo es que podemos darnos el espacio y tiempo para relacionar las imágenes vistas? ¿Cuál es la ventaja entonces de nuestra relación con las imágenes, ya sea desde su coincidencia y asombro, si estamos sumergidos en el movimiento? ¿Si el micro y el metro, por el mismo adormecimiento de nuestros sentidos, reducen las posibilidades de la creación asociativa de las imágenes, qué nos asegura que, al contrario, el imperio de la gran marcha de los sentidos permita dicho arte? 

sábado, 16 de noviembre de 2013

Madre

Arrinconemos el polvo. Ordenemos la mugre. Envolvámosla.
Perdón útero querido, creadora eterna, perdón.
Espantaré las nieblas de mi ombligo para verte feliz.
Madre creadora de lo eterno. Limpiémonos. Te amo. 

Just Like London

El castillo volará en mil pedazos. Al más allá. Y con la velocidad de su trayecto por los aires se desvanecerá en lluvia de resurrección, retornando impíamente hacia la tierra. Recobrará así sus partes atómicas, reconstituyéndose no sólo con sus antiguas piedras, sino con jardines cada vez más confusos que, sin embargo, esconden siempre flores de aurora. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Anclaje

Cerraré tus ojos por un momento y correré el riego de formular alguna palabra que caiga como un ancla sobre tu pecho y darle así, al menos, un color y una forma y un rostro,  al movimiento misterioso de tu cuerpo y de tus verbos. Quisiera entregarme una humilde nominación y tartamudear siquiera una verdad. Pero tu misterio, lejano e incógnito, me seduce y desnuda. Tu misterio es generoso con quienes esperan afuera. Comparte sencillos ecos de ilusiones que pueden ser escuchados. Y ante mis improbabilidades, es que construyo el arma de mi propia imaginación. Imagino el encanto de nuestro entendimiento indescifrable. El estilo mágico y propio de nuestro delirio lleno de significaciones. Recuerdo el encuentro de dos lenguas extranjeras que hallan en sus diversos bailes una sincronía centrípeta de confusión y humor, del florecimiento sintético de una única y singular lengua.  Más allá de que todo pertenezca a la tiranía desfiguradora de lo real, a la bella arquitectura de mis fantasías espectrales,  no puedo negar y reconocer que fue y sigue siendo una sensación creada también desde la física, de la química. Los símbolos, como devenirse por esencia, pasan también por el corazón, por lo corporal. De lo contrario, nadie se podría comunicar. Al menos, de nuestra especie. Y lo más elemental de cualquier interacción humana, el lenguaje y su juego, el lenguaje y su cuerpo, el lenguaje y su mirada, recaen estruendosamente como huellas de una esperanza, de un deseo. La posesiva  ansiedad masculina y su torpeza lineal, livianamente secuencial y, sobretodo, consagradamente predecibles, se resbalan justamente en la solidez de tu incertidumbre. Evanesciéndose también así todo verbo masculino. El misterio, el misterio de tus vórtices azules, danzan inocentemente alrededor de la frágil cuerda que sostiene mí volantín. Tu remarcada distancia y visible ausencia son dos fuerzas en movimiento que niebla cualquier atisbo de puerto. Ningún anclaje pareciera ser posible. Porque tú eres la ancla misma. El anclaje del misterio. Y la oscilación y devenir de mis delirios fantasmagóricos no tendrán ni siquiera la empatía, por ahora, de darse por muertos. Con tal de darle, aunque sea por un momento,  un rostro y  un color y una forma al fluido del pacífico. Donde naufragan tus barcos de papel. 

Fotografía: Pete Eckert

jueves, 31 de octubre de 2013

Misterio

Misterio

La certeza envuelta de tu misterio se escapa a los lejos, haciéndose casi invisible. La gran paradoja de este gran misterio es que tú, tú, eres la simple aparición de la realidad, de un viaje sintético de acontecimientos visibles. Eres, por decirlo así, la actualización de una posibilidad que ya no está bajo el azar, sino que es real, concreta, tangible y ubicable. Pronunciable. ¿Qué ocurre si tú, realidad, mujer de vórtices azules, escondes un misterio siendo a la vez, en sí misma, un misterio? Sólo me veo acá gritando silenciosamente que vuelvas y así desnudarte, desprendiendo cada imagen depositada luego de tu partida. Tu ausencia hace que el misterio se expanda como el universo, alcanzando una velocidad tal que no me deja más alternativa que los sueños. Te he visto en mis sueños. Sentados los dos en el rincón de un balcón, te pregunto. ¿Son mis coloreadas imágenes, mi solitario durazno y hambre siempre latente quienes te empujan a huir, a callar? Me besas e invalidas tu veredicto. Tus labios aniquilan la sentencia. Y ese pequeño momento de libertad alimenta el interminable camino de tu misterio. Porque tú como misterio y cualquier misterio real no puede recuperar fuerzas más que en mis sueños. Pero no cualquier sueño, sino un sueño de humedad, de manos, de labios, y fuego. Y tu ausencia, pareciera devenir en  un viento que sigue alimentando la imaginación de este abismante misterio. No hay realidad sin imaginación. No hay misterio sin sueños. No hay tú sin yo. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

La visita del sable

La visita del sable.


Era el presentimiento de una certeza final que venía, se asomaba, se imaginaba. Hoy llega. Como un sable que actúa escribiendo la definición. Clava sus uñas y su verdad. Ya no hay más intuiciones ni figuraciones. Es real. Su concreción ruidosamente tangible, y cercana, empuja como la espuma de una gran ola. Todas las palabras que afiné con todo mi amor han de quedar en la historia. Incorporadas en el papel, en el cuerpo y en nuestra danza. No más palabras. No más recuerdos de duraznos sangrando. No más de esa sangre como tinta de escritorio. La ambigüedad y la incómoda ambivalencia de tu ausencia presencia que merodeaba el eco de mis pájaros infames han de fluir, poco a poco, en su evanescencia. Por supuesto. La verdad de hoy, con su rabia y su dolor y comprensión entremezcladas pisarán tan fuertes los parpadeos de neón que aún se asomaban por las paredes de la ciudad en ruinas, que no habrá más, nunca más, palabras, vientos y música.

viernes, 11 de octubre de 2013

Más que las palabras y las cosas.

Más que las palabras y las cosas.

Piensas en la escritura pero tienes que leer para sobrevivir o quieres leer para revivir. La incompatibilidad de ambas prácticas en un solo instante empuja a que conduzcas tus energías en una sola de ellas. Sin embargo, sobre toda las cosas y en última instancia,  es la respiración la que se impone brutalmente. Tenemos que respirar. Respiro luego existo. Luego, ya dando unos pasos más, leo. La perdición del alma en la lectura y la tiranía de las palabras sobre un mundo de imágenes en movimiento que limita con el infinito, hacen que, así como de repente, olvidemos la consciencia de la respiración. Yo por lo menos me olvido y puede que alguien más también. No lo sé. Pero cuando vuelvo sobre la respiración: las imágenes, las palabras, los muertos y los vivos de la creación, se destruyen. Se anulan. Y vuelve la conciencia y la respiración en interacción, en su lenguaje. ¿Qué se puede llegar a sentir de esa serpiente? El ritmo y la huella de su trayectoria en los misterios de nuestros cuerpos conducen a una lenta conmoción de fuerzas ciegas innombrables. La respiración ni sobrevive ni revive, sólo vive. Y digamos entonces que una de las batallas susurrantes entre la lectura y la respiración es la que pone en tensión y conflicto la sobrevivencia o la re-vivencia (tragedia-fantasía; impotencia-omnipotencia; Joseph K.- Alonso Quijano) contra la vivencia. Por ahí, sólo digo que la consciencia se fascina con el vórtice de la imaginación de las palabras y se olvida completamente de la respiración. Con la intrínseca ambivalencia de que ocurra viceversa.  

miércoles, 2 de octubre de 2013

Sol-edad y cervezas.

Sol-edad y cervezas

Llegué a las bancas que están a la entrada de La Chascona con una lata de cerveza. Me la tomé religiosamente con toda la fuerza del sol en mi cara y las voces de los turistas que visitaban el patrimonio burgués del ex candidato presidencial comunista chileno. Luego de conseguirme fuego con una pareja de brasileños, es que llegué a la conclusión de que aquel lugar es uno de los pequeños puntos de Santiago en que puedes escuchar distintas lenguas del mundo y sentir así por un momento la sensación de viajar por las culturas que están más allá del desierto y la cordillera.
Aparecen dos jóvenes vagos subiendo la escalera de cemento que está a un costado de la entrada de La Chascona. Uno llevaba una guitarra en la mano (le faltaba la primera cuerda) y el otro una botella de cerveza sellada. No bien se percatan de mi soledad en sol y me preguntan: “¡Buena flaco, ¿qué haces?”, “dialogo con el Sol”, le respondo (ya me había tomado la cerveza). “Ven a sentarte con nosotros”, me dice uno. En ese entonces el sol ya había calcinado toda mi conciencia persecutoria, por lo que no tuve ningún segundo para evaluar la situación y desconfiar de su gesto amistoso. Fui hacia donde ellos y me ofrecieron un vaso de cerveza. Mientras le daba a los primeros sorbos, vi en ellos al prototipo del viajero descuidado alcohólico, haciendo así del lugar turístico dos postales de la vagancia hippie chilena. Ricardo, el guitarrero, me mostró su dentadura. Le faltaban varios dientes, pues me contó que estuvo viviendo trece años en Europa integrando una banda de punk rock, y que cuando estaba en su máximo romance con una chica de Luxemburgo, la policía de Bélgica lo tomó preso y le dio una pateadura de aquellas que te dejan sin dientes. Nunca me quiso contar toda la historia, porque ya estaba cansado de narrarla tantas veces. Le dije que no me la contara, que era mucho mejor así.
 Mientras compartíamos nuestra admiración por Luca Prodan, me contó que el día anterior en una fonda de fiestas patrias un amigo le vendió pasta base a dos lucas, y que no podía haber estado más que feliz, ya que el resultado fue el mismo viaje que invita la heroína. No quise cortarle la inspiración de su relato con recordarle que Prodan huyó de Europa para dejar la heroína por una guitarra y resucitar en Argentina. Era tanta la emoción de su nuevo descubrimiento, el sentir la valiosa cualidad de la heroína en una simple y barata pasta base, que abrió su morral y sacó el polvillo blanco que aún le quedaba. Su amigo sacó de su bolsillo la pipa y comenzaron a quemar. Me ofrecieron con toda la inocencia de un niño, y con esa misma inocencia me negué, sintiéndome a la vez un estúpido pequeño-burgués, porque¿cómo podía haber estado compartiendo con ellos la lúcida locura de Prodan rechazándole después el polvillo blanco con ecos de heroína?
Ricardo habló en inglés y un poco de alemán. Conto hasta diez en griego y saludaba a los turistas de La Chascona en francés. Luego del cuarto vaso de cerveza que me ofreció sacó su guitarra y comenzó a cantar. Lo acompañé en la canción de El baile de los que sobran de Los Prisioneros, Loca de Chico Trujillo y una cueca media tangueada. Me pasó su guitarra y sólo punteé y canté la primera estrofa de Wish you here. Así fue como por un momento me sentí una postal exótica más de los lugares turísticos de Santiago. Su amigo había desaparecido hace ya un buen rato, cansado de haberle tirado mierda a toda la gente que no tenía fuego para prender su cigarrillo, yéndose a perder por las calles pidiendo encendedor. Ricardo, luego de haberle revelado mi inexperiencia en la heroína y la cocaína y en cualquier droga sintética,  se paró frente a mí y proyectando suma autoridad me dijo “Mira loco, yo te voy a explicar cómo es que se consume la heroína”. Fue entonces ahí cuando pude comprender mejor la cuchara que pendía sobre su pecho. Pasaron unos diez minutos más y comencé a extrañar mi estado de soledad anterior, haciendo el amor con el Sol en plena banca. La pregunta sentenciadora que me hizo Ricardo “¿Tú eres un burgués?”, fue el rayo cristalino que develó mi ficción del ser errante. Me despedí del amigo Ricardo con la excusa que tenía que ir a trabajar. Me fulguró con su mirada increpándome “¡Me dejaron solo!”.
Cuando ya llegaba a Plaza Italia tomo mi celular y veo que tenía una llamada perdida. Devuelvo la llamada y era Antonio, ¡Don Antonio Parra!, el fantasma de ochenta y cinco años que conocí una vez vagando por las calles de Valparaíso. Nos encontramos en el “Triángulo de las Bermudas”, etiqueta que le puso él a una esquina del pasaje Fisher, donde “la gente llega y no sabe a dónde ir, se pierde”. Aquel día fue el primero de los dos días en que compartimos caminando por las calles de Valpo. Lo invité a unos cafés con medias lunas, como modo de intercambio a sus cátedras de historia social y política del puerto; su paso por programas de radio teatro en Suecia  y Chile; y su anécdotas de las muchas veces que apareció en televisión y en la prensa. Fue él quien me reveló el sagrado secreto de que Valparaíso fue diseñada por el pincel de un ángel borracho, que la forma de sus calles y casas no tenían más que esa única explicación. Su llamada fue un rayo. “Hola Patricio, ahora me acuerdo de ti, no podía acordarme sólo con el registro de mi celular. Bueno, estoy en cama hace cuatro días, mi salud ya no me deja caminar, y lo que más me duele hijo, es la soledad, he estado llamando a la gente por celular pero todo me dicen que no pueden o que tienen otras cosas que hacer. El doctor me dijo que toda la baja de mis defensas se debía a la tristeza. Me siento muy solo y no sabes cuánto duele la soledad. Espero no haberte molestado y ojalá nos veamos pronto. Muchas gracias por escucharme y disculpa”. Me acordé inmediatamente de La Soledad de Los Moribundos de Elias y qué mal me sentí convirtiendo automáticamente el profundo dolor de un alma humana en el título de un libro. Qué cabeza más hueca. No sabía que responderle a Don Antonio, ¿qué podría aportarle mi experiencia al viejo sabio de Antonio? “Búscame en Youtube”, agregó, como si estuviese recurriendo a los últimos recursos para quedar en la memoria de quien supo de su existencia y así escapar de la muerte haciéndose inmortal. Mi visita a Don Antonio en mi próximo viaje al puerto es ineludible, así como las cervezas y la música que le llevaré para acompañarlo. Ya tengo su número y el rostro de su soledad.

La soledad en la vagancia resulta una lucha permanente consigo mismo, es como si la conciencia estuviera rebatiendo infinitas voces fantásticas y sentenciadoras. El Sol viene a socorrer a la conciencia desventurada quemando con sus rayos todos los gritos de mis pájaros y la cerveza ahoga todo el fuego fatuo que sube por mi estómago. ¿Qué se yo de todo esto y al mismo tiempo qué soy yo en toda esta ficción? Soledad de la marginación y del tiempo. Soledad en una muerte lenta y en una muerte imperiosa. La soledad de la curtida vagancia y la vejez casi inválida son ellas mismas lecciones reales que se presentan como dos garrotazos estruendosos sobre mi cabeza y  que terminan por darle muerte a los rayos del Sol y a la cerveza como falsos auxiliadores. Pájaros infames muertos por manos callosas.

sábado, 28 de septiembre de 2013

La doble mierda



La doble mierda.

Hay que decirlo directamente: tenía ganas de botar mierda. Recorro las calles de Bellavista y Constitución preguntando en cada uno de sus bares por la disponibilidad de sus baños a recibir mi mierda (claramente que no se los plantee de esa manera).  Las primeras respuestas constituyen la razón fundamental para comenzar a blasfemar que las personas de este país son una mierda. Aunque con un ánimo de justicia, es pertinente acotar que no todas las almas de este país son una mierda,  sino que lo son los dueños o trabajadores de bares y restaurantes que aun teniendo el poder de facilitar sus inodoros para que tranquilamente un inquieto esclavo de la necesidad inmediata pueda descargar su mierda, se nieguen, o peor aún, te cobren, manteniéndote en la angustiosa desesperación de no poder descargar ¡tu mierda! El cobro del baño es “algo que sólo lo pueden hacer los chilenos”, reclamaba una amiga argentina cuando tuvo que sufrir la misma situación, y creo que su ojo antropológico no deja de ser certero. ¿Se hace más indigna el alma humana cuando convierte la satisfacción de una necesidad básica en mercancía? Está claro que la putrefacción de las almas que cobran por el uso del baño pudiendo no hacerlo tienen un doble olor a mierda.
Acaba de caer en mi mente un rayo de recuerdo. Aquella noche en que conocí y besé al primer amor de mi vida sufrí también por la necesidad de botar mierda. Entre bailando y creando los primeros verbos de nuestros cuerpos, es que le dije sin ninguna intención de abandonarla que necesitaba por un momento el placer de la mierda, reemplazando así, sólo por quince minutos, el objeto de mi deseo sexual. Al parecer así fue como la enamoré.

Mierda, mercancía y amor se pueden conjugar en una sola situación y sus respectivos recuerdos asociados. Y si somos atrevidos, son los tres problemas fundamentales que urgen a toda alma humana. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

A un vagón

A un vagón.

El indigente entra y hace uso de uno de los asientos del penúltimo vagón del tren. Los pasajeros sentados a su alrededor más quienes iban parados en el pasillo comienzan a inquietarse. La sensibilidad de sus olfatos obliga a observar asqueadamente al atorrante; se miran entre ellos para acordar la sincronización de llevar sus manos sobre las narices y así acumular la fuerza de la complicidad para ir parándose uno a uno y caminar hacia el centro del vagón, dejando completamente solo al miserable. Este ni siquiera se inmuta. Puede que la familiaridad de la situación no sea ninguna novedad y menos unas aflicción. En el vagón de los refugiados de la putrefacción se halla uno de los intelectuales más agudos de Chile. Tomás Moulian (¿cuántas veces ya me lo he topado?) sentado con su sobrina ni siquiera se percata de toda la desdicha del infame. Mientras su sobrina lenguetuéa un helado y Tomás sostiene firmemente en su mano una bolsa de Mcdonald’s, llegan dos turistas francesas que hablan del frío de la noche anterior y la naturaleza kitch de las fiestas patrias chilenas.

Los libros, el viaje y la marginalidad. La teoría, la experiencia y el poder. El discurso, el cuerpo y la mirada. Todo ello converge en un solo vagón. 

jueves, 1 de agosto de 2013

Pasos lentos

Hay abismos que giran
y vuelven.
Y yo escapo en sentido
contrario.
Pero me hallo en ellos.
Y caigo, relampagueando
suspiros.

Al fin.

Mi nariz entra en razón
porque respiro.
Y recuerdo que también
sigo siendo carne que
se resiste al vórtice de
la desesperación.


domingo, 7 de julio de 2013

Ya más loco.



Las muertes que te hicieron vivir son inmortales. Se conservan a veces en la conciencia, se manifiesta de vez en cuando en ese lugar, pero su posada siempre de llegada es en su pasado, en su recuerdo, en su historia. El transcurso de la experiencia de la muerte sufre procesos, movimientos que por unos momentos pensamos que alcanzaron un nivel tal de estabilidad que no provocará más vivencias de nostalgia (claramente que esta última no es más que una piedra en el camino). Pero esta vuelva a aparecer, a veces la experiencia del recuerdo y el recuerdo de la experiencia se unen en un solo sentimiento instintivo de desequilibrio, de una pequeña perturbación, que aparece contra viento y marea hacia nuestras conciencias, a meternos ruido, ruidos de arañazos, un ruido en silencio.

Cuando se cumple un ciclo de aquella muerte, de su bomba de explosión vivencial, el recuerdo grita como una bestia, trae al presente las imágenes, los llantos y las piedras pesadas que cayeron sobre nuestros cuerpos que no terminarnos más que dejarnos huellas. Cuando se cumple un ciclo, cuando se cierra una transición de la muerte, esta abre implícitamente las puertas de su retorno, para entrar con estrépito y decirnos que está prohibido olvidar tan pronto, que no es un reconocimiento a nuestra condición de seres contradictorios y enfermos. Cuando se cumple un ciclo de una muerte que entregó las fuerzas vitales de hacernos caminar con los hombros bajos y así sentir que no es más que la pura expresión de la vida, el recuerdo es inminente, debido la fuerza que porta.

Pero los ciclos están para revivir. Para la continuación del proceso,  donde en su mismo desarrollo conlleva esos elementos del pasado. Es lindo recordar, porque con la muy fuerza cuántica de su carácter, siempre habrá un lugar para el principio, la no relatividad, la cual ha de encontrarse con una mayor fuerza, una fuerza tal que el mismo recuerdo y su repaso por el corazón es sólo un saludo, una simple atención para seguir mirando hacia adelante y caminar con nuevas preguntas. Así, la muerte y su ciclo, serán integradas como parte del mismo motor de la vida.

El problema seguirá siendo la pregunta de si el amor es realmente amor o es una expresión patógena de nuestra historia singular.

Mejor sigamos escuchando Spinetta.

martes, 21 de mayo de 2013

hoy

El tiempo y su recuerdo se repliegan una y otra vez sobre la conciencia. Ciertas fechas determinadas te invitan al retorno. A un pasado animalesco y trascendental. Como el descubrimiento del amor, su primera experiencia y eternos placeres y dolores que vuelven, como tiempo y su recuerdo, a nuestra conciencia. Nos distraen, nos acongoja, nos permite volver a soñar.

jueves, 4 de abril de 2013

rareza



Rareza, sumergirse en la rareza. ¿Qué es lo raro para mí? ¿Qué fue aquello a lo que lo sometí al más severo cuestionamiento y deformación? La tensión entre mi yo y aquello extraño fue la fuerza natural de la lucha por la identificación. O bien, la implicancia con el entorno (que en términos sistémicos, que está tan de moda en la sociología chilena, el acoplamiento estructural entre sistema y entorno).
En este caso, para mí, no sería más que el acoplamiento entre la personalidad y el entorno. ¿Qué tanto aporte puede entregar la diversidad de entornos? ¿Qué tanto sumamos a la riqueza de nuestro espíritu lo multiforme que puede adquirir la tensión entre nuestro yo y el entorno? Creo que mucho, y al decir mucho, puede que me caiga un ladrillo ortodoxo del marxismo mecánico diciéndome: ¡posmoderno! Pero creo que va más allá de eso, pues la diversidad de experiencias acumulada, y por tanto, las tensiones vividas y revividas, son materia esencial para el aprendizaje en el mundo, en la sociedad, en la naturaleza. Es retorno de la tensión generada por el divorcio entre el espíritu y la naturaleza, entre el sujeto y el objeto. Los distintos dialectos que genera la dialéctica de la experiencia acumulada es el principio mismo de la aproximación de vivir la vida, de la coincidencia entre libertad y necesidad, donde cada uno es simultáneamente la otra. La síntesis entre el puedo y el quiero. Qué maravilla. Qué luces. Qué tinieblas. Todo es aún desconocido. Es tan breve la existencia para tanta música nueva, dice un locutor de radio. Pero yo digo, es tan breve la existencia para tanto mundo por conocer. Tantas realidades que, en sus tinieblas, ocultan las razones verdaderas: y en todo sentido, a nivel físico y social. ¿O no señores fenomenólogos? Perdón por hablarles así, pero hay que reconocer que la negación de nuestras vidas es un movimiento que produce y esconde a su vez. Sigamos caminando y preguntando... a la vez.

sábado, 23 de marzo de 2013

Faustoraiso.

Es lo últimamente discordante, conflictivo. Es, es. No puede dejar de ser. Es una torrente, un río, una olas asesinas. Una nube, dos nubes, mil nubes que no solo esconden, sino que oscurecen el único camino. Son las sombras. Son los pájaros. Son. Son, son los fantasmas. Es, es, y no dejar de ser, la magnífica fiesta ensordecedora. Suprema. Es, es, y no deja de ser, la vida misma de las lenguas del fuego. Es el principio absoluto del Yo interminable. Es el fuego. Es, y no deja de ser Dios y Diablo.Es la convivencia. Es la reconciliación. Es la superación de la locura. Es, y no deja de ser una simple palabra nominada Fausto. La pura luz, la absoluta luz, la dogmática luz es un engaño, una ilusión de ilusiones, una antinaturaleza. Es, y no deja de ser también oscuridad, muerte, seducción, alucinación y burla. Es, y no deja de ser, Satán. ¡Gloria a aquellos! ¡Gloria a Dios! ¡Gloria al Diablo! !Gloria al mundo invertido, al cielo como infierno e infierno como ciudad celestial! Es todo en la síntesis de su unidad en permanente construcción. Es, y sigue siendo... ¡el amor! ¡La vida!

domingo, 24 de febrero de 2013

Chinoy


Uh, acabo de llegar de la presentación de Chinoy y aún sigo extasiado. En un comienzo este loco no me prendía, su voz me parecía bastante monótona y su rasgeo demasiado desagradable. Poco a poco me fui familiarizando con sus canciones. En un comienzo no era más que dos poesías musicalizadas que me tendían a envolver, pero no lo lograban. Esto era natural, pues creo que la vida anímica de uno tiene que lograr conectarse con los fenómenos artísticos, pues si bien una obra de arte logra su objetivo de atraerte emocional o intelectualmente, no logra del todo, de manera absoluta, confundir y sintetizar el alma, tu alma, con lo creado, y el arte. Y claro, siendo coherente, no faltaba más que mis nuevos estados anímicos, los desafíos que el alma, mi alma, se tuvo que ver enfrentada con las negaciones, contradicciones y desagarramientos de la realidad, del mundo, con los otros. En ese tránsito tormentoso, donde la solidez espiritual no encuentra más que intentos vanos de reconocerse, y que entrando en la preocupación, umbral de la desesperación, derrama lágrimas y cuerpos heridos, entra, sigilosamente, saludablemente, el arte, la música, Chinoy. Sus canciones, poesía armoniosa y caótica a la vez, desvelando los secretos más oscuros de la vida anímica, del alma, logran ser la identificación oportuna del extravío de la conciencia o, con palabras más quisquillosas, de la conciencia desventurada, desgraciada. Puede que esté exagerando, un sofista de la crítica, pero me es imposible ocultar la emoción que logró y ha logrado y acaba de lograr el arte animalesco de la voz en vivo de Chinoy. Creo que sus mensajes calan hondo, a veces muy difíciles de comprender. A mí me cuesta, y me sigue costando atajar su purga psicoanalítica, pero lo que sí me parece fácil, y visible, sentible, es que el corazón del animal que llevamos dentro se tiene que a veces expulsar, quizá como lo intento de hacer ahora. Como un instante, sí, sólo un instante. De libertad.

domingo, 27 de enero de 2013

re-encuentro.

Lo inesperado, lo que incomoda y el cambio. Las resoluciones de las andanzas, de las preguntas respondidas por los pasos. El enfrentamiento a la pasada identificación, a la recomposición de la unidad fragmentada, separada, desprendida. Un nuevo proceso de reconocimiento, la lucha permanente de nuestra nueva identidad, el retorno del nosotros. Continúa la dinámica. Sí, sigue, avanza, arraigando y desarraigando, demoliendo y construyendo: riendo para llorar. Pero las miradas continúan con sus deseos  insoportables, desesperantes. Punzan. La intranquilidad del espíritu-su sed de abismo y desaparición- limita con esta nueva transformación, devenir inmanente. Este lo engulle y lo libera para sí mismo, porque no es si no para sí mismo que la negación de la identificación emerge como producto necesario y vital para las resoluciones de las andanzas. El amor es una monstruosidad, ángel y demonio. Extra-ordinario. Las agujas diabólica que renacen en lucidez. Mientras los deseos personifican la caótica contradicción de nuestros espíritus, de las miradas, del cuerpo y la compenetración rítmica de los corazones, la idea vaga de la presencia, de tu presencia, devendrá inevitablemente en afirmación, propuesta, vale decir, esperanza hecha experiencia y viceversa. 

martes, 15 de enero de 2013

mujer

Podríamos arriesgarnos a decir que la mujer como ser social es la negación del absolutismo ideológico del hombre. Es el enfrentar el mundo masculino como su negación, donde esta no se presente como lo natural, lo inconsciente, sino que es presentada como una negación histórica, realmente construida, conformada, compuesta y devenida en conciencia. Lograda esta lucidez, que no tiene otra fuente de alimentación que la experiencia, la práctica, es que el hombre y la mujer, y más urgente el hombre, abren la posibilidad de cambiar el rumbo de las acciones, de no seguir reproduciendo la realidad androcéntrica , dichosamente aceptada. Es girar hacia el rumbo de la síntesis, de la unidad entre hombres y mujeres, a su reconocimiento mutuo, autorealización compartida.

lunes, 14 de enero de 2013

El amor.

"El momento primero en el amor consiste en que no querría ser una persona que gozara de independencia y en que, si lo fuere, me consideraría defectuoso o incompleto. El segundo momento, en que me recobro a mí mismo en otra persona, en que adquiero validez en ella, como ella en mí. El amor es, por tanto, la más monstruosa contradicción, que el entendimiento no puede resolver, ya que no existe nada más duro que esta puntualidad de la autoconciencia, que es negada y que yo debo, sin embargo, acoger como afirmativa. El amor es el alumbramiento y la resolución de la contradicción, todo a un tiempo; y es, en cuanto resolución de ella, la unidad moral"

Hegel.

El espíritu.

"La vida del espíritu no es la vida que se asusta de la muerte y se mantiene pura de toda devastación, sino la vida soporta la muerte y sabe mantenerse indemne en ella. El espíritu sólo adquiere su verdad en cuanto se encuentra a sí mismo en el desagarramiento absoluto...Sólo es este poder en cuanto saber mirar la cara a lo negativo y detenerse en ello. Esta estancia es la fuerza mágica que transforma lo negativo en el ser"


Hegel.