lunes, 4 de noviembre de 2013

Anclaje

Cerraré tus ojos por un momento y correré el riego de formular alguna palabra que caiga como un ancla sobre tu pecho y darle así, al menos, un color y una forma y un rostro,  al movimiento misterioso de tu cuerpo y de tus verbos. Quisiera entregarme una humilde nominación y tartamudear siquiera una verdad. Pero tu misterio, lejano e incógnito, me seduce y desnuda. Tu misterio es generoso con quienes esperan afuera. Comparte sencillos ecos de ilusiones que pueden ser escuchados. Y ante mis improbabilidades, es que construyo el arma de mi propia imaginación. Imagino el encanto de nuestro entendimiento indescifrable. El estilo mágico y propio de nuestro delirio lleno de significaciones. Recuerdo el encuentro de dos lenguas extranjeras que hallan en sus diversos bailes una sincronía centrípeta de confusión y humor, del florecimiento sintético de una única y singular lengua.  Más allá de que todo pertenezca a la tiranía desfiguradora de lo real, a la bella arquitectura de mis fantasías espectrales,  no puedo negar y reconocer que fue y sigue siendo una sensación creada también desde la física, de la química. Los símbolos, como devenirse por esencia, pasan también por el corazón, por lo corporal. De lo contrario, nadie se podría comunicar. Al menos, de nuestra especie. Y lo más elemental de cualquier interacción humana, el lenguaje y su juego, el lenguaje y su cuerpo, el lenguaje y su mirada, recaen estruendosamente como huellas de una esperanza, de un deseo. La posesiva  ansiedad masculina y su torpeza lineal, livianamente secuencial y, sobretodo, consagradamente predecibles, se resbalan justamente en la solidez de tu incertidumbre. Evanesciéndose también así todo verbo masculino. El misterio, el misterio de tus vórtices azules, danzan inocentemente alrededor de la frágil cuerda que sostiene mí volantín. Tu remarcada distancia y visible ausencia son dos fuerzas en movimiento que niebla cualquier atisbo de puerto. Ningún anclaje pareciera ser posible. Porque tú eres la ancla misma. El anclaje del misterio. Y la oscilación y devenir de mis delirios fantasmagóricos no tendrán ni siquiera la empatía, por ahora, de darse por muertos. Con tal de darle, aunque sea por un momento,  un rostro y  un color y una forma al fluido del pacífico. Donde naufragan tus barcos de papel. 

Fotografía: Pete Eckert

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