miércoles, 19 de septiembre de 2012

fragmentos


El recuerdo pareciera ser fatal.  Pero no lo es cuando se presenta bajo diferentes formas. Hoy, por ejemplo, se presentó como una estancia permanente de lágrimas sobre la cuneta de un pasaje, en que mis brazos seguros de acariciar tu espalda y mi voz insegura de estabilizar tus llantos componían el cuadro de dos sujetos buscando un momentáneo entendimiento entre una erupción emocional y una incapacidad para controlarlo; o recordar, sencillamente, la distensión solitaria de tu pena que se consumía por el frío pasto de un jardín público, luego de que torpemente, alejándome de ti, creyera que la convicción de tu soledad iba a ser frente a las garras de tus emociones. Pero también existen otros momentos, donde las imágenes tienden a revivir, inocentemente, la muerte de una construcción embalsamada. Y recuerdo sólo uno, porque me basta con él para despejar toda nube gris que busque ocultar la fuerza con que le sonreías a un cielo siempre atento a la exposición de sus lunas. Es el recuerdo de aquellos momentos en que, simultáneamente, nuestros ojos seguían los viajes de Marco Polo, y las tantas ciudades invisibles que logramos conocer mediante sus recorridos, y los nuestros, donde en cada lugar, al lado de un río o arriba de una micro, íbamos leyendo esporádicamente las múltiples formas de las ciudades visitadas por un viajero medieval que, en su humildad, enmudecía una y otra vez a Kublai Khan. 

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