miércoles, 19 de marzo de 2014

Catedral de La Plata



La inmensidad de la arquitectura abre un abismo en mi interior. Me obliga a detener el cuerpo. Me siento. Me emociono. Respiro y vuelvo a caminar por el ombligo de esta catedral. Y la altura del silencio con sus líneas inaprehensibles no sólo va deformando mis pasos, sino que ofuscan todo intento de hacer volar alguna palabra. ¿La descripción? Ese vano esfuerzo. Cuando la impresión y el asombro aterrizan como un trueno, las palabras arrancan asustadas. Sólo bocas abiertas. Sólo miradas pérdidas en cada curva, luz y rincón. Colores en paz. No hace falta acá ni el verbo de Cristo ni sus ministros. Todo esto es ya divino: ¡en sí! No hace falta Dios cuando el alma se confunde con el arte. Ni siquiera de pastillas ni de analistas ni de psiquiatras: ¡sólo es! Todo es sencillo y simple. Pero tan profundo... La imposibilidad de expresar este momento indica ya el primer bofetazo del infinito. Y de haber expresión, no sería desde mis pobres palabras, sino de estas tímidas lágrimas que se van asomando. Bella catedral, salvífico arte. 
Todo es ya… éxtasis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario